11 septiembre 2015

EL POTRO


El conocido como potro de herrar, es una estructura de piedra o madera (a veces mixta) que en el pasado servía para sujetar a los animales e inmovilizarlos para herrarlos  o atenderlos cuando requerían atención sanitaria u otros menesteres.

Afortunadamente, a lo largo del territorio nacional todavía se pueden contemplar  algunos ejemplares  en perfecto estado de conservación; y, que yo conozca, en varias localidades de Ávila, el noroeste de Toledo, el suroeste de Salamanca, en distintos lugares de Zamora y parte de Andalucía -seguramente habrá bastantes más que no he tenido la suerte de conocer-, han merecido mi atención, por el buen aspecto que ofrecen algunos de estos artilugios que ahora no los apreciamos en su justa dimensión y son para la inmensa mayoría de gente joven, los eternos desconocidos. En la casi totalidad de los ejemplos citados, los potros se han convertido en centro de atracción del turismo, y, a pesar de hallarse en desuso -como es lógico debido a la modernidad-,  son el orgullo de los ciudadanos que los conservan como lo que son: una joya, una reliquia del pasado que nos recuerda cómo realizaban artesanalmente los trabajos duros y las labores nuestros antepasados, así como los medios y herramientas que usaban para dichos menesteres, y que  ahora, a algunos de nosotros nos parecen jurásicos.

Las fotografías adjuntas -todas bajadas de Internet, excepto las dos primeras -por encima y por debajo de esta líneas- que corresponden al extinto potro de nuestro pueblo,  (proporcionadas por el “Bloguero Mayor del Reino, más conocido como Manolo” en el que vemos unos niños jugando, -y, según me dice él- que son los hijos de Luis, nietos de Felicísimo- muestran algunos de los ejemplos vivos de esas reliquias anteriormente mencionadas.  

  
En la casi totalidad de los pueblos de Ávila, Salamanca y un poco menos Zamora- por citar zonas de nuestro entorno-, había al menos un potro -propiedad del Ayuntamiento- que era de utilización gratuita para quien precisara su uso -en mi pueblo, los niños de mi época lo usábamos de gimnasio-; como también había al menos una fragua para poder mantener en perfecto estado de servicio los aperos de labranza y demás enseres propios de la actividad agrícola y ganadera de la época en esas zonas de la España profunda y campesina, que han ido quedando abandonadas de la mano del dios de la cultura,  y, a pesar de que -aparentemente- nos puedan parecer  unas simples piedras semi desordenadas , es muy significativo el servicio prestado a nuestros antepasados  por este “aparatejo” que continúa formando parte activa del vivo recuerdo de nuestra heredada cultura que todos deberíamos esforzarnos por conservar.  


 Como muestra el esquema del potro de herrar de la fotografía que precede a estas líneas, aparecida en la  edición del año 1.925 de la enciclopedia Larousse, podemos observar la robustez del aparato de herrar, ya más modernizado y provisto de todos los aperos necesarios para inmovilizar a las bestias; si bien, era solo de madera, algo que era frecuente en determinadas zonas en las que la piedra no era abundante.

¿En qué consiste este artilugio?
Se trata de una estructura sólida compuesta por cuatro consistentes pilares de piedra -también los había y hay de madera- con unas vigas de madera, transversales y fijas a los pilares de piedra, una en la parte superior trasera que permitía el paso del animal y otra más baja en la delantera consistente en un yugo de dura madera y una sola cabeza, en la que se amarraba por el testuz a la res mediante coreas que fijaban los cuernos al yugo o los atalajes de la bestia cuando no eran reses los animales que requerían sus prestaciones.


El  animal se introducía en el potro, se inmovilizaba fijándole la cabeza al yugo y, pasándole las correspondientes cinchas por debajo de la panza u otras partes del cuerpo cuando se hacía necesario para permitir su inmovilización, como lo muestra la antes citada adjunta fotografía en blanco y negro de Larousse.
El pergamino que precede a este párrafo, corresponde a la descripción de potro de herrar sita en la plaza mayor de Navalperal de Tormes que, se cita como ejemplo de los muchos que se hallan repartidos por nuestra geografía.


