27 junio 2012

AL VOLANTE


                                            MANIOBRAS

La normalidad de la circulación consiste en circular siempre de frente, en línea recta y dentro de la corriente del tráfico sin alteraciones relativas de posición, adaptándose en todo momento a las circunstancias de dicha corriente circulatoria; lo que se conoce técnicamente como “progresión normal”.
Para que resulte más sencillo de entender, mientras permanezcamos en el mismo carril al ritmo de los demás, sin variar la posición en la calzada, lo hacemos en progresión normal; aunque, la orografía del terreno y las circunstancias del tráfico, con frecuencia nos hacen variar la trayectoria rectilínea obligándonos a realizar ciertas variaciones en el recorrido, unas veces por la presencia de curvas más o menos cerradas, cambios de rasante de visibilidad reducida o nula, otras por  aglomeraciones; pero, en tanto en cuanto no abandonemos nuestro carril, seguiremos en progresión normal, independientemente de la trayectoria que siga la alineación del camino. Otra cosa es  variar las trayectorias, deliberada, o, en algunos casos, involuntariamente, a las que les hemos denominado maniobras; o, maniobras básicas de circulación, porque se ha alterado o variado la posición del vehículo en la calzada; ya que toda maniobra supone o puede suponer una alteración de la normalidad del tráfico que genera un peligro, porque rompe la citada progresión normal; y como consecuencia, implica una situación de riesgo provocado, por lo cual, siempre que se trate de ejecutar una maniobra, se deberán adoptar las precauciones necesarias para su segura realización.

¿Qué es una maniobra?
Por maniobra se entiende, toda variación del movimiento del vehículo que el conductor realiza intencionadamente y suponga una alteración de las circunstancias normales del tráfico. Por lo tanto;  para que exista maniobra, tiene que concurrir la suma de las  tres circunstancias que se han citado, sin las cuales, no se consideraría como tal.
Veamos:
En primer lugar, que haya variación del movimiento del vehículo.
Vamos a intentar poner algunos ejemplos.
El conductor que circula con normalidad y al llegar a un paso a nivel con barreras, las encuentra bajadas y se detiene, una vez que ha pasado el tren y las levantan, continúa su marcha con normalidad. Aquí, ha habido variación del movimiento del vehículo porque se ha detenido y después se ha vuelto a poner en movimiento, pero no ha existido alteración de las circunstancias del tráfico, porque todos los conductores cumplieron con la norma establecida al respecto: parar a medida que van llegando y reanudar la marcha de igual manera en el mismo orden que llegaron; así pues, no existió  voluntad de hacerlo por parte de los conductores que no querían pararse intencionadamente, los obligaron las circunstancias ajenas a su voluntad; por tanto, no se contempla como maniobra; lo mismo que tampoco lo es, cuando nos detenemos ante un semáforo en rojo, o nos vemos en la necesidad de frenar bruscamente porque alguien se nos cruza inesperadamente y no es nuestra voluntad atropellarlo o, cuando nos detenemos para ceder el paso a los peatones en los casos reglamentados. Por lo tanto, este es uno de los requisitos que forman parte de la maniobra; y, si no hay requisito, no hay maniobra.
En segundo lugar, tiene que haber intención por parte del conductor de efectuar la maniobra. Ni en el caso de las barreras, ni en el supuesto del semáforo o frenazo para evitar el atropello, tenía el conductor la intención de parar o frenar, su intención era seguir con normalidad su camino, pero fue obligado.
Veamos un nuevo ejemplo: A casi ningún conductor le apetece que le detenga la policía de tráfico, pues en cuanto el agente levanta el brazo haciendo la señal para que paremos, ya empiezas a pensar un poco de todo; sin embargo, el conductor señaliza su desplazamiento se aparta al arcén inmoviliza su vehículo, detiene el funcionamiento del motor y espera las instrucciones del agente. Una vez finalizada la actuación policial, el conductor reanuda la marcha comprobando bien si se acerca alguien en las proximidades, señaliza de nuevo, y se incorpora a la circulación con normalidad. Hasta aquí, todo correcto. Tampoco es maniobra. ¿Por qué? Porque, aunque sí ha habido variación del movimiento del vehículo –se ha parado y puesto en marcha-, y alteración de las circunstancias del tráfico, porque directa o indirectamente le afecta o puede afectar a los demás usuarios de la vía que se hallen en las proximidades,  no ha habido intención de detenerse; lo hizo en contra de su voluntad ¿O, cuando vemos a los agentes de tráfico semi ocultos detrás de una curva, nos paramos a preguntarle como le va el día? Si nos parásemos a hablar voluntariamente con los agentes, a preguntarle cualquier duda que tengamos; en este caso, sí sería una maniobra intencionadamente realizada por el conductor, pero si nos detienen, no lo es. Como tampoco es maniobra el hecho de que en caravana, tengamos que parar, arrancar, parar..., y así sucesivamente porque nos obligan las circunstancias; pues, en este caso si bien hay variación del movimiento del vehículo, no hay voluntad por parte del conductor ni alteración alguna, ya que todos los vehículos hacen lo mismo y no se alteran los unos a los otros con sus paradas y correspondientes puestas en marcha.

