Siguiendo en la línea iniciada con el recuerdo al carro de
labranza, y para retrotraernos a la historia de los aperos que con el paso del
tiempo, el hombre ya desde su origen ha ido utilizando con normalidad en la
agricultura, empleando los más rústicos artilugios para poder surcar la tierra
y sembrar en sus entrañas las semillas o plantas que le servirían de alimento
para su subsistencia; hoy dedico esta entrada al arado, a ese primitivo
artefacto que al comienzo de su existencia estaba compuesto por varios trozos
de madera (fotografía superior derecaha) que el hombre encontraba a su paso, como podría haber sido una rama
de árbol con una especie de gancho
formado por otra rama más corta con forma de
horqueta o horquilla, o bien un palo largo (un mango) en el que en uno de los extremos
se sujetaba una piedra con la forma adecuada que a modo de reja se hundía en el
suelo (para remover la tierra con la finalidad de ser cultivada abriendo surcos
antes de sembrar las semillas) por la fuerza ejercida
en la misma por una
persona que la presionaba enérgicamente y otra u otras que ejercían la
tracción, como se aprecia en la fotografía superior -posiblemente, éste método
fuese el predecesor de la azada y el pico, o a la inversa-, hasta que logró un
sistema más eficaz y menos duro para el agricultor que tiraba del arado, “por
llamarlo de alguna manera” como muestra la fotografía superior de la derecha.
El arado es una herramienta de
labranza (fotografía superior izquierda) que, según la historia -o, leyenda, depende de como se mire- apareció en el interior de la
antigua Mesopotamia -región de Asia
Occidental entre el Tigris y el Éufrates; por eso se denomina tierra entre dos
ríos- en tiempos remotos muy difícil de datar con precisión; si bien, el
tradicional arado de madera con reja y accesorios de hierro conocido
mundialmente tiene su origen en la agrícola Roma, no obstante, parece ser que fueron los ingleses los que“inventaron”
(por decirlo de alguna manera) el arado
triangular (fotografía superior central) que facilitaba el tiro porque se adoptó un sistema para ser tirado por caballos como muestra la fotografía inferior de la ozquierda.
Este arado con reja triangular
que se hundía más fácilmente en la tierra y permitía ahondar más con menos
esfuerzo, fue adaptado en el siglo XVIII por un holandés llamado Joseph
Foljambe, para poder ser tirado por caballos. A éste arado se le conoce con el
nombre de Rotherham.
Los arados, dependiendo de la zona de uso y sus diferentes costumbres -por lo general eran distintos en cada país-, eran tirados por caballos, bueyes, llamas, mulos, camellos, asnos, búfalos,
elefantes, etc., como lo muestran las tres fotografías de la derecha) según que la tierra fuese más o menos compacta o arenosa, En la antigua Roma, en algunos conocidos parajes como la famosa Campiña romana, se labraba con búfalos, toda vez que éstos animales, una vez domados y acostumbrados al yugo o la collera, eran la yunta ideal e inigualable para la labranza, tanto para el arado como para el tiro de las carretas que en aquel entonces empleaban los romanos en las faenas agrícolas; procurando siempre al uncir con las coyundas los animales al arado o carreta, disponerlos (cuando eran más de uno) de modo que una vez yuntados, puedan tirar todos por igual en la medida de lo posible y la fuerza esté bien repartida para que el esfuerzo de cada animal sea menor y le retrase la fatiga, exceptocuando lo hacían con un solo animal como muestra la penúltima fotografía, de un chino descamisado encima de la plataforma de su original arado.
Normalmente los caballos casi no
se empleaban para el cultivo de las tierras; lo más usado eran bueyes, búfalos,
yaks, et., a pesar de que -como es obvio-, son más lentos que los caballos y
los mulos que permitían agilizar la labor cuando no era larga la jornada; por
el contrario, aguantan bastante menos que los búfalos o los elefantes, por
citar dos ejemplos.
