17 enero 2012

PASEO NOCTURNO

Era una  noche fresca, clara y la mar sosegada, salí a pasear, el cielo estaba estrellado, quería estar junto al mar y la curiosidad me acompañaba. Estaba en Sant Feliu de Guixols; había ido a visitar a mi hermana Mª Paz que vive allí junto al mar en ese pintoresco lugar de la Costa Brava, donde en invierno, todo es sosiego y tranquilidad. A mí, me atrae el mar como al hiero el imán, no puedo evitarlo. Fui caminando, caminando por un hermoso paseo que han hecho por el litoral bordeando la costa pasando por Ca la Conca  y, ya en Platja d`Aro, me detuve, me senté en una roca  atraído por el rugir del graznido de algunas inquietas gaviotas que no descansaban y revoloteaban arrítmicamente de forma desordenada con la más absoluta anarquía y observar sus bruscos e inesperados movimientos, acompañados casi siempre de un fuerte graznido, cuyo eco, con el silencio de la noche, se perdía en el éter a modo de invisible estela sonora.
El relajante y ondisonante romper de las pequeñas, suaves y esporádicas olas que se deshacían al acercarse a la arena formando una línea  en forma de fina y brillante cornisa que se desvanecía casi silenciosamente, me hacían sentirme feliz y la persona más importante del planeta. ¡Qué ilusión! Pensé: ¡Qué hermosa es la vida! ¿Por qué no sabremos vivirla mejor y disfrutar de cuanto nos rodea? Momentos tan maravillosos como éste, me dije, deberían ser constantes, sempiternos. ¡Ojalá...!
La noche callada, la  luz de luna llena con las olas del mar calmadas, fueron relajándome; el suave viento acariciaba mi cara cual bufanda de terciopelo en invierno; el silencio del entorno se palpaba cuando las gaviotas dejaban de graznar, mientras el brillante espejo en el que se había convertido el mar reflejando en él la luna llena, en esa noche tranquila y serena, sonriente como una enamorada quinceañera en la verbena, con su chico mirándola tiernamente y acariciándola con dulzura, me invitaron a sentarme. Me senté en una húmeda y fría roca contemplando la inmensidad sideral, intentando localizar una estrella fugaz, fue en vano, esa noche deberían estar todas de vacaciones, porque, no apareció ninguna, y haciendo volar mi pensamiento, imaginaba que, si como dicen los científicos, hay más de diez mil millones de galaxias, ¿cómo es que  sólo nuestro planeta está habitado por humanos? Y, quizás con infantil ingenuidad, se acercaron a mi mente algunas preguntas que me hicieron reflexionar profundamente, y a las que, mirando en lontananza y sin quitar ni un solo momento la vista del horizonte que forman el cielo y la línea del mar,   me gustaría poder contestar: ¿Qué somos y, qué estamos haciendo aquí los humanos? ¿A qué hemos venido, quién nos trajo y desde dónde? ¿Qué estarían haciendo en ese momento los pescadores del mar, esos sufridos hombres que luchan contra viento y marea para poder llevar a sus casas el sustento familiar. ¿Cómo lo estarían pasando mientras yo contemplaba plácidamente ese, su mar, en el que batallan con tanta dureza la casi totalidad de los días del año? ¿Cómo le afectarían las grandes olas a sus redes? ¿Cómo estarían sus familias en el hogar?  ¿Qué pensarían sus madres, esposas, novias, sus hijos...? ¿Cómo estarían de tranquilos los demás? Aquellos que nos comemos el pescado cada día sin saber lo que sufren ellos para poderlo pescar en la mar, sobre todo, cuando se embravece? ¿Qué recompensa tiene esa, que a mi se me antoja  ingrata labor? Qué reconocimiento reciben de la sociedad esos abnegados pescadores?
¿Quién se acuerda de ellos cuando salen a pescar en las frías noches de invierno mientras los demás estamos cómodamente y calentitos en nuestro hogar? ¡Qué duro e ingrato es algunas veces el mar!  ¡Qué tranquilos y felices estamos en casa los que no sabemos lo que es ir de noche a pescar! ¡Qué ingrato es el trabajo de pescador nocturno en el mar....!
Pensaba para mi: ¡Pobres hombres...! ¿Cuánto sufrirán?
