04 diciembre 2014

ÉXODO RURAL

Desde los comienzos del peregrinar del Homo Sapiens por éste nuestro maravilloso planeta Tierra, y posterior dedicación a la agricultura y explotación de la ganadería, el ser humano se fue haciendo gradualmente  cada vez más sedentario. Como consecuencia de ello fueron apareciendo las primeras comunidades, pequeñas al principio, pero que luego, dieron origen a las ciudades que con el paso del tiempo se fueron agrandando hasta convertirse con el transcurrir de los siglos en las grandes metrópolis de la actualidad que hoy son tan frecuentes, y, a lo largo y ancho del planeta que tan generosamente nos cobija, como consecuencia de la industrialización y la actual globalización, nos han sumido en la mayor de las pesadillas que afectan a nuestra propia existencia: La contaminación.


La necesidad humana de sociabilidad, es genética, y como tal, hereditaria; lo que nos lleva -como a determinados animales que también lo son-, a vivir en comunidad con los pros y contras que ello conlleva, sobre todo, cuando la población se convierte en una gran metrópoli con visos de agravar cada día más y más las negativas consecuencias que genera la convivencia masiva de personas en espacios pequeños y en proximidad cercana.


La gran metrópoli aporta entre otras muchas, la ventaja de concentrar en un espacio relativamente reducido todo lo necesario para la convivencia y subsistencia en comunidad, disponiendo de cuantos servicios y demás bienes comunes necesitamos los humanos; por el contrario, toda acumulación de personas más o menos bien organizadas en espacios reducidos, trae consigo toda clase de contaminación inimaginable; algo que en las pequeñas poblaciones no se da en grado tan considerable.

Disponer de buenos hospitales, colegios cercanos, farmacias , cines, teatros, y un largo etcétera que tenemos a nuestro alcance en la ciudad, reconforta nuestra existencia y nos aporta una cierta calidad de vida en ese aspecto, de la que se carece en las pequeñas poblaciones, especialmente en el sector rural; sin embargo,


estas últimas nos ofrecen otra mejor calidad de vida en otros aspectos, tales como la menor contaminación atmosférica y fluvial,  contribuyendo con ello a que el medioambiente en términos generales, sea más favorable a nuestra salud que nos permite respirar un aire más puro o menos contaminado que en la metrópoli -como muestra fotografía superior-, mientras

contemplamos la limpieza del claro cielo que nos permite ver con extraordinaria nitidez la inmensidad sideral y las estrella que en ella ocupan su lugar en el espacio para nuestro deleite; cosa que en la gran ciudad, hoy en día, es materialmente imposible, gracias a la mano del hombre “civilizado”  en comunidad.


Solamente hay que comparar el cielo nocturno de nuestro pueblo con el de Madrid o Barcelona aquí en España, o, el de  Pequín, Moscú, México DF, Tokio, Río de Janeiro, Nueva Deli…, en otros continentes en los que a los niños en el colegio les dicen que hay estrella en el firmamento, pero que ellos no

las han podido ver con sus propios ojos, gracias a la contaminación ambiental que les asola formando una cortina que les impide poder observarlas como si las miraran a través de un cristal empañado.

En la actualidad, la gente, en términos genéricos, tiende a dejar los pueblos para acudir a las ciudades esperanzados en encontrar una más y mejor calidad para su vida, cuando en realidad, eso no es una realidad, sino un mito aupado por la carencia de servicios mínimos necesarios de los que carecen en su pueblo, que les hace sentirse desprotegidos y en inferioridad respecto a los habitantes

de la ciudad, lo que les lleva a refugiarse en la metrópoli con la sana intención de mejorar su calidad de vida, de forma muy especial cuando el paso de los años nos aproxima a la meta de partida en la que en el último recorrido, se hace necesaria una atención médica de la que, generalmente, se carece en los pueblitos

pequeños. A esa es a la realidad que aspiran, pero, no es esa la realidad que siempre encuentran; lo que sí encuentran siempre en la gran ciudad -salvo excepciones-, es desilusión y añoranza de lo que dejaron atrás, pero se conforman con la decisión tomada como mal menor y se aguantan con lo que ahora tienen, pero no tienen lo que

