Siguiendo en la línea de los recuerdos relacionados con los
aperos agrícolas que le fueron tan útiles a nuestros antepasados, como el carro, el arado, el trillo…, a los que en
su momento dediqué mi pequeño homenaje en ésta Web; hoy, quisiera ahondar un
poco más en el tema y traer a colación uno que, no lo fue tanto como los
anteriores, sin embargo, en determinadas zonas dedicadas entre otras cosas a la
horticultura y el regadío, prestó un buen servicio; me refiero a “la noria”.
Ese original invento que trae a mi memoria muchos y muy gratos
recuerdos de mi infancia, toda vez que, en la huerta de mi abuela teníamos una,
que, como la mayoría de las cosas desaparecen con el tiempo y ha dejado en mi
una larga estela de recuerdos, de los muchos y buenos ratos que pasé junto a
ella sacando agua del pozo para regar las hortalizas del huerto.
La noria (también conocida como noria de sangre), que, en
tiempos bastante remotos fue un artilugio muy útil para la agricultura, tanto
para extraer agua de los pozos como par determinados molinos; en la actualidad
ha pasado al olvido, y, prácticamente sólo la podemos apreciar en los museos o
algún que otro lugar del coleccionismo, toda vez, que, dada su poca utilidad tanto
en las zonas agrícolas como de regadío y hortícolas, además de su práctica
engorrosa por la necesidad de moverse por tracción animal, es algo que en estos
momentos resulta antieconómico, si lo comparamos con la eficacia y el
rendimiento de las motobombas que actualmente existen en el mercado a un precio
bastante asequible, tanto con motor eléctrico, de explosión o combustión
interna.
No se sabe con exactitud el origen de la noria; parece ser
que su procedencia proviene de alguno de los siguientes lugares: Egipto,
Mesopotamia, China, India o Grecia; si bien, su estructura inclina a
fundamentarse en la mecánica helenística, sin que existan evidencias de confirmación del hecho;
aunque, está muy extendida la creencia de que fueron los árabes sus autores,
por la fama que les acompañaba de ser grandes expertos en el manejo del agua y
su canalización por aquel entonces.
Nadie reclama su invención, ni existe patente alguna cuyo
número acredite su autoría, sin embargo, la noria de agua ha sido uno de los
ingenios que le ha prestado un gran servicio al agricultor, y le ha hecho la
vida más agradable a mucha gente a lo largo de los siglos en este vasto mundo.
La expansión de la cultura islámica, que, a través de sus
conquistas extendió el uso de la noria, no sólo por Europa, sino también por
África y Asia, hizo que su aplicación se aceptara en las zonas rurales sin
demora por todo el planeta en aquella época, pues, sin duda alguna, era el
mejor medio para sacar agua de los pozos hasta entonces conocido, amén de otros
menesteres a los que se aplicó desde el origen.
A España llegó a través de los agricultores asirios que se
afincaron en Andalucía y el levante español a partir del siglo VIII, aunque los
datos no parecen ser muy precisos; si bien, su existencia y utilidad se
mencionan con bastante frecuencia en la literatura castellana a través de sus
clásicos, por los beneficios que la noria aportaba al campo. Antonio Machado,
loa sus virtudes en una poesía dedicada a este artilugio tan útil para la
agricultura del siglo en que fue concebida y puesta a disposición del
agricultor.
La noria de sangre, se inventó como herramienta de trabajo
para la extracción de agua de los pozos que, mediante dos ruedas dentadas, una
vertical y otra horizontal, provista de engranajes, que, instaladas sobre la
boca del pozo y movidas por tracción animal, giraban, y, al estar engranadas,
se ponía en funcionamiento el artilugio provisto de una especie de cadenas,
maromas u otros sistemas parecidos, en los que se colgaban unos cangilones (o
arcaduces) que al introducirse en el pozo
en sentido giratorio, se llenaban de agua que subía al exterior para ser
depositada en una pila o artesa provista de un tubo de salida que daba acceso a
las correspondientes canalizaciones que permitía disponer de un considerable caudal
de agua para el regadío, en función de lo rápido que caminase el animal que la
hacía mover; generalmente un asno o un mulo.
En la parte superior de la noria se aloja el mayal (o
mayales), que es un palo largo al que se engancha el aparejo de la bestia que
tira y con su esfuerzo hace girar la noria.
El mismo sistema -de mayales- se utilizaba también para mover los molinos de aceite, las tahonas
y malacates (aparato este último, muy usado
en las minas para sacar minerales y agua). En ambos casos, ésta máquina ha
caído en desuso.
En la fotografía en blanco y negro que acompaña a este
escrito, podemos apreciar al cuadrúpedo, así cono el sistema de enganche y los
atalajes que lo unen al mayal.
La documentación de que se dispone, demuestra que al
principio, las norias estaban construidas de rústica y pesada madera, tanto las
ruedas dentadas como el resto de la máquina, que estaba en contacto con el
agua; si bien, para evitar en lo posible su deterioro se impregnaban de grasa,
cuyo recubrimiento impedía la absorción del agua.
Con el paso del tiempo, todo el sistema del artilugio se
metalizó y robusteció, reduciendo el espacio y aumentando la eficacia y el
rendimiento de la máquina.
Es curioso, que éste sistema tan rústico se ha estado
utilizando con normalidad hasta mediados del siglo pasado, encontrándose en la
actualidad algunos ejemplares a modo de reliquia y en funcionamiento, como
reclamo turístico, pero, sin utilidad práctica, sino testimonial como sistema
sostenible y respetuoso con la naturaleza y el medioambiente.
