El dichoso tiempo, en el que, desde que nacemos acumulamos en
nuestro haber: minutos, días, años, etc., que en el futuro nos servirán para
que, con la experiencia adquirida
podamos desenvolvernos en distintas actividades a lo largo de nuestras vidas.
Pero; ¡Ay el tiempo! El desconsiderado tiempo que pasa una sola vez por nuestra
vida y nos deja una marcada huella en nuestra piel, nuestra mente, nuestro
comportamiento, etc.
El tiempo pasa por delante de nosotros sin apenas percatarse de nuestra presencia, le resultamos indiferentes a su actividad cotidiana.
El tiempo pasa por delante de nosotros sin apenas percatarse de nuestra presencia, le resultamos indiferentes a su actividad cotidiana.
El tiempo es una magnitud física con la que acostumbramos a
medir la duración de los acontecimientos y los separamos en espacios sujetos a
cambios y observación.
El tiempo ordena los sucesos en secuencias, separa el pasado
del presente, del futuro, y, según un proverbio italiano; el amor hace pasar el
tiempo y el tiempo hace pasar el amor.
Por suerte, y, por muy pobre que seamos, a todos los humanos
lo único que nos pertenece es el tiempo, aunque no tengamos otra cosa, y,
afortunadamente, gratis, aunque el tiempo pasado no vuelva jamás, como apunta
otro proverbio árabe que afirma que, hay cuatro cosas que nunca vuelven más:
una bala disparada, una palabra hablada, un tiempo pasado y una ocasión desaprovechada.
El tiempo pasado condena al olvido la memoria de los más
importantes acontecimientos. Cuando nacemos, el capital más importante de que
disponemos en ese momento en nuestro planeta llamado mundo, es el tiempo que se
nos concede para vivir; pero es tan corto -o al menos, eso nos parece- ese
espacio de tiempo que cuando nos acercamos al final, nos parece que estamos en
el principio; quizás, amparándonos en la pésima idea de disfrutar cada segundo,
cada instante de esta vida prestada -de la que nos parece que somos los dueños
absolutos-, y de esa mente privilegiada que nos dotó la naturaleza y no se
adapta a la realidad de la temporalidad concedida con tanta benevolencia.
Para calcular o medir con más o menos precisión, los humanos
medimos el tiempo según nuestras necesidades o conveniencias en: segundos,
minutos, horas, días, semanas, meses, años, lustros, siglos, etc., que nos
sirven como referencia para hacernos una idea del espacio que media entre el
lugar y momento en que nos encontramos, y un determinado acontecimiento
pretérito o futuro que nos despierta algún interés.
Mientras los humanos observamos impasibles el paso inexorable
del tiempo y de los recuerdos vividos en ese tiempo que nos fue concedido y no
siempre bien aprovechado, éste, se nos esfuma sin apenas enterarnos; en
múltiples ocasiones por la falta de visión de futuro, cuando no por incapacidad
de entender cuál es nuestra misión en este mundo para disfrutar del tiempo tan
generosamente concedido y que, por muy buena voluntad que tengamos de corregir
nuestros pasados errores, nos pasará la factura que tenemos pendiente, por la
que no tendremos que pagar ni un solo céntimo: solo, el viaje sin retorno. Por
eso, el único medio de envejecer es vivir mucho tiempo.
Pero, a todo esto; ¿qué es realmente el tiempo, además de la
magnitud citada?
Depende: Para un enamorado, que en un momento de ternura le
diría a su enamorada mirándole a los ojos: “estar contigo o no estar contigo es
la medida del tiempo”. Sin ninguna duda, porque cuando hay amor, la distancia y
el tiempo no existen ni importan, ya que, para él no hay más tiempo que el que
vive en ese momento. Sin embargo, para un filósofo, un escritor, el mejor poeta,
etc., para los que el tiempo es el mejor autor, porque siempre encuentra un final perfecto para todo;
la dimensión es otra, porque tienen una percepción distinta de la del
enamorado. Pero, el tiempo es tan relativo, que, un solo minuto sería
suficiente para soñar toda una vida; y, mal que nos pese, el tiempo siempre
pasa, estemos animados o abúlicos, haga frío o calor, esté el día borrascoso o
apacible; el tiempo siempre pasa con la misma parsimonia acostumbrada: seguro,
impío, implacable, impertérrito, impasible, inexorable, indiferente…
En cualquier caso, el tiempo hay que saber tomarlo con
filosofía y buen humor. Recuerdo de niño oírle decir a mi abuela en repetidas
ocasiones cuando le atosigaba la faena de la casa: no tengo tiempo para tener
prisa. ¡Qué razón y, qué visión de futuro tenía la mujer! Lástima que no pueda
dársela ahora que he entendido su significado.
Miguel de Cervantes –al que ahora le están removiendo los
huesos-, confiaba en el tiempo, porque, según él, suele dar dulces salidas a
amargas dificultades. Y, es cierto.
Willian Shakespeare decía que, nosotros matamos el tiempo,
pero él nos mata a todos. ¡Qué razón tenía también el literato inglés!
En algunos momentos de ocio contemplando el dichoso aparatejo medidor, yo me he planteado en más
de una ocasión si el tic tac del reloj, no es algo así como el ratón que roe,
no el queso, sino el tiempo imparablemente. Ese tiempo fugaz que es como la
corriente de un río en el que todos pescamos, y, sin embargo, no se puede tocar
dos veces el mimo agua porque el flujo pasa una sola vez. Quizás, porque no
sabemos utilizar el tiempo como herramienta y no como vehículo, o, porque no
hemos entendido bien que la muerte y el tiempo, llevan el mismo camino; sobre
todo si tenemos en cuenta, que el tiempo es el único combustible que arde sin
dejar residuos; aunque alguien pueda pensar que esa canción ya la ha escuchado muchas
veces antes. Yo también, y por eso la tengo presente; porque estoy convencido
de que, a fin de cuentas, el tiempo es una de las pocas cosas importantes que
dejamos al partir.
Un consejo de amigo: No pierdas tu tiempo en llorar ni añorar
el pasado ni el futuro. Disfruta el presente y no te arrepentirás. ¡Vive la
vida en tu tiempo con ilusión! Es única y original.
Y, una pregunta para todos los lectores. A ver si alguno me
puede dar la respuesta adecuada y consigo dar con él: ¿Dónde está el freno de
mano del tiempo, que no lo encuentro por ninguna parte?