verdaderamente quieren. Lo que en realidad quieren, es que en su pueblo tengan lo que tienen en la ciudad y en el pueblo carecían de ello, especialmente la gente mayor que en los pueblos no dispone de las ayudas necesarias que la edad va requiriendo con el paso de los años; algo que, si nuestros gobernantes (todos)


tuviesen visión de futuro, una mente más aguda y la voluntad necesaria para ello, podría estar al alcance de todos en todas partes, en vez de “almacenar” a las gentes en grandes metrópolis en las que la deshumanización campa a sus anchas y encuentra el caldo de cultivo para todo tipo de desmanes, aunque esto no nos agrade reconocerlo porque es un error humano de carácter voluntario, cuando, precisamente, es el ser humano el único responsable de esas anomalías que tienen solución, si la voluntad que se requiere para ello se convierte en realidad.


Una buena muestra de ello son las fotografías bajadas de Internet que acompañan este escrito y reflejan con nitidez la realidad de la "cruda realidad" que deliberadamente hemos generado los humanos con nuestro anómalo comportamiento.


Quizás, deberíamos ser más reflexivos con nuestro anterior comportamiento y, mirándonos al espejo, meditar y tratar de encontrar soluciones -que las hay- para este gran problema que nosotros mismo hemos




creado en nuestro entorno y tan perjudicial resulta para nuestra salud, como es la contaminación que nos rodea, y, de una vez por todas acariciar una nueva vida, como muestra la última de las fotografías al pie de estas líneas y demos un nuevo impulso a nuestro, hasta ahora poco acertado comportamiento respecto al medioambiente y la masificación humana en espacios

reducidos, olvidándonos del campo y de los pequeños pueblos que han sido el origen del propio ser humano que tan desconsiderado es con el origen de su existencia y con el legado recibo de nuestros antepasados.

3 comentarios:

Manuel dijo...

Otros 50 años a este ritmo y...
R.I.P.
¿Qué Mundo (Tierra)va a quedar para las generaciones venideras?. Oí hace unos días a un optimista decir que la solución a estos problemas llegará por la técnica, tecnicismos que controlarán y medirán todo... (¿?)...
Imagino que será una técnica distinta a la actual; de lo contrario no habrá solución.
-Manolo-

Anónimo dijo...

Otra vez nos vuelves a sorprender con un tema totalmente diferente al que nos tiene habituados. Una reflexión en el plano antropológico. No hace falta conocer en primera persona los cinco continentes para darnos cuenta que este es un problema global. Por tanto nos afecta a tod@s.

C.E.H.

Anónimo dijo...

Completamente de acuerdo con tu entrada. Me quedó con el cielo estrellado allá por el mes de Agosto en la Zarza. Yo suelo dar un pequeño paseo durante la noche para deleitarme con un espectáculo tan natural y gratuito. Me encanta adentrarme en la oscuridad de la carretera y contemplarlo.
En la ciudad hay más comodidades y servicios, cierto.
En los pueblos se está produciendo una despoblación profunda y, si esto sigue así, al cabo de muy pocos años, la soledad y el aislamiento será notoria. Es una pena que esto suceda porque cuando llegue la añorada jubilación habrá que pensar muy mucho el hecho de pasar temporadas en el pueblo. Creo que se está cometiendo un gran error. ¿Cuántos jóvenes que concluyen la carrera de medicina estarían dispuestos a valorar ser médico rural por un salario digno?Sospecho que habría suficientes. Siempre es mejor esa opción que marchar a trabajar de camarero en Inglaterra, esto es supervivencia, lo otro es vocación, por poner un ejemplo. Nuestra tierra es fértil, generosa y sus frutos tienen calidad. Las patatas están de vicio y los tomates ni te cuento. Claro está que todo esto ha de tener salida, pero vale más eso que pagar agua, luz y gas, más los impuestos de la ciudad cuando sólo se disponen de poco más de cuatrocientos euros para llegar a fin de mes. En fin, ni somos profetas ni salvadores de patrias, sin embargo hay utopías que no lo son tanto cuando hay ganas y decisión para dar la vuelta a las tendencias anquilosadas. Un abrazo. Salva.