El tercer lugar, tiene como requisito que haya alteración de las circunstancias normales del tráfico, para que sumadas a las dos anteriores, conjunten los requisitos imprescindibles que conforman la maniobra. 
Cuando el conductor interviene en un accidente o tiene que colaborar en él, se ve en la necesidad de parar y alterar las normales circunstancias del tráfico; pero, ¿lo hace intencionadamente, o se ve en la obligación de hacerlo? Pues en este caso tampoco se considera maniobra por falta de volición; independientemente del tiempo que requiera estar detenido o alterando la circulación, porque le viene impuesto por una determinada circunstancia ajena a su voluntad.

Una vez entendido el concepto oficial de maniobra, deberemos entender, y, entenderlo bien, que, el conductor que realiza una maniobra, al alterar intencionadamente las normales circunstancias de la circulación genera una situación de peligro de la que es el único responsable, y que, como tal, tiene que asumir en solitario esa responsabilidad; si bien, como veremos en su momento, en el correspondiente tema, en la maniobra del adelantamiento, la responsabilidad es en una parte compartida por el conductor que adelanta y genera la maniobra y por el conductor que va a ser adelantado -siempre que se le haya notificado al mismo dicha circunstancia-; y dado que la peligrosidad del adelantamiento, obliga a ambos a poner de su parte todo lo que esté a su alcance para aminorar el peligro de la misma. En el resto de maniobras, la  responsabilidad es siempre de el conductor que altera la circulación deliberadamente.

La maniobra propiamente dicha, se compone de tres fases: comprobar, advertir y ejecutar. (comprobación, señalización y ejecución de la misma.)
En la primera  fase de observación; todo conductor que se disponga a efectuar una maniobra que implique un desplazamiento lateral deberá: comprobar, bien, ocularmente hacia delante, y a través de los retrovisores hacia tras y los costados, la posición, trayectoria-dirección y la velocidad de todos los vehículos que se le acerquen por delante, por detrás, por la izquierda y por la derecha y abstenerse de ejecutarla si tuviese la más mínima duda de su absoluta garantía de seguridad para todos los usuarios de la vía, incluida la suya. O sea, a todos los conductores que circulan en progresión normal; posponiendo su realización ante la presencia de otros usuarios que pudieran verse afectados a los que se le pueda obstaculizar o crear situaciones de riesgo o peligro. Téngase en cuenta que el que efectúa la maniobra, siempre es el responsable de “todas” las consecuencias que se deriven de la misma.

En la fase de señalización; cualquier conductor que tenga la intención de efectuar una maniobra que implique un desplazamiento lateral o hacia atrás de su vehículo, así como su propósito de inmovilizarlo o de frenar su marcha de modo considerable y haya comprobado la posibilidad de hacerlo, deberá señalizar previa y claramente su intención a los demás usuarios de la vía, como norma general con la señalización luminosa del vehículo (intermitentes) o, en su defecto, con un signo adecuado del brazo;  pues, ni los reflejos de ningún conductor son instantáneos, ni los frenos del vehículo frenan en seco para que se paren de golpe en el acto los vehículos a los que advertimos nuestra intención; por eso, hay que advertirlo con tiempo y con suficiente claridad para que los demás se enteren y puedan responder con seguridad a nuestro aviso.
En las maniobras que impliquen un desplazamiento lateral, es éste el que exclusivamente se avisa, por lo que la advertencia deberá concluir tan pronto como el vehículo haya adoptado su nueva trayectoria. O sea, la señalización permanecerá durante todo el tiempo que dure el desplazamiento lateral, pero no durante toda la maniobra completa como sería el caso del adelantamiento, por poner un ejemplo, que la maniobra completa consta de un desplazamiento lateral hacia la izquierda, una zona de circulación paralela, y un nuevo desplazamiento a la derecha.
La validez de las señales realizadas con el brazo quedarán subordinadas a que sean perceptibles por los demás usuarios de la vía, y anularán cualquier otra indicación que las contradiga.

