25 septiembre 2015

EL FRONTÓN DE PELOTA


Son varias las costumbres y tradiciones que, como consecuencia de la pérdida de población por causas  bien conocidas, han ido perdiendo fuelle en algunos pueblos, entre ellos, el nuestro.
Un ejemplo claro, es la afición al juego de pelota  mano en el frontón tan arraigado entre los zarceños de mi época y anteriores que ha ido desapareciendo poco a poco y ha terminado por extinguirse prácticamente; posiblemente, porque la escasez de juventud viviendo en el pueblo ha hecho que por falta de jugadores para formar equipos, ese deporte tan sano se haya evaporado en el ambiente zarceño a pesar de la afición que al mismo había en el pueblo. Me atrevería a decir que era el deporte municipal por excelencia para las gentes de entonces; pues el fútbol, era prácticamente inexistente en aquélla época, y el resto de deportes, la mayoría desconocidos.
En la práctica totalidad de los pueblos de Castilla, hay -o había-, un frontón, en el que la juventud daba rienda suelta a su afición al juego de pelota mano, o pelota vasca. Sin embargo, debido al éxodo involuntario de las gentes obligadas a marchar, como todas las cosas que no se cuidan, han desaparecido del panorama.

En las fotografías que vemos a continuación de estas líneas, podemos apreciar el estado del frontón de nuestro pueblo, por la parte anterior y posterior del mismo; si bien la primera, dada su antigüedad, la calidad de la misma, no es la deseada, aunque, permite apreciar los huecos donde se hacían los nidos los gorriones y nosotros nos subíamos para "visitarlos" como recordarán los paisanos de mi época.


Recuperar esas costumbres y tradiciones que durante siglos formaron parte del día a día en los pueblos, es algo que dignifica a sus gobernantes y también a sus gentes, que, por razones por todos conocidas, desafortunadamente, desaparecieron en contra de la voluntad de los pueblos afectados por la maldita pandemia de la emigración.

Hoy, son varios los pueblos de las zonas rurales que tratan de  recuperar el juego de pelota  mano en el frontón; algunos ya lo han conseguido, otros lo  intentan, pero el solo hecho de intentarlo ya dice bastante a favor de los nuevos ayuntamientos que pretenden volver a las raíces de sus tradiciones más significativas.

En nuestro pueblo, generalmente, no había ni un solo domingo en el que no compitieran más de una pareja de jugadores en distintos partidos, y era abundante la gente del pueblo que concurría al evento.

Esta afición a la pelota mano en el frontón, alcanzó su cenit cuando, allá por año 1.953, llegaron al pueblo los primeros trabajadores foráneos que empezaban la construcción de la carreta del  Salto de Aldeadávila, que, como bien recordarán mis compueblanos, empezó en el pueblo, concretamente, en lo que se conoce como el abanico y finalizó en “La Verde” y la llegada de esos forasteros, algunos de ellos muy buenos pelotaris, hizo que aumentara el interés en el pueblo por el ya tradicional juego de pelota  mano y se produjeran algunos piques entre jugadores zarceños y forasteros y entre forasteros y forasteros que también los había, porque algunos de ellos eran muy buenos e imprimían un aliciente mayor al ambiente del juego y al ambiente en general que, por aquél entonces se respiraba en el pueblo, y era bastante la gente que acudía a los encuentros para animar a los unos y a los otros; cada uno a los de su bando como es lógico.

Recuerdo muy bien los partidos que jugábamos los chavales y cuales eran mis mayores contrincantes, tanto durante las horas del recreo, como a la salida del colegio por las tardes cuando no era invierno, así como las abundantes anécdotas vividas con motivo de esa afición que nos afectaba a la mayoría de los chavales, ya que, al estar el frontón tan cercano a la escuela, los ratos del recreo los pasábamos allí, bien jugando o subiéndonos a las acacias que había en ese lugar junto a la pista del frontón. Otras veces los ratos los pasábamos jugando a la brinca en la pared de enfrente o al marro cuando cuadraba. ¡Qué tiempos…!