¿Cuánto tendrán que bregar para poder llenar las redes antes de regresar? ¿Merecería la pena tanto sacrificio? ¿Seremos justos cuando al comprar el pescado, pensamos que nos parece caro? ¿Preferirían hacer otra labor más grata para ellos?
Seguía cavilando, dándole vueltas a la cabeza sin saber el porqué, ni por qué había ido yo a parar a aquella piedra que me estaba dejando el trasero de frío y de plano como un mármol. ¿Estarán satisfechos con su trabajo? No encontraba respuesta a ninguna de las preguntas que me había planteado. Pero hete aquí, que, a modo de visión o iluminación cósmica, me di cuenta de que me estaba equivocando; sí, me estaba equivocando y no lo había sabido ver, me equivocaba de plano; erré en la apreciación. ¿Por qué? Porque los pescadores del mar son las personas más campechanas; las más  agradecidas y desinteresadas del planeta. Son felices con su trabajo ¡que, ya nos gustaría a los demás...! y, para aumentar su alegría y buen humor, alguna vez, de cuando en cuando, le acompaña la botella de ron que les acaricia con ternura y comprensión. ¿y qué...,? ¿qué pasa por eso? cada uno bebe lo que le parece; pues, como dice el refrán: unos beben vino, otros aguardiente, y los más borrachos agua de la fuente...., y como  los pescadores del mar, no son ninguna de las dos cosas: ¿podrán beber lo que les de la relísima, o qué...? además, en alta mar ya no hay fuentes de agua fresca como antes, por eso beben el agua embotellada con sabor a ron.
Seguía la noche tranquila, seguía la mar en calma, y seguía la luz de la luna iluminando mi cara. El cielo seguía estrellado, me parecía que cada vez las estrellas brillaban más animadas; la Estrella Polar, se me antojaba más cercana, casi, casi al alcance de la mano. De cuando en cuando, surcaba el cielo la luz blanca acompañada del parpadeo de las luces de posición de un avión, camino que, no se a dónde, su destino lo llevaba y distraía mi atención que allá, en alta mar la tenía concentrada, mientras, seguían pescando las gentes que mi pensamiento ocupaban. Me estaba quedando frío, la ropa ya humedecida al cuerpo se me pegaba; notaba el salitre del mar cosquilleando mi cara acariciándome suavemente esa brisa salada, que tanto yodo aquella noche a mi cuerpo le aportara.
Noté las piernas adormecidas cada vez que las estiraba, pero seguía contemplando el mar mientras a los pescadores recordaba.
Al incorporarme, después de haber estado un buen rato cómodamente apoltronado encima de la roca que a modo de cadira, me había servido de asiento, noté una especie de escalofrío por todo el cuerpo que me hizo estremecer, al mismo tiempo que una cierta alegría en el alma, al ver aparecer en la lejanía la luz de un pesquero que se acercaba; posiblemente volvería a su puerto y los pescadores a sus casas; a su hogar con los suyos. ¡Qué alegría!
Me bajé de la roca, me acerqué al camino y empecé a andar lentamente hasta que las piernas volvieran a la normalidad. Seguí caminando cabizbajo y meditabundo hacia la casa de mi hermana, ya necesitaba  dormir un rato (soy madrugador) y ya se estaba insinuando el Alba. Me acompañaban los recuerdos dejados atrás un momento antes; también, el recuerdo de aquel rudo hombre del mar que en otro tiempo y en otro mar, pescaba en otra noche tranquila de luna llena y plateada, con una mar no tan calmada, ni siempre convertida en un espejo luminoso en el que la luna se miraba mientras se acicalaba con esmero como una enamorada vigilando a su marinero que pescaba cada noche hasta entrar la madrugada allá en la mar adentro, (mientras el mundo entero descansaba) en aquel mar Cantábrico, que yo tanto recordaba esa noche tranquila, en la que todo se iluminaba cubierto por el manto de la blanca luna plateada que me transportó a mi juventud vivida en mi Donostia añorada.....
Llegué a casa y me acosté, intuía que enseguida me quedaría dormido como un tronco; antes de dormirme, ya casi con los párpados casi pegados, no sé si por el sueño o el peso, me dije a  mi mismo: buenas noches, hasta mañana.
La anestesia del cansancio de la larga jornada, hizo lo demás.
Luis