Fase de ejecución:
Una vez señalizada nuestra intención y habernos asegurado de que su destinatario se ha percatado de la misma, procederemos a su ejecución que, siempre será de forma gradual y progresiva, para que la duración sea la menor posible; por lo cual, el peligro que entraña toda maniobra siempre será menor; o sea, hay que imprimirle viveza, agilidad y salero; pero; ¡ojo...! tampoco tenemos que hacerla a toda velocidad derrapando para que se enteren de nuestra presencia los que van distraídos, -que son la mayoría-, porque ello, entrañaría un peligro mucho mayor e innecesario.

Ya trataremos por separado la forma de hacer cada una de las distintas maniobras al exponer su realización en su momento, dado que la ejecución de las mismas es distinta según la maniobra de que se trate; porque lo expuesto hasta aquí, es común a todas.

16 junio 2012

EL MILLONARIO


EL MILLONARIO

Era tan pobre en la vida,
que, por no tener, no tenía
ni perro que le ladrara,
ni su sombra a la luz del día
se veía reflejada.

Nada tenía para comer,
y, hasta el agua le escaseaba,
ni fuerza para poderse mover,
ni para descansar una cama.

El suelo era su colchón
sus viejas botas, la almohada,
y, hasta el aire al respirar,
le parecía cosa prestada;

pero era un hombre feliz
que a todo el mundo respetaba;
tenía fama de cabal
y, hablaba con voz pausada.

La vida fue cruel con él
y le jugó una mala pasada,
aunque siempre lo tuvo todo
sin nunca haber tenido nada.

Tenía coraje y fe en la vida
y con eso se conformaba;
con los despojos que otros no comían
cada día se alimentaba.

Una mañana de crudo invierno
de fuerte helada acompañada,
este hombre sensible y tierno,
murió muy de madrugada;

casi al amanecer el día
lo halló un hombre que por allí pasaba
cubierto con un cartón que decía:
¡Me voy...,  y, no me llevo nada...!

Y, mientras su rostro sonreía
y su mirada brillaba,
una escuálida mendiga decía:
se fue...., se me fue.....;
¡con todo lo que  yo lo amaba....!

08 junio 2012

EL MOTE


El Mote, apodo, alias, seudónimo o remoquete, es un vocablo que proviene del Latín y equivale al término español “ otro “ o conocido por otro nombre como....
El apodo es un “alias” que puede acompañar o reemplazar el nombre de una persona.
El tan manido mote o alias, es el apodo o sobrenombre que suele darse a una persona, generalmente, tomado de sus defectos corporales o de alguna otra circunstancia; o sea, por una cualidad o condición suya.
La costumbre de poner mote es anterior al Medievo, y a lo largo del paso del tiempo no ha cambiado mucho; se sigue poniendo mote a algunas personas en contra de su voluntad, y  siguen poniéndose mote o alias, cientos de miles de personas, la inmensa mayoría, personas de renombre como los toreros. El Viti, Santiago Martín; el Cordobés, Manuel Benítez, etc.; pintores como el Greco, Doménikos Theotokópoulos; Murillo, Bartolomé Esteban Murillo, (su alias era su apellido) etc.; futbolistas como el Pelusa, Diego A. Maradona; el Saeta rubia, Alfredo Diestéfano, etc. Los actores y actrices de cine, la casi totalidad tienen nombre ficticio o sobrenombre, el nombre por el que son conocidos, es un alias, un mote. Los escritores, también, son conocidos algunos, y se presentan con seudónimo. Reyes y reinas han sido conocidos por el apodo o alias. Los Reyes Católicos; Juana la Loca, Alfonso X el Sabio; el Rey Pasmao, Felipe el Hermoso, etc. y siempre se ha visto con absoluta normalidad el apodo o sobrenombre.
Un caso peculiar, fue el rey Fernando VII. Hay pocos apodos a lo largo de la historia conocida que estén más alejados de la realidad que, el que le adjudicaron a Fernando VII, conocido como “el Deseado” y Rey Felón; cuando en realidad fue uno de los reyes peores que ha tenido la sufrida España monárquica.
Fernando VII, a la sazón, hijo de Carlos IV y María Luisa de Parma, no tuvo una trayectoria cubierta de motivos para el enorgullecimiento, fue un inepto, incompetente, inútil e irresponsable que estuvo detrás del Motín de Aranjuez que, lo convirtió en rey de España tras forzar a su padre a abdicar (amor filial). De ahí que Napoleón, después de la invasión, considerara necesario liberar a España de una monarquía inepta y, teniendo como protagonistas a Carlos y Fernando, en las abdicaciones de Bayona, convirtió a su hermano José I Bonaparte en rey de España, conocido por el Alias o apodo, “Pepe Botella”, que, por cierto, no tenía parentesco con la Alcaldesa de Madrid, (para que no haya malas interpretaciones).
La poca simpatía que despertaba en los españoles la presencia francesa, hizo que los partidos políticos ansiaran la vuelta del que entonces consideraban rey legítimo, Fernando VII, y de ahí, el apodo “el Deseado” que le quedaba como a un Cristo, dos revólveres  y una metralleta.
Como es sabido, las Cortes de Cádiz redactaron la Constitución de 1.812, conocida con el mote de “La Pepa” por el día en que se aprobó, el día de San José, por la que España se convertía en monarquía parlamentaria, pero todo quedó en nada con la vuelta del incompetente Fernando el Deseado que, cuando llegó, lo puso todo patas arriba aboliendo todo lo realizado por las Cortes, volviendo a instaurar en España el absolutismo, dado lo absurdo de su raquítica personalidad como gobernante. Un inepto.

