12 febrero 2014

CAMBIOS DE GOBIERNO



¿Es cara la Administración del Estado?
¿Por qué nos cuesta tanto dinero a los españoles nuestra Administración?
Desde que se implantó en nuestro país la democracia a la muerte del dictador, cada vez que se ha cambiado de gobierno he sentido la misma sensación de indignación al comprobar que, todos los gobiernos entrantes (independientemente del signo que sean), cuando se asientan en la poltrona, lo primero que hacen no es preocuparse de los problemas más acuciantes que le afectan al país, no, lo primordial para ellos es mover de la silla a los funcionarios que no son afines a su partido e ideología.
Yo estaba convencido de que un funcionario de la Administración Pública que había conseguido la plaza tras pasar una más que peliaguda oposición a base de clavar los codos, muchas, muchísimas horas, era un trabajador público al que el Estado le  encomendaba una labor en un determinado puesto para el que estaba cualificado   y capacitado para desarrollarla; pero, ¡hete aquí! que la realidad me demuestra lo contrario y me deja sorprendido al comprobarlo.
Mi ingenuidad como ciudadano normal que recibe sólo la información que ofrecen los distintos medios de comunicación, me había llevado a creer en una Administración formada exclusivamente por funcionarios de carrera que hayan obtenido su puesto por oposición al cargo al que aspiraban, y no una Administración que, cada vez que se cambia de Presidente de Gobierno y de ministros, éstos, cambien a su libre albedrío los funcionarios que ocupan los puestos normales y de responsabilidad sólo porque no sean afines a su partido e ideología, lo cual, me parece un desatino y una inmoralidad sin límites, además de una falta de ética y responsabilidad que conduce a un despilfarro dañino económicamente para un país que le aboca a la perversidad y la indecencia, al gestionar sin rigor el dinero que en sus manos confiaron los sufridos contribuyentes.
Cada vez que en nuestro país se celebran unas elecciones (de cualquier ámbito), se producen una serie de cambios, algunos muy drásticos y de considerable importancia para el buen funcionamiento del país, que conlleva el desplazamiento obligado de parte del personal que servía con equidad y honradez a la Administración que había sido asignado y que, al llegar los nuevos “mandamases” los envían a otros destinos, cuando no relegados a cero esperando y confiando el milagro de ser rescatados por la razón y la justicia, y en abundantes ocasiones, abochornados y humillados por la actitud tomada contra ellos y viendo con estupor con qué desfachatez los nuevos gerifaltes proceden, delante de sus narices al nombramiento a dedo de los cargos de confianza para ocupar por el patentado sistema del amiguismo, los puestos que consideran clave para la seguridad de su partido, sin importarle nada más.
El resultado de éste desaguisado es negativo para el ciudadano de a pie que no entiende el porqué esos funcionarios profesionales con alta formación pasan sin ton ni son a un destino incierto, sólo porque, gracias a la agudeza e inteligencia de los nuevos gobernantes, ya no son útiles para el país al que han servido con dignidad por el hecho de no ser bien vistos por los nuevos dirigentes.
Mi ingenua pregunta es: ¿Por el bien del país se deben hacer esos cambios a los funcionarios profesionales que son los que verdaderamente saben de los entresijos y conocen el funcionamiento de la administración a la que sirven?
No sé con certeza si es justo (aunque sea legítimo) que, cada vez que se cambie el Gobierno, se tenga que mover de su puesto a determinados funcionarios y enviarlos al ostracismo o a un despacho solitario con  una mesa vacía y un periódico del día afín  al partido gobernante, para que, terminada su lectura, el resto del día tener que estar mano sobre mano contemplando el panorama y, en algunos casos sometidos a un acoso (moobbing) poco disimulado pasando allí meses o años sin que se le encomiende ningún asunto relacionado con su función y cobrando el sueldo con normalidad, pagado por el contribuyente, casi siempre ajeno a esa situación anómala y, produciéndole al afectado una honda herida en su moral, dejándole por los suelos su estima que se ve humillada sin ningún fundamento que lo justifique. No lo sé; pero, desde mi punto de vista, moralmente es inaceptable.
Esto, además de humillante y vergonzoso para quien lo sufre, es una tolerada injusticia a un indefenso trabajador que siembra la impotencia entre otros colegas que se ven abocados al silencio por temor a ser represaliados si reclaman sus derechos. ¿No es esto, una esclavitud encubierta? Quizá, no como la sufrida por Kunta Kinte en su época, pero sí una esclavitud selectiva, moderna y más tiránica, dadas las circunstancias.
Los funcionarios obligados a cambiar de puesto por imposición política y forzados a realizar faenas que no habían hecho nunca, u obligados a cobrar su sueldo y no trabajar, a terminar de hundirle la poca moral que les quedaba: ¿qué posición tienen que adoptar ante la actitud del máximo gobernante de turno entrante, si, con esa impronta autoritaria, su obtusa personalidad y sus actitudes intransigentes, está generando un considerable despilfarro al Erario público.
¿Qué se puede esperar de un Gobierno así, que a su paso va dejando un hediento olor a podredumbre, sembrando desconfianza e indignación por doquier con la herrumbre de su ideología cuasi medieval y desilusionando con su actitud al ciudadano normal?
¿Qué tienen que hacer los funcionarios afectados: callar y aguantar, reclamar con dignidad lo que le corresponde, ser sumiso ante el poderoso o agachar la cabeza...?
¿Quién me da la respuesta? ¿Qué significado tiene semejante despilfarro en un país como el nuestro que, además de la crisis que nos afecta, no esta para dispendios?