Éste artilugio estaba provisto de una biga longitudinal  giratoria, para que, ayudado por un palo que se usaba como palanca, al girar  acortara las riendas -Correas por debajo de la panza del animal- hasta lograr que las patas no tocaran el suelo, y al quedar ligeramente elevado facilitara la labor de herraje.

Complementaban el sistema, una serie de palos o varas y puntales oblicuos que se apoyaban en los postes traseros, además, de los correspondientes ganchos que se sujetaban a las vigas laterales - una de las cuales, como ya he citado, giraba para tensar los atalajes- como se muestra en la siguiente fotografía.

Para evitar el retroceso, se clavaba la palanca o inmovilizaba mediante resistentes correas de cuero, maromas o cuerdas gruesas si no había otros medios, asidas fuertemente a los postes y las bigas del potro para inmovilizar el animal.
Algunos de los potros de herrar, eran tan simples como el mostrado en la foto inferior que, no puede ser más elemental y escueto en materiales.


Hasta hace poco más de medio siglo, todavía en algunas zonas rurales del territorio nacional, el potro fue la herramienta imprescindible para herrar vacas y bueyes, y  cuando era necesario, burros, caballos, mulos etc.
También lo utilizaban frecuentemente los veterinarios como quirófano para “anestesiar” e inyectar o curar a los animales que no facilitaban su labor a la hora de aplicarles el tratamiento facultativo que requerían para recuperar la salud o aplicarles las pertinentes vacunas cuando las circunstancias lo requerían.


Con la modernización, también los potros-quirófanos fueron mejorando, como es el ejemplo de la  fotografía que precede a estas líneas y podía ser transportado de un lugar a otro cuando las circunstancias lo requerían.


En aquel entonces, cuando se trataba de pueblos pequeños o aldeas con pocos vecinos; el herrador y el veterinario iban de pueblo en pueblo una o dos veces por semana para cubrir las necesidades de sus vecinos, y, generalmente, cobraban por igualas (pequeñas cuotas) por meses y cabezas de ganado; toda vez que, mediante este sistema les resultaba más económico a los labriegos que si lo hacían por libre; y, tanto el herrero como al veterinario, se aseguraban un dinerito fijo, que al final de mes les venía a las mil maravillas; si bien, algunas veces cobraban en especias (huevos, carne, cereales, queso, patatas, etc.) y, mediante ese trueque, les salía más llevadero el pago a los campesinos que precisaban sus servicios profesionales y, tanto al herrador como al veterinario, más económica la adquisición de esos bienes.


Cuando se trataba de poblaciones grandes, los veterinarios -no siempre- tenían su potro privado en su correspondiente corral en el que realizaban las actividades de su profesión y pasaban la “consulta”, además de un herrador que realizaba el herraje que previamente se había acordado con el veterinario en cuestión.
Las caballerías, al ser animales más dóciles, generalmente, no era necesario amarrarlas al potro ni para herrarlas ni para curarlas, salvo excepciones, pues, es bien conocido que con solamente atarlas del ramal, levantarle la pata, sujetarla con las manos  apoyadas sobre la rodilla de una persona mientras el herrador realiza la faena, era y sigue siendo suficiente para realizar la labor de herraje eficazmente.