El mote ha sido a lo largo de los tiempos una manera de  distinguir a las personas, tal es así, que en el Medievo, tenían mote la casi totalidad de los hombres de los pueblos y pequeñas ciudades y por él eran conocidos. Ha sido después cuando en algunas zonas rurales generalmente, el mote empezó a caer mal al que lo llevaba en contra de su voluntad; pero, sin entrar en detalles para no herir sensibilidades ni alargar la cosa, el mote siempre ha distinguido  o diferenciado a unas personas de otras en los lugares de no abundante población. Todavía hay gente a la que le sienta mal que lo citen por el mote, cuando debería ser una satisfacción, pues, no deja de ser una distinción que lo acredita como lo que es o como lo ven los demás. El mote es una realidad que no debemos eludir ni tiene que ser motivo de enfado ni rechazo, sino todo lo contrario. Mote han tenido grandes personajes a lo largo de la historia.  Ciudades, Países, etc., tienen sobrenombre, mote. La ciudad eterna, Roma; el país del sol naciente, Japón; la Roja, la selección nacional de fútbol; Los culés, los aficionados al Barcelona CF.; los leones de San Mamés, etc.
En la literatura bíblica, abundan los apodos: Abrahan, significa, padre de los creyentes; Moisés, salvador de las aguas; José, el que cree; Isaac, risa; Señor, Salvador, etc.
En la literatura grecolatina la mayoría de nombres son apodos o epítetos: Aristóteles, excelente; Demóstetes, significa, rigor, etc,. El cristianismo también, conserva algunos nombres de la antigüedad: Jerónimo, significa, nombre sagrado; Isidoro, don de igualdad; María, estrella de mar, etc.
El mote, generalmente surge de los defectos, virtudes, o de cualquier otra característica o circunstancia vivida por alguna persona a la que le cuelgan el sambenito que, no siempre le sienta bien si se lo endosan en contra de su voluntad.
En la más rabiosa actualidad, el mote es algo sin importancia, salvo en muy reducidos sectores de población, generalmente ubicada en pequeñas poblaciones rurales y con mentalidad anclada en el Medievo, que, consideran ofensivo que tengan que cargar con el citado sambenito sin haberlo decidido ellos; pero, afortunadamente, la inmensa mayoría lo consideran más bien una anécdota que una ofensa, afortunadamente.
Recuerdo que en una ocasión, me contó un amigo que a su pueblo zamorano, se fue a vivir un señor un tanto listillo, al que a su llegada le pregunto un vecino, qué mote tenía, respondiendo velozmente que ninguno, a lo que el del pueblo le respondió: aquí te pondremos uno. Tomaré mis precauciones, le contestó el recién llegado. Le pusieron “precauciones”.....; esto nos demuestra lo absurdo de oponerse al mote, pues es tan normal como beber agua cuando se tiene sed. Seamos realistas y aceptemos las cosas como son: al pan, pan, y al vino, vino. Dadas las circunstancias actuales; sentirse dolido por llevar un mote, que a veces viene de los antepasados, está fuera de lugar y no parece muy acorde con la sociedad que nos envuelve. Otra cosa es que, a alguien le coloquen un mote en plan guasón o con intención de burla, que, eso no tiene justificación alguna y es detestable.
Soy consciente de las reticencias a despojarse de este lastre por parte de alguna persona que siempre se ha sentido incómoda con su apodo, pero, con aguas pasadas no muele el molino.  La verdad es que, ahora ya no muele el molino tradicional del Medievo, la molienda tiene otras características bien distintas como la sociedad en la que vivimos y a la que debemos adaptarnos si no queremos ser unos auto-marginados incapaces de ponernos al día olvidándonos del refrán que dice: o reformar y cambiar, o morir. ¿Qué preferimos?
No parece acertado que oponerse al mote o alias, sea un motivo de ofensa para nadie, lo lleve o no en contra de su voluntad, pues las nuevas generaciones no lo entenderán con más que sobrada razón para no darle ni de lejos la importancia que le dan los reticentes al apodo, cuando están viendo y viviendo el apodo o alias en las personas más famosas  y populares conocidas por su actividad; es más, no entenderían que no lo tuvieran.
Una eficaz solución, es ponerte tu propio mote, si vives en una pequeña población, adicta a ponerle el clásico alias o apodo a todo el que se ponga por delante; así, siempre le caerá bien a todo el mundo el mote que lleva.
Luis

02 junio 2012

AL VOLANTE


       
LAS MANOS EN EL VOLANTE.