Una buena y reciente muestra la tenemos en Hacienda con la movida habida como consecuencia de la tramitación de un expediente sancionador a una empresa cementera, incoado por una  funcionaria (no citaré nombres) que, en el desarrollo de sus funciones y en aplicación justa de la ley que regula esos comportamientos, debía darle el curso procedente por la vía normal, imponiéndole la cuantiosa sanción que correspondía al delito cometido; y que, en cumplimiento de su deber estaba obligada a ello, se vio en la triste y humillante situación de tener que dejar el caso para no prevaricar provocando el seguimiento de otros compañeros que siguieron su misma línea, demostrando que sí eran competentes, pero no eran peleles manejados por unos irresponsables dirigentes políticos (perdón por lo de políticos) que al llegar a la Administración  entran como un elefante en una cacharrería, ni tampoco unos perros falderos que se van con el rabo entre las piernas diciendo sí mi amo, sino, unos profesionales como la copa de un pino que solamente pretenden cumplir con la función encomendada, incluso cuando les retiran por la fuerza de la sinrazón del caso que gestionaban. ¡Así va el país!
¿Qué calificativo merece este sórdido comportamiento de “todos” los partidos españoles que hasta ahora han gobernado y han hecho lo mismo: abusar?
¿Es que las personas que sustituyen a los anteriores están más capacitadas, son mejores y más rentables para el país, es que impera el amiguismo y el favor por favor o, es solamente pura y dura mafia?, y, ya sabemos lo que hacen todas las mafias en cualquier parte del planeta…

El despilfarro y la sangría económica que supone para el país este solapo de funcionarios junto a los miles de coches oficiales innecesarios (por poner un par de ejemplos), es una desvergüenza y merece el reproche del pueblo llano que tantos padecimientos está pasando para poder mal vivir o sobrevivir por culpa de la crisis y la mala gestión en la administración de la casi totalidad de sus responsables dirigentes habidos hasta el día de hoy; porque, aquellos que  no siendo corruptos callan y otorgan sabiendo el daño que ello genera, flaco favor le hacen el pueblo y, no sé cuál es peor de los dos comportamientos.

Esa desvergüenza de los responsables cuya osadía sobrepasa toda dimensión moderada, encarrilándose hacia la vertiente más indigna que orada la dignidad y envilece a quien la ejerce, va dejando a su paso un panorama de ruinas y sectarismo político que, poco o nada dice a favor de la labor que el pueblo tiene encomendada a sus repúblicos (personas versadas en la dirección de los Estados y/o en los oficios públicos y dirección en materia política), que pasan a convertirse en simples marionetas manejadas por los hilos del partido gobernante sin importarle las negativas consecuencias que repercuten en los ciudadanos, por culpa de unos dirigentes políticos para los que solamente cuenta su ego personal y los intereses de su partido, y no el bien del pueblo llano al que pertenecen y se supone que sirven -o deberían servir con honradez de miras-, que los eligió precisamente para cumplir ese cometido. ¡Qué triste ...!