No sé si alguno de ellos seguiría después de salir del colegio  o al hacerse más mayor con la afición por la pelota; yo sí que seguí en el ambiente aun con más ahínco en el País Vasco donde me marché al dejar la escuela a los catorce años; y, dado que en esos lares es donde más se practica ese deporte en las distintas modalidades, lo practiqué con más asiduidad que en el pueblo, hasta que, por prescripción médica, tuve que dejarlo definitivamente, porque se me calaba la mano (se me hinchaba y amorataba nada más empezar a jugar) produciéndome un fuerte dolor que me impedía continuar, lo que me obligó a desistir del empeño en contra de mi voluntad; pero, hasta ese momento, y durante unos cuantos años, jugaba en el frontón que está cercano  al lugar donde vivía en el Barrio del Antiguo. Desde entonces, he intentado jugar en algunas ocasiones pero, sin poder terminar ni llegar a la mitad de un partido. La mano no lo permite.

El hecho de traer a colación éste tema, es debido a que - como en nuestro pueblo, parece que se anima el cotarro- se intenta por parte del Consistorio recuperar algunas cosas que se hallaban en “desuso”, personalmente considero que no le supondría ningún gasto a las Arcas Municipales, recuperar esa tradición que estuvo tan arraigada al sentir de las buenas gentes de entonces; y sería cuestión de organizar para las actividades veraniegas, los partidos para celebrar una competición en las fiestas de agosto que sería un aliciente más y buscar o intentar localizar a los jugadores -no es necesario que sean profesionales sino, meros aficionados- que estén dispuestos a participar en el evento, para darle mayor realce a los festejos que tanto significan para el pueblo, al mismo tiempo que volveríamos a las raíces de nuestras ancestrales costumbres desaparecidas.


Actualmente, el frontón está en buenas condiciones de uso -sin necesidad de reparaciones importantes como puede apreciarse en la fotografía que precede a estas líneas-, para practicar el juego con total normalidad; no así, cuando yo era niño y el suelo no estaba pavimentado y lleno de baches que intentábamos aprovechar los jugadores (pelotaris de entonces) para que cayera allí la pelota después de revotar en el frontón y ganarle un tanto al contrincante; eso, sin contar con que había cada desconchón en el frontón repartidos por todo el paramento, que eran el lugar ideal para que, cuando la pelota entrara en uno de ellos ya tenías asegurado el ansiado tanto, mientras el otro, pataleaba por su mala suerte y todos nos esforzábamos por intentar que la pelota fuera allí precisamente, pero no era nada fácil conseguirlo, como a simple vista nos parecía; pues, aunque una buena parte del frontispicio era prácticamente utilizable; había otra deteriorada -una especie de desconchadura-, en la que la pelota pocas veces caía en el sitio elegido por el jugador que intentaba acertar con el centro de la diana.

Dado el volumen de trabajo que tiene por delante la nueva Corporación, soy consciente de ello y me consta que el señor Alcalde y sus concejales están muy atareados en organizar y poner en orden todo lo concerniente a la Administración Municipal; pero, intentar recuperar -sin prisas- el juego de pelota a mano que otrora tanto significó para el pueblo, como acertadamente -desde mi punto de vista- ya lo están  haciendo en otros pueblos, alguno de ellos cercano a La Zarza, supondría un regocijo para los que la pelota tuvo un significado entrañable en su juventud y formó parte de la cultura de nuestro pueblo y de los pueblos del entorno como lo recordarán bien las gentes de cierta edad -como es mi caso- y por ello defiendo el retorno de ésta actividad deportiva que ahora recordamos -los de antes- con cierta nostalgia, sin poder hacer apenas nada por evitarlo,  pero en la seguridad de que le daría mayor viveza a las fiestas patronales de La Zarza, a la que todos le deseamos lo mejor.

¿Será posible recuperarlo?


11 septiembre 2015

EL POTRO


El conocido como potro de herrar, es una estructura de piedra o madera (a veces mixta) que en el pasado servía para sujetar a los animales e inmovilizarlos para herrarlos  o atenderlos cuando requerían atención sanitaria u otros menesteres.