Es frecuente observar como algunos conductores conducen con una sola mano al volante, la otra, la llevan apoyada descansando en la palanca del cambio de marchas, en la pierna de la chica de al lado, o, peor aún, en el teléfono móvil; otros van con el codo apoyado en la ventanilla con medio brazo fuera del coche, consiguiendo en ambos casos el mismo resultado: que, la mayor parte del tiempo, conducen con una sola mano como el ejemplo que ilustra las fotografías inferiores en las que ambos conductores no llevan las dos manos al volante como debieran para poder actuar en un momento inesperado ante una espontánea situación de peligro imprevisible y estar en condiciones de salir airoso de él; lo cual, siempre es rechazable.


 

Posición inadecuada tanto de la mano que va al volante, como del brazo que va apoyado en la ventanilla, que,  en ambos casos, le impediría girar con rapidez ante una emergencia. La fotografía de la derecha, muestra un conductor con un vendaje (se supone que por lesión temporal) que, le incapacita legalmente para conducirmientras dure esa anomalía.

Generalmente, estos conductores, suelen ser experimentados y con varios años en el manejo del vehículo, que normalmente no han tenido accidentes graves que le hayan dejado secuelas negativas; -casi siempre, tienen muchos kilómetros a sus espaldas- o bien, no han sido los responsables del mismo, dado el grado de confianza que tienen en sí mismos; sin embargo, no hay que olvidarnos que al volante, el exceso de confianza puede matar si no prestamos la atención debida a la conducción, porque al volante; hay que tenerlo siempre presente: ¡la vista es la vida!.
Hay personas que son incapaces de permanecer con las manos quietas cuando conducen; sueltan el volante por cualquier cosa, como si estuvieran jugando al dominó y dejaran apartada a un lado la ficha con la que pretender hacer capi, para irla levantando y ojeando de vez en cuando; sin embargo,  lo que van a conseguir es hacer capú en vez de capi. Esta actitud forma parte de su comunicación verbal ordinaria que caracteriza su forma de expresión gesticular, sin la cual no son capaces de conversar con normalidad; téngase en cuenta, que, esta  peligrosa actitud al volante, la debemos evitar si no queremos que nos perjudique. Es necesario erradicarla.
 
 Dos buenos ejemplos de incompatibilidad con la conducción segura, y premio para la merecida rebaja de puntos.    

En los muchos años dedicados a la enseñanza de la conducción en todas sus facetas, he experimentado con bastantes alumnos, sobre todo en las primeras clases prácticas, que al hablarle, la mayoría gira la cabeza para mirarme, y, a pesar de que les digo que no me miren, que soy muy feo y estoy muy visto, siguen girándose y mirándome para escuchar lo que les digo, desatendiendo la conducción y desconcentrando su atención de la parte delantera que es donde debe situarse siempre que conducimos. Cuando les digo que para conducir no es necesario mirar al que llevamos al lado para escuchar lo que dice, caen en la cuenta del error cometido, pero instintivamente, vuelven a incurrir en el mismo error un poco más adelante, hasta que por fin, toman conciencia del riesgo que ello supone y el peligro que entraña la presencia en la vía con ese comportamiento; tanto para nosotros, como para el resto de usuarios que no tienen por qué pagar las consecuencias de nuestros errores     
                                                                                                                                                                                                                                                              Demasiados anillos, para conducir estorban.
 Aunque no me gusta hacerlo, a continuación transcribo literalmente lo que dice el Reglamento de Circulación al respecto: El conductor de un vehículo está obligado a mantener su propia libertad de movimientos el campo necesario de visión y la atención permanente a la conducción que garantice su propia seguridad, la del resto de los ocupantes y la de los demás usuarios de la vía. A estos efectos deberá cuidar especialmente de mantener la posición adecuada y que la mantengan el resto de los pasajeros y la adecuada colocación de los objetos o animales transportados para que no haya interferencia entre el conductor y cualquiera de ellos..... y como vemos en la foto superior, el conductor no adopta la posición adecuada ni de las manos al volante, ni de su propio cuerpo, que parece que vaya encogido de frío. A proposito; la ropa debe ser más ligera en la medida de lo posible y, las joyas no son precisamente para exibirlas conduciendo. En ambos casos, llevan las manos  en el lugar inadecuado.
El volante hay que asirlo siempre con las dos manos salvo en casos excepcionales, y adoptar la postura idónea en el asiento, para que en caso de necesidad, dispongamos de la movilidad suficiente que nos permita el mayor giro posible del volante ante una emergencia. La postura correcta es la de la mecanógrafa sentada frene a la máquina de escribir. Hoy, el ordenador.

