01 julio 2014

LANORIA


Siguiendo en la línea de los recuerdos relacionados con los aperos agrícolas que le fueron tan útiles a nuestros antepasados, como  el carro, el arado, el trillo…, a los que en su momento dediqué mi pequeño homenaje en ésta Web; hoy, quisiera ahondar un poco más en el tema y traer a colación uno que, no lo fue tanto como los anteriores, sin embargo, en determinadas zonas dedicadas entre otras cosas a la horticultura y el regadío, prestó un buen servicio; me refiero a “la noria”.
Ese original invento  que trae a mi memoria muchos y muy gratos recuerdos de mi infancia, toda vez que, en la huerta de mi abuela teníamos una, que, como la mayoría de las cosas desaparecen con el tiempo y ha dejado en mi una larga estela de recuerdos, de los muchos y buenos ratos que pasé junto a ella sacando agua del pozo para regar las hortalizas del huerto. 
La noria (también conocida como noria de sangre), que, en tiempos bastante remotos fue un artilugio muy útil para la agricultura, tanto para extraer agua de los pozos como par determinados molinos; en la actualidad ha pasado al olvido, y, prácticamente sólo la podemos apreciar en los museos o algún que otro lugar del coleccionismo, toda vez, que, dada su poca utilidad tanto en las zonas agrícolas como de regadío y hortícolas, además de su práctica engorrosa por la necesidad de moverse por tracción animal, es algo que en estos momentos resulta antieconómico, si lo comparamos con la eficacia y el rendimiento de las motobombas que actualmente existen en el mercado a un precio bastante asequible, tanto con motor eléctrico, de explosión o combustión interna.

No se sabe con exactitud el origen de la noria; parece ser que su procedencia proviene de alguno de los siguientes lugares: Egipto, Mesopotamia, China, India o Grecia; si bien, su estructura inclina a fundamentarse en la mecánica helenística, sin que  existan evidencias de confirmación del hecho; aunque, está muy extendida la creencia de que fueron los árabes sus autores, por la fama que les acompañaba de ser grandes expertos en el manejo del agua y su canalización por aquel entonces.
Nadie reclama su invención, ni existe patente alguna cuyo número acredite su autoría, sin embargo, la noria de agua ha sido uno de los ingenios que le ha prestado un gran servicio al agricultor, y le ha hecho la vida más agradable a mucha gente a lo largo de los siglos en este vasto mundo.
La expansión de la cultura islámica, que, a través de sus conquistas extendió el uso de la noria, no sólo por Europa, sino también por África y Asia, hizo que su aplicación se aceptara en las zonas rurales sin demora por todo el planeta en aquella época, pues, sin duda alguna, era el mejor medio para sacar agua de los pozos hasta entonces conocido, amén de otros menesteres a los que se aplicó desde el origen.

A España llegó a través de los agricultores asirios que se afincaron en Andalucía y el levante español a partir del siglo VIII, aunque los datos no parecen ser muy precisos; si bien, su existencia y utilidad se mencionan con bastante frecuencia en la literatura castellana a través de sus clásicos, por los beneficios que la noria aportaba al campo. Antonio Machado, loa sus virtudes en una poesía dedicada a este artilugio tan útil para la agricultura del siglo en que fue concebida y puesta a disposición del agricultor.
La noria de sangre, se inventó como herramienta de trabajo para la extracción de agua de los pozos que, mediante dos ruedas dentadas, una vertical y otra horizontal, provista de engranajes, que, instaladas sobre la boca del pozo y movidas por tracción animal, giraban, y, al estar engranadas, se ponía en funcionamiento el artilugio provisto de una especie de cadenas, maromas u otros sistemas parecidos, en los que se colgaban unos cangilones (o arcaduces) que al introducirse en el pozo  en sentido giratorio, se llenaban de agua que subía al exterior para ser depositada en una pila o artesa provista de un tubo de salida que daba acceso a las correspondientes canalizaciones que permitía disponer de un considerable caudal de agua para el regadío, en función de lo rápido que caminase el animal que la hacía mover; generalmente un asno o un mulo.

En la parte superior de la noria se aloja el mayal (o mayales), que es un palo largo al que se engancha el aparejo de la bestia que tira y con su esfuerzo hace girar la noria.
El mismo sistema -de mayales- se utilizaba también  para mover los molinos de aceite, las tahonas y malacates (aparato este último, muy usado  en las minas para sacar minerales y agua). En ambos casos, ésta máquina ha caído en desuso.
En la fotografía en blanco y negro que acompaña a este escrito, podemos apreciar al cuadrúpedo, así cono el sistema de enganche y los atalajes que lo unen al mayal.
La documentación de que se dispone, demuestra que al principio, las norias estaban construidas de rústica y pesada madera, tanto las ruedas dentadas como el resto de la máquina, que estaba en contacto con el agua; si bien, para evitar en lo posible su deterioro se impregnaban de grasa, cuyo recubrimiento impedía la absorción del agua.
Con el paso del tiempo, todo el sistema del artilugio se metalizó y robusteció, reduciendo el espacio y aumentando la eficacia y el rendimiento de la máquina.
Es curioso, que éste sistema tan rústico se ha estado utilizando con normalidad hasta mediados del siglo pasado, encontrándose en la actualidad algunos ejemplares a modo de reliquia y en funcionamiento, como reclamo turístico, pero, sin utilidad práctica, sino testimonial como sistema sostenible y respetuoso con la naturaleza y el medioambiente.