Afortunadamente, a lo largo del territorio nacional todavía se pueden contemplar  algunos ejemplares  en perfecto estado de conservación; y, que yo conozca, en varias localidades de Ávila, el noroeste de Toledo, el suroeste de Salamanca, en distintos lugares de Zamora y parte de Andalucía -seguramente habrá bastantes más que no he tenido la suerte de conocer-, han merecido mi atención, por el buen aspecto que ofrecen algunos de estos artilugios que ahora no los apreciamos en su justa dimensión y son para la inmensa mayoría de gente joven, los eternos desconocidos. En la casi totalidad de los ejemplos citados, los potros se han convertido en centro de atracción del turismo, y, a pesar de hallarse en desuso -como es lógico debido a la modernidad-,  son el orgullo de los ciudadanos que los conservan como lo que son: una joya, una reliquia del pasado que nos recuerda cómo realizaban artesanalmente los trabajos duros y las labores nuestros antepasados, así como los medios y herramientas que usaban para dichos menesteres, y que  ahora, a algunos de nosotros nos parecen jurásicos.

Las fotografías adjuntas -todas bajadas de Internet, excepto las dos primeras -por encima y por debajo de esta líneas- que corresponden al extinto potro de nuestro pueblo,  (proporcionadas por el “Bloguero Mayor del Reino, más conocido como Manolo” en el que vemos unos niños jugando, -y, según me dice él- que son los hijos de Luis, nietos de Felicísimo- muestran algunos de los ejemplos vivos de esas reliquias anteriormente mencionadas.  

  
En la casi totalidad de los pueblos de Ávila, Salamanca y un poco menos Zamora- por citar zonas de nuestro entorno-, había al menos un potro -propiedad del Ayuntamiento- que era de utilización gratuita para quien precisara su uso -en mi pueblo, los niños de mi época lo usábamos de gimnasio-; como también había al menos una fragua para poder mantener en perfecto estado de servicio los aperos de labranza y demás enseres propios de la actividad agrícola y ganadera de la época en esas zonas de la España profunda y campesina, que han ido quedando abandonadas de la mano del dios de la cultura,  y, a pesar de que -aparentemente- nos puedan parecer  unas simples piedras semi desordenadas , es muy significativo el servicio prestado a nuestros antepasados  por este “aparatejo” que continúa formando parte activa del vivo recuerdo de nuestra heredada cultura que todos deberíamos esforzarnos por conservar.  


 Como muestra el esquema del potro de herrar de la fotografía que precede a estas líneas, aparecida en la  edición del año 1.925 de la enciclopedia Larousse, podemos observar la robustez del aparato de herrar, ya más modernizado y provisto de todos los aperos necesarios para inmovilizar a las bestias; si bien, era solo de madera, algo que era frecuente en determinadas zonas en las que la piedra no era abundante.

¿En qué consiste este artilugio?
Se trata de una estructura sólida compuesta por cuatro consistentes pilares de piedra -también los había y hay de madera- con unas vigas de madera, transversales y fijas a los pilares de piedra, una en la parte superior trasera que permitía el paso del animal y otra más baja en la delantera consistente en un yugo de dura madera y una sola cabeza, en la que se amarraba por el testuz a la res mediante coreas que fijaban los cuernos al yugo o los atalajes de la bestia cuando no eran reses los animales que requerían sus prestaciones.


El  animal se introducía en el potro, se inmovilizaba fijándole la cabeza al yugo y, pasándole las correspondientes cinchas por debajo de la panza u otras partes del cuerpo cuando se hacía necesario para permitir su inmovilización, como lo muestra la antes citada adjunta fotografía en blanco y negro de Larousse.
El pergamino que precede a este párrafo, corresponde a la descripción de potro de herrar sita en la plaza mayor de Navalperal de Tormes que, se cita como ejemplo de los muchos que se hallan repartidos por nuestra geografía.


Éste artilugio estaba provisto de una biga longitudinal  giratoria, para que, ayudado por un palo que se usaba como palanca, al girar  acortara las riendas -Correas por debajo de la panza del animal- hasta lograr que las patas no tocaran el suelo, y al quedar ligeramente elevado facilitara la labor de herraje.