Generalmente, los españoles que hasta en en eso , somos originales, gesticulamos mucho, y también cuando hablamos miramos mucho a nuestro acompañante cuando conducimos. Si bien es verdad que la comunicación gestual y la mirada enriquecen toda conversación directa; especialmente cuando estamos acra a cara, este comportamiento, cuando conducimos, constituye un gran problema mezclar la conversación verbal-gesticular con el gobierno del vehículo mediante el dominio del volante y el resto de mandos, y la atención concentrada en la parte delantera; pues, sin ninguna duda, el vehículo, es una máquina que nos presta un gran servicio; pero no es menos cierto, que, la impericia en el manejo de la misma, la inadecuada posición en el asiento  y no coger el volante correctamente, le pueden convertir en un arma peligrosa si no se tiene un perfecto dominio de la misma; y aún así, todas las armas son peligrosas aunque se manejen bien y por manos muy expertas. 
 Si como en el caso que nos ocupa, desatendemos el volante en el momento más inoportuno, sobre todo en curvas; o si el conductor en  cuestión es una persona a la que le cuesta mantener una conversación sin mirar a su interlocutor y no lleva bien cogido el volante en la posición correcta que son las diez y diez, o las dos menos diez de las agujas del reloj y ninguna otra, como indica la fotografía superior izquierda; el conductor tiene todas los números para que le toque el primer premio: el accidente, que, con mucha suerte, pero con mucha, mucha suerte, se puede quedar sólo en susto.

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,Esta es la posición ideal de coger el volante. Brazos            Ejemplo claro de cómo no se debe conducir
ligeramente estirados, colgando y poca ropa.

El volante no es para apoyarnos en él. El volante es el timón del barco que hay que cogerlo con delicadeza, como si fuera un pajarito al que si  apretamos mucho lo matamos y si lo aflojamos más de la cuenta se nos escapa volando. No hay que meter las manos por dentro ni dar palmadas -o palmear- sobre él para efectuar el giro; hay que girar con energía pero con soltura y suavidad, sin mover para nada el tronco ni variar la posición, moviendo solamente los brazos con agilidad y pasando una mano por encima de la otra sin que se crucen. En la medida de lo posible, sería aconsejable conducir con una prenda superior de manga corta como el conductor de la fotografía superior izquierda. No tomar ejemplo de la posición de las manos de la conductora de la derecha.

Todo conductor que sube a su vehículo para conducirlo; antes de poner el motor en marcha para iniciar la conducción, ha de comprobar si su posición es la correcta; es decir, se ha de acomodar bien en el asiento para llegar bien y con comodidad a los distintos mandos que tiene que manipular durante la conducción si quiere que esta, sea segura.
Para adoptar la posición adecuada de las manos al volante que es fundamental por razones de seguridad; el conductor lo primero que debe hacer cuando entra al coche es regular el asiento, ponerlo a su medida; para lo cual tomará como referencia el pedal del embrague pisándolo a fondo y manteniendolo en esa posición mientras lo regula, luego, lo irá avanzando o retrocediendo lo que necesite hasta que le quede la pierna izquierda tocando suavemente el muslo con la banqueta, y las dos piernas ligeramente estiradas, no estiradas, semi dobladas, flexionadas a la altura de las rodillas y no extendidas; el respaldo lo regulará apoyando una mano en la parte superior del volante cerrándola y agarrándolo suavemente; con la otra, regulará el asiento hacia atrás o adelante hasta que el brazo que tiene al volante, quede semidoblado, ligeramente estirado –no estirado- como las piernas y nos permita el giro total del volante sin tener que avanzar ni mover el cuerpo o separarlo del respaldo. Los codos, siempre deberán ir colgando, los brazos sueltos, ligeramente flexionados, sin ningún tipo de tensión, como si estuvieran inertes, flojos pero expectantes.
Recordemos que el respaldo siempre debe ir tocando suavemente la espalda, y ésta, estar  siempre recta, aunque a muchos, quizá la mayoría, no estén de acuerdo con este principio porque le parezca que no es cómoda o que da la impresión de ser novato.
Supongo, -no sé si es suponer mucho- que, a la mayoría de lectores-conductores, en alguna ocasión, su pareja o persona que oficialmente le acaricia, cuando al llegar a casa, lo/la ha encontrado sentado/a se le ha acercado por detrás sigilosamente, le ha pasado los brazos por encima y abrazándole suavemente le ha acariciado con ternura y premiado con un beso y una sonrisa, mientras él/ella le corresponde con delicadeza, acariciándole suavemente con su espalda. Bueno, pues así de suave como en esa ocasión, debemos acariciar permanentemente con nuestra espalda el respaldo de nuestro asiento para que no haya presión ni tensión y podamos estar siempre sueltos para reaccionar con prontitud ante cualquier emergencia que nos surja en la conducción; aunque la sensación no sea la misma que cuando nos acarician tiernamente mientras nos abrazan.
Una vez reglados el asiento y el respaldo, colocaremos a la altura del conductor el reposacabezas; y, a continuación orientaremos los espejos retrovisores de nuestro vehículo, procurando no tocar con los dedos el cristal para no dejar estampadas nuestras huellas dactilares, porque el espejo, (los espejos) siempre tienen que estar bien limpios. (ya tocaremos este tema en capítulo aparte)