Si, con esa actitud, el despilfarro económico es dañino para el ciudadano, no lo es menos el sectarismo político impuesto y la intolerancia con la oposición (que luego hará lo mismo cuando gobierne), que nos retrotrae al maldito cainismo de los españoles de antaño, al tú más, al enemigo, ni agua, viejo caciquismo del aldeano clasicismo hispano que parece resurgir como el ave fénix y reaparecer en el comportamiento de algunos de nuestros políticos  y dirigentes más destacados que dan muestras de querer recuperarlo para nuestra sociedad contemporánea, alejada ya del ocultismo y el aldeanismo caciquil pero que su silencio e inacción colectiva, les otorga   a esos desconsiderados a que campen a sus anchas y se vayan de rositas como siempre y sin rendir cuentas, mientras el pueblo paga las consecuencias de su mala gestión; sin embargo, ese viciado silencio que a lo largo de nuestra democracia ha venido siendo cómplice al no manifestar los afectados en público su descontento e indignación por temor a las represalias y a los porrazos de la policía antidisturbios que, tan cariñosa se muestra ante estas situaciones molestas para sus superiores; si bien, últimamente parece empezar a resquebrajarse y el ciudadano de a pie se empieza a lanzar a la calle reivindicando y, en algunos casos consiguiendo aquellos derechos que considera que le corresponden, al tiempo que  le están apareciendo unas profundas grietas de no fácil solución mediante métodos impositivos, para seguir minando la moral de la sociedad a la que pertenecen y a sembrar de dudas la credibilidad depositada en los elegidos; a romper algunos de los hilos de la cooperación colectiva en temas de tanta importancia como es la Justicia (por citar un ejemplo), a la que los ciudadanos empiezan a verla politizada, con el daño que esto genera, por (entre otras muchas cosas) no poder entender que cuando un juez pretende juzgar ciertos presuntos delitos, que hieren la sensibilidad del ciudadano corriente y moliente, se le pongan toda clase de trabas, se le retire del caso, cambie de juez, o se le acuse de todo menos de ser justo par seguir instruyendo el sumario, porque su investigación no favorece los interese de los favorecidos por el dios del dinero y el poder, en el que se escudan para sus fechorías. Todo, porque si sigue tirando de la manta e investigando en la línea inicial, podría dejar en pañales a algunos intocables y quedar al descubierto todas sus mierdas (por ser condescendiente en la expresión) habidas y por haber y eso sería demasiado; por consiguiente: o, por las buenas entra en vereda el juez incómodo, o se le buscan toda clase de triquiñuelas para dejarlo KO si la cosa se pone fea.
Así se gana el respeto de los ciudadanos honrados y la confianza de todo un pueblo en la Justicia. ¡Sí señor...!

¿Qué intentan con esta actitud que adoptan todos los partidos cuando empiezan a gobernar y no tienen ni idea de lo que van a hacer? Apoltronarse y perpetuarse para ganar fuerza y más y más poder para ser más fuertes; no les importa mucho el bien común al que están obligados a proteger y defender. Así de claro.

Si lo que se pretende con ello es retroceder a siglos pasados en los que, cada vez que entraba un gobierno nuevo se traía a todos los funcionarios, y los habidos con anterioridad se iban a la puñetera calle (por no decir otra cosa), paralizando el normal funcionamiento de la Administración, malamente vamos; eso demuestra palpablemente que no hemos sabido entender bien lo que significa la democracia ni qué es un buen y responsable repúblico para el buen funcionamiento de la Administración del Estado.

¿Es posible que no hayamos aprendido la lección y continuemos sin establecer unos límites a la arbitrariedad sectaria de aquella aciaga época, cegados por el ego y el fanatismo, cuando no por el intransigente y peligroso fundamentalismo partidista?
¿De qué están hechas nuestras neuronas? ¿De mantequilla...?

Posiblemente, esto, dicho así de claro, escueza en algún sector de nuestra sociedad o tachen de tarado mental a su autor; pero las verdades hay que decirla claras y a la cara sin tapujos, a pesar de lo que dice el refrán de que, el que dice las verdades pierde las amistades. Eso quizá sea bueno  para quien piense así. Personalmente  creo que es mejor estar sólo que mal acompañado. Es cuestión de conceptos.