Al principio se usaban gruesas maromas para amarrar los cangilones; estas maromas requerían una elaboración especial y fueron sustituidas por sistemas metálicos  de unión, que, en forma de cadena, permitían un ajuste mejor de los cangilones como se puede apreciar en las fotografías que se adjuntan, tanto de norias como de cangilones que han sido todas obtenidas de Internet.
La noria que teníamos en la huerta, era igual que la de la fotografía de la derecha, fabricada en Salamanca, en los talleres de Moneo Hijos, que si no recuerdo mal, está o estaba frente a los jardines del Campo de San Francisco (supongo que de existir, ahora estará en el extrarradio), más o menos próximo al cruce del paseo San Vicente-Ramón y Cajal-Escuela de Artes y Oficios.
Esa noria fue mi compañera durante muchos años en el pueblo en las tardes veraniegas cuando ya acusaban la sed las hortalizas que sembrábamos en la huerta.
Como niño que yo era, me gustaba dar vueltas a la noria y disfrutar viendo salir el agua y cayendo de golpe, tan clara, tan fresca, que me hacía ilusión meter dentro de la pila que recibía el agua de los cangilones: los tomates, manzanas, ciruelas o peras que merendaba mientras regaba, así como la lechuga tierna o la sandía para que estuviera fresca y disfrutar después comiéndomela.

Al subir los cangilones cargados de agua hasta los topes, rebosaba y caía de nuevo al pozo produciendo un sonido undísono-tintineante de lluvia del que he conservado el vivo recuerdo hasta la fecha; por eso, me permito la libertad de plasmar en esta entrada mis sentimientos hacia ese artilugio que, no por ser poco conocido por la mayoría de las personas, deja de ser uno de mis más gratos recuerdos de mi infancia zarceña, al que le dedico este pequeño homenaje:
                         



                             Vieja noria, noria vieja,
                           que en mi tierra castellana,
                           fuiste mi fiel compañera
                           desde una edad muy temprana.
                           Tantas tardes de verano     
                           de mi tierna y dulce infancia,
                           y algunas veces muy temprano
                           acudía a ti con prestancia:
                           al calor de tu hermosura,
                           para estar junto a tu lado                         
                           y sentarme a tu vera,
                           a respirar la fragancia
                           de la aldea donde naciera.
                           ¡Cuántos ratos junto a ti
                           en La Zarza de Pumareda!,
                           regando con ilusión
                           la seca y polvorienta huerta
                           cuando al caer la tarde,
                           calurosa y veraniega
                           la tierra se seca,
                           se endurece y agrieta,
                           la mies se enmustia
                           y la hortaliza pardea
                           por falta de agua
                           que alivie su angustia y su pena,
                           su sed agobiante,
                           sus raíces  secas…

                           Allí estabas tú esperándome,
                           mi vieja noria, mi noria vieja,
                           con tu música rítmica,
                           con tu paciente espera
                           y el girar de tus ruedas,
                           que, cual hermosa doncella,
                           premiabas mi oído
                           con tu canción más bella,
                           que, sin leer su letra,
                           hacían que la música
                           fuese, armónica, dulce y lenta,
                           como una melodía
                           al caer el agua
                           que el cangilón vertiera,
                           y con el tintineo de sus gotas
                           que, cual lluvia de primavera
                           eran la música celestial
                           que la tierra espera.

                           Vieja noria, noria vieja
                           que te acercaste a mi tierra
                           para acompañarme en la vida
                           desde mi edad más tierna,
                           ayudándome en las tareas
                           para regar la huerta;
                           hoy, quiero darte las gracias
                           por lo grata que fue tu presencia,
                           tu gallardía inigualable,
                           tu compañía y tu paciencia.
                           Y también quiero que sepas
                           que conservo vivo tu recuerdo
                           hasta el día que me impida la vida
                           que, ya recordarte no pueda;
                           y, como a todo hombre cuerdo,
                           hay cosas que nadie olvida
                          y por eso tanto de ti me acuerdo;
                           mi vieja noria, mi noria vieja

                           que un día viniste a mi pueblo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Saludos,
Manolo

Anónimo dijo...

Gracias de nuevo por ilustrarnos sobre aparatos cuyo uso ya se ha perdido prácticamente. Me ha parecido muy interesante que hablaras del origen y de como llegó hasta la península.
Ahora que estamos perdiendo inluso el uso de la fuerza animal, nos da la impresión de que ya no existen burros para tirar de, norias, arados, etc...

Afectuosamente

Cesar

Manuel dijo...

Magnífico reportaje; bonitas y curiosas imágenes.
Ahora que citas la noria en la huerta de tu abuela, vienen a mi mente vagos recuerdos de aquella. Pero la que recuerdo más vivamente y mucho es la del tío Leandro y Catalina, en la huerta más allá del Pozo el Moro. Cuántas veces nos quedábamos extasiados contemplando el subir y bajar de los cangilones chorreando y su soniquete. ¡Qué pena que se pierdan todas estas cosas del pasado, norias, cabañas, molinos, etc. Debieran mimarse y conservar en lo posible para las generaciones venideras. Me consta, pues lo he comprobado, que en algunos pueblos así es. En la zona de la Rioja, hay molinos rescatados, muy didácticos que visitan los escolares.
Ahora bien para Noria, noria, o ÑORA, la del Museo de la Huerta en Murcia,. Una noria gigante que me fascinó cuando la vi. Estas de la huerta murciana suelen elevar el agua de una acequia a otra a 2, 3 o más metros de altura. Buscad en Google “La Ñora Murcia” (por ejemplo) y veréis sus dimensiones. Estas norias no giran por el tiro de un animal; la corriente de la acequia baja la mueve, elevando el agua a la acequia más alta.

-Manolo-