    Este fotograma nos muestra la altura correcta del reposacabezas  y  esta otra la distancia que debe mediar con la cabeza.
 
El reposacabezas.

La función primordial del reposacabezas no es la de proporcionar comodidad ni a los ocupantes de los asientos del vehículo y menos aún  al conductor, sino minimizar las lesiones cervicales que pudieran producirse en caso de accidente, en especial cuando el golpe se produzca por alcance. En cualquier caso, el reposacabezas siempre irá ajustado a la estatura del conductor, (también del resto de ocupantes, claro). Los reposacabezas forman parte de la seguridad pasiva.
Se calcula que alrededor del 70% de los ocupantes de los automóviles, llevan mal colocado el reposacabezas, cuya finalidad es proteger la cabeza en caso de accidente y no forman parte de la decoración del vehículo ni pretende aportar comodidad al usuario, sino seguridad, que son dos cosas bien distintas.
No llevarlo bien ajustado a la estatura no sólo del conductor, sino de todos los ocupantes del vehículo, puede propiciar, en muchos accidentes un latigazo cervical a cualquiera de los ocupantes, cuyas consecuencias pueden ser leves, (torticulis) o graves o muy graves como una paraplegia o  peor aún, una tetraplegia.
Se calcula que unas 20.000 personas anualmente sufren en España latigazo cervical; la mayoría tienen su origen en choques o golpes por alcance, como ocurre con frecuencia, cuando a un vehículo detenido ante un semáforo, el que le sigue le embiste por detrás porque su conductor no frenó a tiempo y, sí lo hizo a oído.
Esta lesión también se produce o puede producirse como consecuencia de un frenazo brusco, así como de un choque frontal o lateral; por ello, la función del reposacabezas es fundamental y debe estar siempre a la altura correspondiente.
El reposacabezas no debe tocar la nuca constantemente, es aconsejable que medie una distancia aproximada de tres-cuatro centímetros; pero, lo que sí debe, es estar a la altura adecuada de cada conductor y ocupante para evitar los daños cervicales que puedan derivarse de una mala posición en caso de choque por alcance del que nos sigue u otro accidente que pudiera dañárnoslas. La altura ideal es: la parte superior del reposacabezas a la misma altura de la parte superior de nuestra cabeza; o sea, al mismo nivel, como se indica en los maniquís de  las fotografías que se adjuntan.
Por consiguiente, cada vez que cojamos un coche que no sea el que conducimos habitualmente, debemos regular, en primer lugar, el asiento, luego el respaldo, a continuación el reposacabezas y después los espejos retrovisores, para seguidamente ajustarnos el cinturón de seguridad. Siempre en este orden y todos los espejos, tanto el interior como los exteriores.

Posición correcta de las manos. Brazos excesivamente extirados
que no le permitirían girar con rapidez en caso de emergencia.   
Dispositivo de la oreja inoportuno.       

                                                                                                            ¿Cómo reaccionaría esta conductora ante una emergencia?                                                                   
                                                                                             
 

Hay conductores que practican el “tumbing” conduciendo, (como la conductora de la fotografía de la izquierda) y adoptan una posición más cómoda tipo sofá, en la que van prácticamente tumbados en el

asiento con el respaldo muy atrás, los brazos y las piernas muy estiradas como si estuvieran en el bar tomándose una cerveza con los amigos charlando amigablemente; supongo que porque se sienten pilotos de un Fórmula Uno, sin tener en cuenta que van conduciendo por una vía pública abierta al tráfico en general y no por un circuito de pruebas cerrado al resto de usuarios, en el que sólo practican los conductores que son profesionales y muy expertos en un tipo de conducción concreta; que por cierto, estos pilotos cuando circulan por las vías públicas son los más precavidos y prudentes, como está bien demostrado.

