27 febrero 2012

El cangrejo de mar

                                  
Como una de las obligaciones -posiblemente la más importante– de todo jubilado es caminar diariamente lo suficiente como para poder seguir manteniéndose en forma; yo me lo he tomado al pie de la letra para que no se sienta defraudado el fisco. Cada día camino una media de ocho kilómetros si las circunstancias climatológicas y de salud me lo permiten, algunos días, bastantes más. Voy siempre acompañado de mi fiel amiga: mi  perra Rhan, que es una hembra de pastor alemán y no habla para no dejarnos en ridículo a los humanos. Como no me gusta la monotonía, recorro todo el entorno del lugar donde habito. La casi totalidad de los caminos, bosques, carriles, senderos y toda clase de andurriales de los pueblos limítrofes y cercanos a mi domicilio, los he pateado en repetidas ocasiones, algunos, hasta la saciedad. Normalmente, desde que salgo de casa hasta mi regreso, no me paro, no me gusta, a no ser que me llame mucho la atención algún elemento de la naturaleza e inconscientemente me obligue a detenerme para contemplarlo; a veces, cosas insignificantes para la mayoría, como en el caso que nos ocupa.
Caminaba por un sendero que atraviesa un bosque relativamente cercano (a unos cinco kilómetros de casa) y en una especie de pequeño peñascal, cercano al camino, sobre una lastra,  me llamó la atención un par de juguetonas lagartijas que, no sé por qué razón, siempre me ha gustado observarlas. Me detuve a la orilla de una de las abundantes lastras que había en el peñascal y empecé a observar los ágiles movimientos que imprimía a su juguetón deporte una de las dos lagartijas que había en las proximidades. ¡Una maravilla! Traté de mantenerme lo más inmóvil posible  para no alterarlas con mi presencia y, después de un buen rato de contemplación, viendo a esas lagartijas roqueras cómo unas veces jugueteaban, otras, trataban de localizar algún insecto que llevarse a la boca, se acercó Rhan y las ahuyentó; mientras esperaba inútilmente a que se volvieran a acercar; en presencia del cuadrúpedo era totalmente imposible, y decidí continuar mi camino. Mientras iba meditando el comportamiento de las lagartijas enredadas en sus juegos, me abordó el pensamiento, el recuerdo de un día en las rocas de Tximistarri en la falda del Monte Igueldo en San Sebastián; cuando un sábado al atardecer, después de un buen rato saltando de roca en roca, extremando la precaución por el peligro que entraña esa zona debido a la agresividad de las olas al estrellarse; me senté en una roca, la más alejada del agua espumosa por el romper enfurecido olkeaje, para estar a salvo del alcance de alguna de ellas, que, perdida o distraída, pudiera lastimarme; como quiera que ya empezaba la bajamar, esta circunstancia me permitió observar los cangrejos que, al amparo de las rocas se hallaban protegidos y salían de sus escondites para expansionarse y liberarse del cautiverio impuesto por la naturaleza y la bravura del Cantábrico que allí, dada la orografía del terreno, zurra con energía descontrolada en ese recoveco de la costa en la maravillosa cornisa cantábrica.

Cuando empezó a bajar la marea, los cangrejos ya libres del temor que les infringen las olas, salían hacia las rocas a liberar sus instintos, lo que me permitió regocijarme en la contemplación de estos crustáceos por los que siempre he sentido un atractivo, sin saber bien cuáles son los motivos, pues, en varias ocasione los he pescado, lo mismo que pulpos o lo que se nos ponía por delante cuando íbamos los amigos de pesca, a la playa o las rocas a pasar un rato disfrutando de la presencia y compañía del mar.
Había escuchado con detenimiento a los viejos pescadores de San Sebastián, (Donostia) Pasajes (Pasaia)  y Guetaria, -entre otros- hablar muchas cosas de los cangrejos, despertando en mi un cierto interés por esos crustáceos que casi siempre me habían pasado desapercibidos, (excepto cuando los pescábamos) pero que, empezaron a calar en mi y decidí documentarme sobre su existencia en nuestro planeta.
Me enteré que este crustáceo del orden de los decápodos (posee cinco pares de patas) como la langosta, gambas y camarones, tienen en común su carácter bentónico; viven vagando sobre el fondo , excepto algunas especies de la llamada super familia portunoidea, que han desarrollado el hábito nectónico, es decir, viven generalmente -como nuestros políticos-nadando entre dos aguas, y apenas van al fondo.
En los cangrejos, el primer par de patas locomotoras ha ido evolucionando hasta convertirse en un par de robustas pinzas que utilizan para capturar y manipular su alimento; así como para la disputa territorial y el cortejo, cuyo ceremonial es original y muy curioso.
La mayoría de los cangrejos viven muy cerca o dentro del agua, si bien, algunos, sólo acuden al líquido para reproducirse, haciendo su vida normalmente en las rocas y sus proximidades.
Los cangrejos de mar son muy huidizos ante la presencia humana y desaparecen de nuestra vista lo más pronto que le permiten las circunstancias.
Como artrópodos que son, están dotados de un exoesqueleto que a menudo adquiere el carácter de caparazón duro, porque está mineralizado con carbonato cálcico. Esta cáscara dura, no puede crecer. El crecimiento de estos crustáceos requiere una muda del exoesqueleto; ocasión que algunas especies aprovechan para reproducirse; siendo este, un momento muy peligroso para el cangrejo, pues se queda sin su principal medio de protección y a merced del resto de vecinosa los cuales le vendría de maravilla como exquisito manjar.
Durante este periodo de tiempo, (por instinto) el cangrejo intenta ocultarse de la presencia de sus colegas, pues como el caparazón (aunque un poco más grande que el viejo) es blando, requiere un tiempo para endurecer y estar en igualdad de condiciones que los demás.
Cuando el cangrejo desecha el caparazón, ( el viejo ) este, parece un cangrejo muerto a primera vista, pero mirándolo de cerca y observándolo con detenimiento veremos unos orificios donde estaban los ojos.