4 comentarios:

Anónimo dijo...

El mar siempre está ahi,ya sea el Catábrico ,ya sea el Mediterráneo, para ofrecer esas sensaciones,que como veo ,tanto te han cautivado.
Yo apenas he contactado con el mar pero voy a contarte una experiencia similar en cuanto a sensaciones.Corria el verano de 1980, cuando pasé unos dias en Tossa de Mar,tambien Costa Brava.
Despues de la siesta,me eché la guitarra al hombro y despues de bordear el castillo segui caminando hacia el sur por un exiguo empinado sendero,que más parecia un carril de cabras.Subia la cuesta entre tomillos y plantas silvestres que perfumaban el entorno.Atrás quedaba Tossa,casi a vista de pájaro.En el fondo,mirando al naciente el mar se extendia en toda su majestuosidad.El espectáculo era de ensueño.Me sente a la vera del sendero,me abracé a mi guitarra y ante el gigantesco decorado del fondo comencé a tocar unas melodias que fluian como por encanto y casaban perfectamente con el paisaje.Comencé a cantar ,siempre improvisando y parecia que la inspiración no tenia fin,tanto que yo mismo me sorprendí con la facilidad que la música fluia.Pasaron dos jovenes rubias,probablemente alemanas y se sentaron a escuchar.Yo seguí a lo mio.Al cabo de unos minutos ya habia ocho o diez turistas escuchando.Comencé a tocar la "Malagueña "que dominaba bastante bien y cuando terminé escuché el aplauso de una veintena de personas que sentadas no queria perderse aquello.Permanecí un rato más hsata que di por bueno terminado el concierto improvisado.Fue una experiencia única,donde el primer sorprendido fui yo por el embrujo que alli surgió.Despues lo celebré en el bar restaurante donde trabajaba mi tio Vicente ofreciendo un recital de rumbas en un ambiente indescriptible de fiesta y sangria de la buena, buena.¡Qué tiempos! Félix.

Manuel dijo...

Si La Zarza tuviera mar...
habría que ver y leer lo que escribirías sobre ella.
Si, sí, diréis que La Zarza no necesita mar. Ya lo sé, porque lo tiene en su cielo y su mar de nubes, que no en todas las zonas costeras puede disfrutarse un cielo con esa transparencia como en nuestras tierras. Los cielos y nubes son parte esencial de nuestro paisaje.
Pero... ¿y si, además, tuviera mar?...
-Manolo-

Anónimo dijo...

Manolo. Si La Zarza tuviera mar,no sería más hemosa ni tampoco sigular,porque no lo necesita ni lo va a necesitar. Ella es todo primavera, lo que no puede ser el mar, en la que en las gentes revebera, la honradez y la amistad. Son sus gentes sin igual las que le dan la hermosura, la imagen que ahora tiene, su belleza y su cultura.Esas bizarras gentes que son su honor y su gloria, es lo más hermoso que ha conocido la historia.

Anónimo dijo...

¡TOMA YA!!!

Queda claro que lo mejor de La Zarza somos los zarceños.

¡TOMA OTRO YA!!!