18 abril 2013

EL CAMINO DE LOS NAVAZOS





Hay dos zonas del campo zarceño que en mi infancia patee en múltiples ocasiones; una de ellas es el Teso de la Silla, del que ya comentaré en otra ocasión, y el otro, el Teso de los Navazos que también recorrí palmo a palmo, por lo que me gané más de una reprimenda  por “perderme” solo por ahí contemplando el panorama y poner nervioso a mi padre por no saber por dónde andaba ni si estaría haciendo alguna travesura como tenía por costumbre en aquella edad tan bonita de la que guardo tantos y tan gratos recuerdos.

El camino de los Navazos, es  un trayecto que recorrí un considerable número de veces, porque siendo niño iba frecuentemente al tejar del Teso de los Navazos que, en aquel entonces era explotado por mi padre. Recuerdo que me entretenía por el camino con cualquier cosa que se me ponía por delante; pues, además de ser un poco distraído por naturaleza, me embelesaba mirando las hormigas (sigo haciéndolo),o una mosca o mariposa que pasara por casualidad cerca de mi y tardaba en llegar más del doble de lo que me correspondía y mi padre se impacientaba un poco con sobrada razón.

Desde muy niño (ahora más), siempre me ha atraído la naturaleza y, dicho sea de paso, en ese recorrido desde el pueblo hasta la cima del teso de los Navazos, (al menos entonces) había motivos más que suficientes que me llamaban la atención, sobre todo en primavera, con lo cual, siempre llegaba tarde y recibía los correspondientes rapapolvos, a los que me terminé acostumbrando y mi padre también se acostumbró a dejarme por imposible.

Contemplar el riachuelo Regato) de agua tan cristalina que permitía ver en el fondo los renacuajos y pequeños pececillos que yo me quedaba embelesado mirando las filigranas que, en sus movimientos hacían al nadar y, tratando de coger alguno con las manos sin mucho éxito, era uno de mis divertimentos. Sin embargo, lo que más atraía mi atención en aquella zona eran los abejarucos que anidaban en una de las caras del barranco que quedaba a la derecha (yendo hacia Mieza) del pequeño y rústico puente que había entonces para poder cruzar el regato y, que volaban y gorgoriteaban con sus trinos mientras hacían rápidos quiebros aéreos en sus veloces vuelos, antes y después de entrar o salir del hueco hecho en uno de los paramentos del barranco donde albergaban sus estratégicamente protegidos nidos; por cierto, muy difícil de acceder a ellos dada su ubicación en el mismo corte del terreno. ¡Qué astutos ellos...!

Tuve la gran suerte de poder contemplar en su vuelo el juguetear en el aire de esas hermosas y pintorescas aves cuyo colorido y brillo de su plumaje atraían tanto mi atención, que me olvidaba del por qué estaba allí, donde iba y que me estaban esperando preocupados por mi tardanza.

Observar aquella maravilla de la naturaleza en aquel entonces, me ha permitido guardarlo “en mi disco duro”y visionarlo en el recuerdo con bastante frecuencia, no como un recuerdo más de la infancia, sino como uno de los más agradables  y gratos recuerdos que guardo de entonces que son muchos. ¡Qué infancia...!  ¡Qué maravilla...!

Son incontables las veces que me metí en el agua de ese arroyo chapoteando río abajo descalzo y con las sandalias en la mano avanzando hasta cuando me acercaba a algún hoyo y, cuando ya  me iba llegando el agua al pantalón corto que entonces normalmente usábamos los niños, me daba la vuelta porque me entraba el tembleque y el miedo me invadía, pues, estaba advertido de , una poza, por pequeña que pudiera ser, era un peligro mortal. ¡Si mi padre se hubiese enterado de las veces que me metí en el arroyo...!

De mis andanzas por ese regato, y de las horas que pasé en él, podría escribir un libro casi como el de Petete, pero no es el caso. Es una anécdota más de la infancia en esa parte del pueblo que tanto recorrí siendo un niño. Traviesillo, pero niño.

Para los que sois más o menos de mi edad, sabéis bien que en la cima del Teso de los Navazos, junto al camino, hace ya muchos años había un tejar que hoy está totalmente en ruinas dada su desatención por falta de rentabilidad económica. En ese tejar he pasado una parte muy importante de mi infancia (de mi vida), pues, aunque vivíamos en el pueblo (mi pueblo, La Zarza), mi padre trabajaba en él porque era el titular de la explotación del mismo, y yo, jugueteaba por todas partes  entorno del tejar mientras mi padre, mi primo, Paco y un señor que les ayudaba hacían las labores pertinentes, mientras que,  mi hermana, se entretenía haciendo platitos y cacharritos (cosas de la cocina) que no le salían nada bien y mi primo se los hacía con el barro del tejar para contentarla, pues como él era mayor que nosotros, ya dominaba bien la materia prima. Mi hermano Salvador, entonces era muy pequeño y no aparecía mucho por allí.