Complementaban el sistema, una serie de palos o varas y puntales oblicuos que se apoyaban en los postes traseros, además, de los correspondientes ganchos que se sujetaban a las vigas laterales - una de las cuales, como ya he citado, giraba para tensar los atalajes- como se muestra en la siguiente fotografía.

Para evitar el retroceso, se clavaba la palanca o inmovilizaba mediante resistentes correas de cuero, maromas o cuerdas gruesas si no había otros medios, asidas fuertemente a los postes y las bigas del potro para inmovilizar el animal.
Algunos de los potros de herrar, eran tan simples como el mostrado en la foto inferior que, no puede ser más elemental y escueto en materiales.


Hasta hace poco más de medio siglo, todavía en algunas zonas rurales del territorio nacional, el potro fue la herramienta imprescindible para herrar vacas y bueyes, y  cuando era necesario, burros, caballos, mulos etc.
También lo utilizaban frecuentemente los veterinarios como quirófano para “anestesiar” e inyectar o curar a los animales que no facilitaban su labor a la hora de aplicarles el tratamiento facultativo que requerían para recuperar la salud o aplicarles las pertinentes vacunas cuando las circunstancias lo requerían.


Con la modernización, también los potros-quirófanos fueron mejorando, como es el ejemplo de la  fotografía que precede a estas líneas y podía ser transportado de un lugar a otro cuando las circunstancias lo requerían.


En aquel entonces, cuando se trataba de pueblos pequeños o aldeas con pocos vecinos; el herrador y el veterinario iban de pueblo en pueblo una o dos veces por semana para cubrir las necesidades de sus vecinos, y, generalmente, cobraban por igualas (pequeñas cuotas) por meses y cabezas de ganado; toda vez que, mediante este sistema les resultaba más económico a los labriegos que si lo hacían por libre; y, tanto el herrero como al veterinario, se aseguraban un dinerito fijo, que al final de mes les venía a las mil maravillas; si bien, algunas veces cobraban en especias (huevos, carne, cereales, queso, patatas, etc.) y, mediante ese trueque, les salía más llevadero el pago a los campesinos que precisaban sus servicios profesionales y, tanto al herrador como al veterinario, más económica la adquisición de esos bienes.


Cuando se trataba de poblaciones grandes, los veterinarios -no siempre- tenían su potro privado en su correspondiente corral en el que realizaban las actividades de su profesión y pasaban la “consulta”, además de un herrador que realizaba el herraje que previamente se había acordado con el veterinario en cuestión.
Las caballerías, al ser animales más dóciles, generalmente, no era necesario amarrarlas al potro ni para herrarlas ni para curarlas, salvo excepciones, pues, es bien conocido que con solamente atarlas del ramal, levantarle la pata, sujetarla con las manos  apoyadas sobre la rodilla de una persona mientras el herrador realiza la faena, era y sigue siendo suficiente para realizar la labor de herraje eficazmente.



Afortunadamente, son bastantes las poblaciones que han recuperado el potro o lo han sabido conservar; no así, ha ocurrido en mi pueblo -La Zarza de Pumareda- en el que lo mismo que en la película, se ha quedado en “lo que el tiempo se llevó”, y es una lástima que algo tan entrañable y que fue de tanta utilidad, haya desaparecido y nadie sepa donde ha ido. No obstante, en “El Cotorro”, hay sitio suficiente para reemplazarlo, si no en el mismo lugar exacto que anteriormente estaba ubicado, sí en las proximidades, si las autoridades consideran que es un bien cultural y las arcas municipales lo permiten -algo que no siempre es posible como es obvio-, a pesar de que el importe del mismo, no sería una elevada cantidad de dinero pero que, no siempre está disponible en todo momento para conservar o recuperar los bienes culturales que  han ido desapareciendo por falta de la debida atención que, en su momento requerían. Y,  piedra para ese menester hay suficiente en el pueblo, si es que no se localizan las que  estructuraban el original, porque ningún lugareño conozca su paradero.

¿Habrá que buscarlas como el “Arca Perdida"…?   ¿Se encontrarán?;