Hay dos zonas del campo zarceño que en mi infancia patee
en múltiples ocasiones; una de ellas es el Teso de la Silla, del que ya
comentaré en otra ocasión, y el otro, el Teso de los Navazos que también
recorrí palmo a palmo, por lo que me gané más de una reprimenda por “perderme” solo por ahí contemplando el
panorama y poner nervioso a mi padre por no saber por dónde andaba ni si
estaría haciendo alguna travesura como tenía por costumbre en aquella edad tan
bonita de la que guardo tantos y tan gratos recuerdos.
El camino de los Navazos, es un trayecto que recorrí un considerable número de veces, porque
siendo niño iba frecuentemente al tejar del Teso de los Navazos que, en aquel
entonces era explotado por mi padre. Recuerdo que me entretenía por el camino
con cualquier cosa que se me ponía por delante; pues, además de ser un poco
distraído por naturaleza, me embelesaba mirando las hormigas (sigo
haciéndolo),o una mosca o mariposa que pasara por casualidad cerca de mi y
tardaba en llegar más del doble de lo que me correspondía y mi padre se
impacientaba un poco con sobrada razón.
Desde muy niño (ahora más), siempre me ha atraído la
naturaleza y, dicho sea de paso, en ese recorrido desde el pueblo hasta la cima
del teso de los Navazos, (al menos entonces) había motivos más que suficientes
que me llamaban la atención, sobre todo en primavera, con lo cual, siempre
llegaba tarde y recibía los correspondientes rapapolvos, a los que me terminé
acostumbrando y mi padre también se acostumbró a dejarme por imposible.
Contemplar el riachuelo Regato) de agua tan cristalina que
permitía ver en el fondo los renacuajos y pequeños pececillos que yo me quedaba
embelesado mirando las filigranas que, en sus movimientos hacían al nadar y,
tratando de coger alguno con las manos sin mucho éxito, era uno de mis
divertimentos. Sin embargo, lo que más atraía mi atención en aquella zona eran
los abejarucos que anidaban en una de las caras del barranco que quedaba a la
derecha (yendo hacia Mieza) del pequeño y rústico puente que había entonces
para poder cruzar el regato y, que volaban y gorgoriteaban con sus trinos
mientras hacían rápidos quiebros aéreos en sus veloces vuelos, antes y después
de entrar o salir del hueco hecho en uno de los paramentos del barranco donde
albergaban sus estratégicamente protegidos nidos; por cierto, muy difícil de
acceder a ellos dada su ubicación en el mismo corte del terreno. ¡Qué astutos
ellos...!
Tuve la gran suerte de poder contemplar en su vuelo el
juguetear en el aire de esas hermosas y pintorescas aves cuyo colorido y brillo
de su plumaje atraían tanto mi atención, que me olvidaba del por qué estaba
allí, donde iba y que me estaban esperando preocupados por mi tardanza.
Observar aquella maravilla de la naturaleza en aquel entonces,
me ha permitido guardarlo “en mi disco duro”y visionarlo en el recuerdo con
bastante frecuencia, no como un recuerdo más de la infancia, sino como uno de
los más agradables y gratos recuerdos
que guardo de entonces que son muchos. ¡Qué infancia...! ¡Qué maravilla...!
Son incontables las veces que me metí en el agua de ese
arroyo chapoteando río abajo descalzo y con las sandalias en la mano avanzando
hasta cuando me acercaba a algún hoyo y, cuando ya me iba llegando el agua al pantalón corto que entonces
normalmente usábamos los niños, me daba la vuelta porque me entraba el
tembleque y el miedo me invadía, pues, estaba advertido de , una poza, por
pequeña que pudiera ser, era un peligro mortal. ¡Si mi padre se hubiese
enterado de las veces que me metí en el arroyo...!
De mis andanzas por ese regato, y de las horas que pasé en
él, podría escribir un libro casi como el de Petete, pero no es el caso. Es una
anécdota más de la infancia en esa parte del pueblo que tanto recorrí siendo un
niño. Traviesillo, pero niño.