Con frecuencia vemos en la orilla del mar o depositados en la arena de las playas algunos de estos ejemplares que al tener el interior hueco, flotan (no siempre) y son llevados fuera del agua por la acción de las olas, como el resto de residuos que son depositados en la arena y decoran nuestras playas para regocijo de nuestra vista.
Los cangrejos ermitaños tienen el abdomen blando y un caparazón muy débil, lo cual les obliga a buscar otros animales marinos para proteger su cuerpo. A estos cangrejos le acompaña su concha protectora a todas partes.
Al cangrejo de mar, le ocurre un poco lo que al camaleón, tiene una gran variabilidad en su coloración; puede ser verde, rojo, gris, marrón, etc.; su alimentación es carnívora- crustáceos, bivalvos, peces y pequeños animales muertos, etc.
El cangrejo es un animal nocturno por naturaleza, si bien, es frecuente poderlo ver fuera del agua durante el día pululando por las rocas (y cercanías) bañadas por el efecto de las olas, siempre a corta distancia del agua que le permita refugiarse en ella para protegerse.
La característica del cangrejo de caminar de lado es porque tiene curvadas las patas para permitirle entrar en pequeñas oquedades y estrechas grietas para mantenerse alejado y protegido de algunas especies (poco amigas) de peces de dientes muy afilados o de cangrejos más grandes a los que les serviría de un sabroso menú a la carta sin tener que ir al restaurante.

Todos los cangrejos tienen instinto guerrero, son muy peleones y codiciosos, son insaciables, nunca parecen estár satisfechos con lo que tienen. Ya lo indica su nombre científico:  “Maenas” que significa Rabioso. Se da la circunstancia de que un cangrejo adulto grande harto y con un sabroso gusano o cualquier otro alimento en la boca, intentará por todos los medios a su alcance, robarle la comida a otro que se halle en sus proximidades, en cuya pelea, es frecuente que pierda laguna de sus patas, generalmente suele ser una de las pinzas que, es con las que atacan y se defienden. Su instinto, en cuanto a codicia, avaricia e insaciabilidad, no dista mucho del comportamiento humano. Los cangrejos de mar, como los humanos, tiene dos ojos; estos, van alojados en el extremo de unas proyecciones que salen de su caparazón y están provistos de un par de sensores entre ambos, que les permiten mantenerse en guardia o tomar las de Villadiego si fuera necesario.
Las hembras, generalmente llevan sus masas de huevos en la parte inferior de su cuerpo, las depositan en una masa plactónica, hasta que las larvas supervivientes, descienden al fondo para convertirse en esos minúsculos cangrejos que en verano podemos encontrar en las rocas, y esturiones de los ríos a lo largo de nuestras abundantes costas. Las hembras de la especie de cangrejo  pequeño, suelen poner unos doscientos mil huevos. La vida de las hembras, es de unos tres años, mientras que la de los machos, es aproximadamente de cinco.
El hombre, haciendo gala de ser el animal más depredador del planeta, también ha encontrado en el cangrejo un elemento más para su alimentación; si bien, la porción de masa alimenticia aprovechable del cangrejo, es escasa, lo sabroso de la misma, hace que sea apetecible por ese otro animal que nada ni a nadie respeta: “el Homo sapiens”  Si bien, en defensa de este último, debería decirse que en Japón, los cangrejos están a punto de terminar con una isla, la están aniquilando. La isla Hoboro, la van escavando, horadándola, de tal forma que las olas arrastran la tierra floja y la dejan esquelética. Otro ejemplo a tener en cuenta, es la isla Chritmas Island ubicada en el noroeste de Australia, que, en el mes de diciembre, ciento cincuenta millones de una especie de cangrejos listos para aparearse, sus hembras ponen una media superior a los cien mil huevos; lo que supone unos siete mil quinientos millones de millones de cangrejos bebés por todas partes de la isla. ¡Menudo panorama! A veces vemos en algún reportaje, auténticas marabuntas de cangrejos por calles, carreteras y demás, lo que ocasiona enormes molestias a los ciudadanos
Y, como me parece que ya me estoy extendiendo demasiado, dejaremos para otra ocasión más propicia la simpatía que siento hacia el cangrejo de mar.
Luis



2 comentarios:

Manuel dijo...

Saludos,
-Manolo-

Anónimo dijo...

Es interesantísima lo que cuentas de los cangrejos, te tiene que gustar mucho la naturaleza para que te hayas empapado tanto y tantas cosas de los ellos. A mi nieto Marc, le diré que lo lea pues le gustan mucho los animales,
lo mismo los de tierra que los de agua y no le dá miedo de ninguno.
En cuanto a tú perra Rhan, cuidala bien, mi hija también tiene una perra pastor alemán y es muy obediente y muy guapa, lo que pasa que ya es un poco vieja y no tiene la agilidad que tenía antes, cuando bamos al pueblo ya es conocida pues hay años que se pasa buenas temporadas con nosotros y ella tan contenta.Saludos Cari.