    Dos claros ejemplos de lo que no se debe hacer conduciendo. ¿Cuál sería su reacción si tuviesen un reventón de rueda?
                                                                                                                                
                                      
                          

Algunos conductores como los que ilustran las dos fotografías que tenemos en la parte superior; de estos renglones, son un claro ejemplo de una desatención casi total de la actividad que realizan, la cual requiere toda su atención y no se la prestan.
Existe también el conductor que cuando va al volante se olvida de la actividad que realiza en ese momento y con toda la normalidad se retuerce para darle un beso en el pico a la pareja que lleva al lado, olvidándose de que ese tipo de beso no sabe a nada por la rapidez que se emplea en ello. El beso tiene que ser con alegría, viveza y tranquilidad para saborearlo en toda su dimensión. En repetidas ocasiones, sobre todo en las clases teóricas, cuando, tocando el tema de la concentración al volante algún alumno preguntaba o hacía indirectamente algún comentario sobre ese particular  para ver qué le contestaba o cual era mi opinión al respecto, ante esa actitud conduciendo; mi rápida respuesta era: si besas no conduzcas y si conduces no beses, porque el beso es algo que requiere toda la atención de la pareja; sencillamente: párate y besa, pero besa bien, no lo hagas como las palomas dándose el pico de refilón. El beso no hay que desaprovecharlo porque pierde la esencia que conlleva si no se hace poniendo en él todo el interés que precisa. Haz las cosas como hay que hacerlas: Bien, con alegría y sensatez, porque las consecuencias que pueden derivarse de un comportamiento inadecuado conduciendo, son imprevisibles y nos llevarán directamente al accidente si perdemos el control del vehículo solo por dar un beso que no llega ni a descafeinado, por lo corto que se queda y los riesgos que conlleva la falta de concentración en ambas actividades: El beso y la conducción.
Conducir es incompatible con las caricias, los besos y las miradas más o menos tiernas dirigidas a nuestro acompañante por muy hermosas que tenga las piernas la chica o atractivo y generoso que sea el escote de su vestido, o cachas que esté el chico-acompañante con vestimenta deportiva en verano y por muy animados que estemos en ese momento, porque, precisamente, ese no es el momento, por más que nos pese. Ya sé que habrá más de uno que no esté de acuerdo conmigo en este tema, pero es así; cada cosa en su sito y su momento. Hay un momento y lugar adecuado para cada cosa. También para el amor; y no es precisamente el coche cuando está en movimiento. ¡Párate...! y busca el sitio adecuado; pero, no olvidemos nunca cuando vayamos conduciendo, que al volante, la vista es la vida; y, perdón por la redundancia.

Las manos deben ir un poco más arriba. Muy poco.                  

                                                                          Imposible dominar el volante cogiéndolo así.

Y, un último consejo por hoy: Para conducir, nada de zapatos de tacón alto, ni botas camperas   -botos en Salamanca- o rígidas  y de caña alta que son muy buenas para la moto, (ya tocaremos este tema) pero un peligro para el coche; el calzado deberá ser siempre flexible para que permita una acción correcta sobre los pedales. Sé muy bien por experiencia en la enseñanza de la conducción, que es un pecado mortal decirle a una mujer que los zapatos de tacón no debe usarlos para conducir un día que se va de marcha, pero lo cierto es que, sin ser pecado, podrían ser mortales. Nada de vestidos muy largos, faldas largas, acampanadas o vestidos de noche que,  sí, son muy elegantes y hermosean a las mujeres pero no son útiles para la conducción, no a cualquier tipo de ropa muy ajustada. No a la minifalda (con la iglesia hemos topado) a no ser que sea de tejido flexible tipo licra que permita abrir un poco las piernas al accionar los pedales. Es desaconsejable conducir con chaqueta-americana, abrigo, chaquetón, gabardina o ropa muy gruesa en invierno que impide la soltura y movilidad de los brazos a la hora de tener que girar el volante con rapidez y permita el giro con soltura pasando una mano por encima de la otra sin cruzarse en caso de emergencia. La vestimenta tiene que ser holgada y ligera, para que siempre nos permita agilizar el movimiento de los brazos a ambos lados sin ningún tipo de trabas que lo impida.
La posición de la mano derecha del conductor de la izquierda (fotografías superiores) no le permitiría girar hacia abajo sin trabarse; igual suerte correría el de la derecha si pretendiera girar a ese lado, pues ambas manos se trabarían impidiéndole el giro.
La libertad del movimiento del volante, no puede verse impedida por la inadecuada posición de las manos al mismo, por un distanciamiento excesivo del cuerpo, o por una vestimenta que nos ate o no nos deje mover el volante con la soltura que precisa la conducción.
Luis