Afortunadamente, son bastantes las poblaciones que han recuperado el potro o lo han sabido conservar; no así, ha ocurrido en mi pueblo -La Zarza de Pumareda- en el que lo mismo que en la película, se ha quedado en “lo que el tiempo se llevó”, y es una lástima que algo tan entrañable y que fue de tanta utilidad, haya desaparecido y nadie sepa donde ha ido. No obstante, en “El Cotorro”, hay sitio suficiente para reemplazarlo, si no en el mismo lugar exacto que anteriormente estaba ubicado, sí en las proximidades, si las autoridades consideran que es un bien cultural y las arcas municipales lo permiten -algo que no siempre es posible como es obvio-, a pesar de que el importe del mismo, no sería una elevada cantidad de dinero pero que, no siempre está disponible en todo momento para conservar o recuperar los bienes culturales que  han ido desapareciendo por falta de la debida atención que, en su momento requerían. Y,  piedra para ese menester hay suficiente en el pueblo, si es que no se localizan las que  estructuraban el original, porque ningún lugareño conozca su paradero.

¿Habrá que buscarlas como el “Arca Perdida"…?   ¿Se encontrarán?; 

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo apoyo la "moción" un trozo así de la historia del pueblo ahy que recuperarlo.
Me parece que las descripciones han sido muy acertadas.
¿Dónde irán a parar estos aparatos una vez ya retirados?

Cesar Esteban

Félix dijo...

Bonito tema, Luis, este de los potros. Alguien debe saber que fue de aquellas piedras.Tengo oído que alguien las cogió para hacer un apaño en una pared o finca.No sé que habrá de cierto, pero seguro que preguntando se sabrá que fue de ellas. En todo caso,como bien dices ,en la Zarza hay piedra de sobra para reimplantarlo. Solo es cuestión de voluntad. Lo mismo que las "pozas"o lavaderos se les debería sacar a la luz si es que se enterraron sin destruirlas.
En temas de conservación de nuestro patrimonio hemos sido unos adanes,no se ha valorado lo mucho que hicieron nuestros antepasados y si desaparecen aquellos vestigios desaparece la memoria.
Hay dos potros de una hechura soberbia en los pueblos de Peralejos, cerca de Vitigudino,uno en cada pueblo Peralejos de Arriba y el de Abajo.Uno de ellos figura en la serie de cinco fotos que mandé a un concurso de cultura popular en un certamen del Ministerio de Cultura y fueron seleccionados y ya forman parte del archivo Nacional que esta en un pueblo de Cuenca, creo.Tambien las cabañas y las cruces que presenté asi como las portadas que llamamos "cañizos" auténticas joyas de la arquitectura popular.En nuestro pueblo hay uno que debería ser protegido como de interés cultural,pero bueno,doctores tiene la iglesia.
Un abrazo.
Félix

Manuel dijo...

El Potro, las pozas, los poyos y tantas cosas desaparecidas, cambiadas, sin ton ni son, en pos de un modernismo mal entendido. El potro no sería muy costoso ni difícil montar uno, lo más parecido al que existió. Con las imágenes existentes se podría llevar a cabo una fiel reproducción. Cosas más difíciles se han hecho. Y para inaugurarlo, estrenarlo y que los jóvenes vieran cómo funciona, permítaseme y perdóneseme la broma, podrían herrarse a los que erraron en su día haciéndolo desaparecer.
Félix se refiere a los potros de Peralejos de Arriba y de Abajo. En el Baúl 13, hay una imagen de los hermanos Carina y Elbio, que en una visita a La Zarza (abril 2006) pasaron por Peralejos de Arriba para saludar y llevar noticias a familiares de ese pueblo que conviven con ellos en Argentina. La foto junto a una lugareña tiene como fondo el potro, que en la actualidad está más cuidado y adecentado su entorno, que como aparece en la imagen. (www.zarzadepumareda.es/baul13b4.jpg)
A ver si tirando del hilo, en este caso más bien de soga o maroma, se encontraran los cuatro postes graníticos de aquel potro. Si aparecieran y estuvieran intactos (?), su reconstrucción sería de lo más fácil. Una gran recuperación. Quien sepa algo sobre su paradero que hable, es el momento.

-Manolo-

Almanaque dijo...

En Cerezal de Peñahorcada se conserva un potro de herrar que he podido ver este mismo verano.
Muy interesante toda la entrada y excelentemente explicada. Enhorabuena.