El chopo, es un árbol que abunda en parques, jardines, bordes
de caminos, bosques, etc, que resulta familiar a la mayoría de las personas
aficionadas a contemplar la naturaleza.
El chopo y la higuera, son dos de las especies de árboles más
débiles y sus enclenques ramas quebradizas se rompen fácilmente sin apenas
esfuerzo. De eso, sabemos bastante los que como yo de chavales nos subíamos a
los árboles, unas veces a coger nidos, y otras por el mero hecho de subirnos.
Los chopos son apreciados como árboles de sombra por su
frondosidad dada la abundancia de hojas y ramas que forman su espesura; amén
del sonido que, con la acción del viento suave produce el vibrar de las hojas,
parecido al sonido ondisonante generado por el vaivén de las olas en el
movimiento-sonido undísono, que produce una sensación de relax, parecida a la
de sentarse debajo de uno o varios tilos que son relajantes como es bien conocido.
Por otra parte, el chopo tiene unas propiedades medicinales
no siempre conocidas, (en las que no voy a entrar) entre las que se encuentran
las antirreumáticas, diuréticas y para el tratamiento del dolor, por citar
algunos ejemplos.
Las flores del chopo reunidas en inflorescencias (especie de
racimos) colgantes que aparecen antes que las hojas y al tacto resultan
ligeramente pegajosas, tiene un atractivo especial, pues al estar colgando en
forma de alargados pendientes verdes cuando al árbol no le han salido aun las
hojas, penden de las ramas cual adornos
de árbol de Navidad, proporcionándole un original y curioso atractivo, sobre
todo, cuando el viento las mueve suavemente.
El fruto encapsulado del chopo de color verdoso que se torna
pardo al madurar y contiene unas pequeñas semillas cubiertas de una capa
algodonosa, que al librarse, lo hacen en forma de copos de algodón que inunda el
entorno del árbol, dejándolo en algunos casos como si hubiera terminado de
nevar; cuando hay fuerte viento y lo levanta, se forma una especie de niebla
nada agradable.
Esos suntuosos chopos que me traen a la memoria con tanta
frecuencia los dulces recuerdos de mi niñez -hoy, desgraciadamente, aunque
diezmados, son de los pocos árboles que quedan en el pueblo-, han dado cobijo
bajo su sombra a cientos de compueblanos que han disfrutado a lo largo de
muchos, pero muchos años, del relajante y merecido descanso sentados en alguno
de los poyos escuchando el sonido de las hojas de ”sus chopos”; porque todos en
el pueblo, han -y hemos- considerado nuestros esos árboles tan conocidos y
queridos por todos los paisanos. La foto que precede a estas líneas lo demuestra con meridiana claridad.
Sé muy bien que el chopo es un árbol que ensucia bastante,
todo su entorno lo mancha con esa especie de neblina en forma de líquido
grasiento que desprenden las hojas en forma de pequeñas partículas y resulta
pegajoso al tacto; pero, esos chopos (precisamente esos chopos de mi pueblo),
que tan relacionados están con mi infancia zarceña, están desapareciendo;
solamente queda una pequeña parte-muestra de lo que antes eran “Los Chopos”. Con
lo fácil que arraiga en cualquier parte esa especie de árbol -y, más en ese
lugar concreto en el que la humedad es abundante-, y lo sencillo que es plantar
un esqueje.
Probablemente, los zarceños de mi edad y alguna generación
posterior guarden los mismos o parecidos recuerdos de los chopos que los que yo
tengo, pues, han sido muchos los ratos que he pasado en ese lugar tan
entrañable, por lo significativo que siempre me ha resultado.
El verano pasado, en las fiestas de San Lorenzo sentí gran
alegría al comprobar cómo algunas familias celebraban con euforia en su entorno
protegidos por la tupida sombra que les proporcionaban, la degustación de la
sabrosa paella -que muestra la fotografía- proporcionada por el Ayuntamiento a
cuantos quisieron participar en el evento. Volvieron a mi los recuerdos de los
buenos momentos que, unas veces sólo y otras acompañado de algún amigo de la
infancia, pasé en ese preciso lugar; lugar, que ha permanecido siempre en mi
recuerdo y seguirá en él hasta el final de mis días.
“Los chopos”, siempre han sido un lugar de referencia para
todos los zarceños, no solo para los chavales que de niños nos servía como
distracción para jugar, sobre todo, cuando era abundante lo que llamábamos
algodón, y lo cogíamos a “puñaos” para tirárnoslos unos a otros como si fueran
bolas de nieve. Sin embargo, resultaba incómodo -más bien molesto- para los
vecinos del entorno que, sobre todo para las mujeres que en aquel entonces eran
las únicas encargadas de la limpieza casera, se veían invadidas por los
dichosos copos de algodón que se le metían por todas partes (especialmente los
días de mucho viento), con el consiguiente cabreo, como es lógico, y les
obligaba a mantener las puertas y ventanas cerradas cuando ellas querían que la
casa se ventilara abriéndolas de par en par. Pero, a pesar de ello, seguían
queriendo a “sus chopos”; los chopos de todos los del pueblo.
4 comentarios:
Solo suscribir, coincidir en la nostalgia, “……Probablemente, los zarceños de mi edad y alguna generación posterior guarden los mismos o parecidos recuerdos de los chopos que los que yo tengo,…..”
Vuelvo a coincidir: “……además, de meternos en el agua (cuando había) del regato que en ese tramo que ahora pasa canalizado por debajo y antes discurría paralelo a la carretera, nos servía de distracción a los pequeños de entonces. ¡Qué tiempos…!”
Añado que, también patinábamos sobre el carámbano cuando se congelaba el regato y los porrazos que nos dábamos
Saludos (Paco)
Para los de cierta edad, los Chopos, los poyos a su sombra, el pilar cercano para calmar la sed en días de verano, son lugares de referencia de nuestra niñez, grabados en nuestra memoria. ¡Qué horas, allí congregados! Nos juntábamos de todas las edades y los mayores comentaban… Pues mi tío dice que en Madrid hay… El mío dice que en Bilbao, Barcelona…. Y los más pequeños, boquiabiertos, escuchábamos todas aquellas noticias y novedades la mayoría de las veces exageraciones que unos y otros contaban.
El paso del coche-correo, primero para abajo y luego para arriba, marcaba las horas; si era domingo, también el rosario. La llegada de un coche extraño “despistado” era un acontecimiento. Si paraba en las inmediaciones, al momento quedaba rodeado por todos los asistentes. Mira, este coche corre a 200. -Eso es imposible- decía otro.
Recuerdos y más recuerdos de nuestra niñez, que nos marcaron y que llevaremos con nosotros hasta el final de nuestros días.
-Manolo-
Tengo muy buen recuerdo de una mañana de San Lorenzo tomando chocolate con bizcochos. Fueron unos instantes extraordinarios. Coincido con Manolo en mirar los coches que llegaban y echar un vistazo al velocímetro par ver a cuánto podía correr.
Luis, muy gráfico y detallado tu relato. Tienes una gran memoria. Esas volutas que se desprendían como copos de nieve son una de las muchas cosas que me sorprendían. Un abrazo. Salva
Hermoso artículo sobre un árbol que entró en mi casa en forma de mueble. De los chopos de mi padre de Prado Redondo, Felicísimo hizo un hermoso aparador.
Para mí el chopo está asociado a la poesía de Antonio Machado que los llama: “Liras de primavera”
César Martín
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