Algunas veces me cogía el pendingue -o pendil-, tomaba las de Villadiego sin avisar  me largaba por los alrededores del tejar. Otras veces (más de las debidas), bajaba hasta el pilar a jugar y también meterme dentro en alguna ocasión, a pesar de las muchas advertencias en contra que me hacían, de que, las sanguijuelas que por aquel entonces abundaban en las paredes del abrevadero, eran un peligro cierto que yo me tomaba como un juego cogiéndolas con la mano y jugando con ellas hasta que se enganchaban.

Recuerdo que una vez, al poco rato de estar en el pilar disfrutando a tope con mis diabluras, apareció mi padre con el caballo a galope tendido porque ya se impacientaba al no verme y se imaginaba donde me encontraría. Ya podéis imaginaros la letanía que me esperaba por el camino hasta llegar arriba del teso donde está el tejar. ¡Qué paciencia tenía el hombre...!

A pesar de los muchos años transcurridos, de los cambios que me imagino se han establecido en todo el contorno, yo veo con toda nitidez la maravillosa panorámica que desde arriba del teso se percibe y la guardo en mi memoria como si  fuera ayer el último día que la viví; pues la contemplé tantas veces, que me ha quedado grabada a fuego. Es una imagen latente en mi memoria que, afortunadamente aflora con frecuencia. Son cosas que no se olvidan nunca por mucho tiempo que transcurra y grandes que hayan podido ser las transformaciones habidas. Es, junto al Teso de la silla, el lugar desde el que se aprecia la más  extensa y bonita panorámica zarceña, desde mi punto de vista, claro, otros tendrán posiblemente otra opinión diferente y muy respetable. Tuve la gran suerte de disfrutar de ambas ( más en el Teso de la Silla, porque ya era más mayorcito), muchos, pero muchos atardeceres que me han dejado una huella indeleble que permanecerá siempre en mi recuerdo hasta que finalice el viaje.

Y, por último, resaltar el colorido del campo que rodea (o rodeaba) el tejar que en las primaveras lluviosas era una alfombra natural de flores silvestres de distintas tonalidades que perfumaban el ambiente y, nada tiene que envidiar a otros lugares de gran renombre que nos los presenta como idílicos. Eso sin contar la abundancia de árboles que por aquel entonces había en todo el entorno del tejar y en el cerro colindante, el Teso Grullo, si no recuerdo mal.

3 comentarios:

Manuel dijo...

¡Bendita infancia!
La tuya, por lo que nos cuentas y has contado no fue mala.
Pobre tu padre si además te esperaba porque era muy posible que fueras portador de la comida o merienda. La impaciencia se acrecentaría. Y tú a pájaros... o a ranas...
Desde pequeño tuviste altas miras, nada más y nada menos que desde las mejores atalayas de nuestro pueblo. Los Navazos y Teso de la Silla. Tienes, sin tardanza, que volver a patear esos lugares y revivir y ser el niño aquel que fuiste.
Te advierto que apreciarás algunos cambios por la concentración parcelaria y nuevos caminos que habrán alterado algo tus recuerdos. Pero lo importante, lo esencial sigue allí, esperándote.
-Manolo-

Anónimo dijo...

Para potenciar tus recuerdos, quiero decirte que, estos primeros calurosos días primaverales, cataba el cuco, (los cucos) como un loco entre los árboles de esa zona que describes al final, con un sonido envolvente, estereofónico, alrededor, lejano, cercano que, de vez en cuando alteraban el ritmo del cántico, (tengo entendido que el cambio del canto lo emiten cuando terminan de hacer la picia ó la picardía en el nido de otro pájaro).
Y es que son muy “cucos”, solo vienen en primavera a poner los huevos y se marchan con los primeros calores del verano mientras otras aves les sacan adelante sus crías.
Saludos (Paco)

Anónimo dijo...

Admirable memoria la tuya. La Zarza te marcó profundamente. Félix y tú propagáis en vuestros escritos un amor por el pueblo que es difícil de igualar. un abrazo. Salva