Al principio se usaban gruesas maromas para amarrar los
cangilones; estas maromas requerían una elaboración especial y fueron
sustituidas por sistemas metálicos de
unión, que, en forma de cadena, permitían un ajuste mejor de los cangilones
como se puede apreciar en las fotografías que se adjuntan, tanto de norias como
de cangilones que han sido todas obtenidas de Internet.
La noria que teníamos en la huerta, era igual que la de la
fotografía de la derecha, fabricada en Salamanca, en los talleres de Moneo
Hijos, que si no recuerdo mal, está o estaba frente a los jardines del Campo de
San Francisco (supongo que de existir, ahora estará en el extrarradio), más o
menos próximo al cruce del paseo San Vicente-Ramón y Cajal-Escuela de Artes y
Oficios.
Esa noria fue mi compañera durante muchos años en el pueblo
en las tardes veraniegas cuando ya acusaban la sed las hortalizas que
sembrábamos en la huerta.
Como niño que yo era, me gustaba dar vueltas a la noria y
disfrutar viendo salir el agua y cayendo de golpe, tan clara, tan fresca, que
me hacía ilusión meter dentro de la pila que recibía el agua de los cangilones:
los tomates, manzanas, ciruelas o peras que merendaba mientras regaba, así como
la lechuga tierna o la sandía para que estuviera fresca y disfrutar después
comiéndomela.
Al subir los cangilones cargados de agua hasta los topes,
rebosaba y caía de nuevo al pozo produciendo un sonido undísono-tintineante de
lluvia del que he conservado el vivo recuerdo hasta la fecha; por eso, me
permito la libertad de plasmar en esta entrada mis sentimientos hacia ese
artilugio que, no por ser poco conocido por la mayoría de las personas, deja de
ser uno de mis más gratos recuerdos de mi infancia zarceña, al que le dedico
este pequeño homenaje:
Vieja noria, noria
vieja,
que en mi tierra
castellana,
fuiste mi fiel compañera
desde una edad muy temprana.
Tantas tardes de
verano
de mi tierna y dulce
infancia,
y algunas veces muy
temprano
acudía a ti con
prestancia:
al calor de tu
hermosura,
para estar junto a
tu lado
y sentarme a tu vera,
a respirar la
fragancia
de la aldea donde naciera.
¡Cuántos ratos junto
a ti
en La Zarza de
Pumareda!,
regando con ilusión
la seca y
polvorienta huerta
cuando al caer la
tarde,
calurosa y veraniega
la tierra se seca,
se endurece y
agrieta,
la mies se enmustia
y la hortaliza
pardea
por falta de agua
que alivie su
angustia y su pena,
su sed agobiante,
sus raíces secas…
Allí estabas tú esperándome,
mi vieja noria, mi
noria vieja,
con tu música
rítmica,
con tu paciente
espera
y el girar de tus
ruedas,
que, cual hermosa
doncella,
premiabas mi oído
con tu canción más
bella,
que, sin leer su
letra,
hacían que la música
fuese, armónica,
dulce y lenta,
como una melodía
al caer el agua
que el cangilón
vertiera,
y con el tintineo de
sus gotas
que, cual lluvia de
primavera
eran la música
celestial
que la tierra
espera.
Vieja noria, noria
vieja
que te acercaste a
mi tierra
para acompañarme en la
vida
desde mi edad más
tierna,
ayudándome en las
tareas
para regar la
huerta;
hoy, quiero darte las gracias
por lo grata que fue tu presencia,
tu gallardía
inigualable,
tu compañía y tu paciencia.
Y también quiero que
sepas
que conservo vivo tu
recuerdo
hasta el día que me
impida la vida
que, ya recordarte
no pueda;
y, como a todo
hombre cuerdo,
hay cosas que nadie
olvida
y por eso tanto de ti
me acuerdo;
mi vieja noria, mi
noria vieja
que un día viniste a
mi pueblo.
3 comentarios:
Saludos,
Manolo
Gracias de nuevo por ilustrarnos sobre aparatos cuyo uso ya se ha perdido prácticamente. Me ha parecido muy interesante que hablaras del origen y de como llegó hasta la península.
Ahora que estamos perdiendo inluso el uso de la fuerza animal, nos da la impresión de que ya no existen burros para tirar de, norias, arados, etc...
Afectuosamente
Cesar
Magnífico reportaje; bonitas y curiosas imágenes.
Ahora que citas la noria en la huerta de tu abuela, vienen a mi mente vagos recuerdos de aquella. Pero la que recuerdo más vivamente y mucho es la del tío Leandro y Catalina, en la huerta más allá del Pozo el Moro. Cuántas veces nos quedábamos extasiados contemplando el subir y bajar de los cangilones chorreando y su soniquete. ¡Qué pena que se pierdan todas estas cosas del pasado, norias, cabañas, molinos, etc. Debieran mimarse y conservar en lo posible para las generaciones venideras. Me consta, pues lo he comprobado, que en algunos pueblos así es. En la zona de la Rioja, hay molinos rescatados, muy didácticos que visitan los escolares.
Ahora bien para Noria, noria, o ÑORA, la del Museo de la Huerta en Murcia,. Una noria gigante que me fascinó cuando la vi. Estas de la huerta murciana suelen elevar el agua de una acequia a otra a 2, 3 o más metros de altura. Buscad en Google “La Ñora Murcia” (por ejemplo) y veréis sus dimensiones. Estas norias no giran por el tiro de un animal; la corriente de la acequia baja la mueve, elevando el agua a la acequia más alta.
-Manolo-
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