Para los que sois más o menos de mi edad, sabéis bien que
en la cima del Teso de los Navazos, junto al camino, hace ya muchos años había
un tejar que hoy está totalmente en ruinas dada su desatención por falta de
rentabilidad económica. En ese tejar he pasado una parte muy importante de mi
infancia (de mi vida), pues, aunque vivíamos en el pueblo (mi pueblo, La
Zarza), mi padre trabajaba en él porque era el titular de la explotación del
mismo, y yo, jugueteaba por todas partes
entorno del tejar mientras mi padre, mi primo, Paco y un señor que les
ayudaba hacían las labores pertinentes, mientras que, mi hermana, se entretenía haciendo platitos y cacharritos (cosas
de la cocina) que no le salían nada bien y mi primo se los hacía con el barro
del tejar para contentarla, pues como él era mayor que nosotros, ya dominaba
bien la materia prima. Mi hermano Salvador, entonces era muy pequeño y no
aparecía mucho por allí.
Algunas veces me cogía el pendingue -o pendil-, tomaba las
de Villadiego sin avisar me largaba por
los alrededores del tejar. Otras veces (más de las debidas), bajaba hasta el
pilar a jugar y también meterme dentro en alguna ocasión, a pesar de las muchas
advertencias en contra que me hacían, de que, las sanguijuelas que por aquel
entonces abundaban en las paredes del abrevadero, eran un peligro cierto que yo
me tomaba como un juego cogiéndolas con la mano y jugando con ellas hasta que
se enganchaban.
Recuerdo que una vez, al poco rato de estar en el pilar
disfrutando a tope con mis diabluras, apareció mi padre con el caballo a galope
tendido porque ya se impacientaba al no verme y se imaginaba donde me
encontraría. Ya podéis imaginaros la letanía que me esperaba por el camino
hasta llegar arriba del teso donde está el tejar. ¡Qué paciencia tenía el
hombre...!
A pesar de los muchos años transcurridos, de los cambios
que me imagino se han establecido en todo el contorno, yo veo con toda nitidez
la maravillosa panorámica que desde arriba del teso se percibe y la guardo en
mi memoria como si fuera ayer el último
día que la viví; pues la contemplé tantas veces, que me ha quedado grabada a
fuego. Es una imagen latente en mi memoria que, afortunadamente aflora con
frecuencia. Son cosas que no se olvidan nunca por mucho tiempo que transcurra y
grandes que hayan podido ser las transformaciones habidas. Es, junto al Teso de
la silla, el lugar desde el que se aprecia la más extensa y bonita panorámica zarceña, desde mi punto de vista,
claro, otros tendrán posiblemente otra opinión diferente y muy respetable. Tuve
la gran suerte de disfrutar de ambas ( más en el Teso de la Silla, porque ya
era más mayorcito), muchos, pero muchos atardeceres que me han dejado una
huella indeleble que permanecerá siempre en mi recuerdo hasta que finalice el
viaje.
Y, por último, resaltar el colorido del campo que rodea (o
rodeaba) el tejar que en las primaveras lluviosas era una alfombra natural de
flores silvestres de distintas tonalidades que perfumaban el ambiente y, nada
tiene que envidiar a otros lugares de gran renombre que nos los presenta como
idílicos. Eso sin contar la abundancia de árboles que por aquel entonces había
en todo el entorno del tejar y en el cerro colindante, el Teso Grullo, si no
recuerdo mal.
3 comentarios:
¡Bendita infancia!
La tuya, por lo que nos cuentas y has contado no fue mala.
Pobre tu padre si además te esperaba porque era muy posible que fueras portador de la comida o merienda. La impaciencia se acrecentaría. Y tú a pájaros... o a ranas...
Desde pequeño tuviste altas miras, nada más y nada menos que desde las mejores atalayas de nuestro pueblo. Los Navazos y Teso de la Silla. Tienes, sin tardanza, que volver a patear esos lugares y revivir y ser el niño aquel que fuiste.
Te advierto que apreciarás algunos cambios por la concentración parcelaria y nuevos caminos que habrán alterado algo tus recuerdos. Pero lo importante, lo esencial sigue allí, esperándote.
-Manolo-
Para potenciar tus recuerdos, quiero decirte que, estos primeros calurosos días primaverales, cataba el cuco, (los cucos) como un loco entre los árboles de esa zona que describes al final, con un sonido envolvente, estereofónico, alrededor, lejano, cercano que, de vez en cuando alteraban el ritmo del cántico, (tengo entendido que el cambio del canto lo emiten cuando terminan de hacer la picia ó la picardía en el nido de otro pájaro).
Y es que son muy “cucos”, solo vienen en primavera a poner los huevos y se marchan con los primeros calores del verano mientras otras aves les sacan adelante sus crías.
Saludos (Paco)
Admirable memoria la tuya. La Zarza te marcó profundamente. Félix y tú propagáis en vuestros escritos un amor por el pueblo que es difícil de igualar. un abrazo. Salva
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