El inicio de la agricultura fue
muy duro, no se disponía de más herramientas que las piedras y ramas de madera
seca labradas con piedras en forma de hacha que se usaban para cavar y arar las
duras tierras a base de mucho esfuerzo humano, poco rendimiento, escasa
producción y mínima satisfacción del labriego.
Sin embargo, el hombre, como
único animal inteligente (y, como tal pensante), fue ideando los métodos,
aperos y todo tipo de artilugios (fotografías superior e inferior) que le permitían las circunstancias para
avanzar en la labor agrícola hasta llegar al arado que todos hemos conocido
(que, sin duda debió de ser un acontecimiento a celebrar) y, a buen seguro que
uno de los mejores inventos de la época, ya que permitió surcar la tierra con
menos esfuerzo, más eficacia y aumentó el rendimiento y la productividad.
El arado, como se muestra en las
distintas fotografías que ilustran el tema que nos ocupa, al igual que otros
rudos y arcaicos aperos agrícolas que en su día fueron la esencia de la
labranza, se han quedado obsoletos por razones obvias y pasando al baúl de los
olvidos, como lo demuestra la fotografía inferior) sin que (en su mayoría) las nuevas generaciones lo valoren con equidad
como se merece el servicio que prestaron a
nuestros antepasados y lo que
significó en el desarrollo de la agricultura, hasta llegar a los actuales y
modernos arados de vertedera en batería, tirados por potentes tractores que permiten rentabilizar la agricultura
moderna sin apenas esfuerzo humano en benéfico del agricultor y en el
abaratamiento (teóricamente) del producto que proporciona la tierra.
De los pocos que vamos quedando
ya de mi edad en el pueblo, seguramente la mayoría recordará con más o menos
cariño el clásico arado de madera con reja y accesorios metálicos en compañía
de una yunta de vacas que, era lo típico en La Zarza por aquélla época además
del arado metálico de vertedera de una sola reja como el de la fotografía de la derecha
.
Quién de los de entonces, no recuerda la estampa gallarda
de un arado camino de las tierras a labrar, encima del yugo que uncía las
vacas, atado y bien amarrado al mismo con unas correas en la zona que hay
entre el pezcuño, la telera, el dental
y las orejeras por detrás de la reja en la parte inferior de la esteva para que
no se moviera ni se pudiera ladear o caer, y arrastrando la cola del rabizo,
rabera o ventril, como se prefiera llamar, que es la que une el arado al yugo
cuando se ara, porque, cuando iban o volvían del campo los labriegos, lo ponían
en posición inversa y, una pieza metálica o de gruesa goma que iba en el
extremo de la parte inferior del ventril llamada rastra que, es la que impedía
que se fuese desgastando la rabiza (o rabizo)que era de madera y contactaba con
el suelo por detrás de las patas traseras de las vacas, en el espacio que queda
entre los dos animales.
Algunos yugos (no todos) iban
provistos de una argolla colgante grande (barzón) en la parte inferior, como se muestra en la última fotografía, en la
que se introducía la pértiga, cola o ravizo del arado, en cuyo extremo en uno o
varios orificios (lavijeros) hechos perpendicularmente iba alojada una -o
varias- clavija metálica o de madrea dura de un par de palmos más o menos, que
le impedía salirse de la misma al hundirse
la reja en el suelo y ejercer la yunta la fuerza hacia delante al tirar con
energía, correría el riesgo de que el “arador” pudiera quedarse con la
mano en la mancera de la esteva del arado clavado en el suelo mirando como
seguían caminando tranquilamente las vacas solas hacia delante sin enterarse de
nada.
Acude espontáneamente a mi
memoria el grato recuerdo de la gallarda estampa -que de niño veía con bastante
frecuencia y dejó en mi memoria grabado a fuego-, de las yuntas tanto cuando
iban o venían de arar, acarrear o trillar, bebiendo agua en los abrevaderos
como el Pilar, el Pozo del Moro u otros, y el labriego de pie (después de beber
él agua del caño) contemplaba embelesado sus animales mientras saciaban su sed
apoyada la aguijada en el suelo con la punta hacia arriba a modo de lanza -como
los antiguos caballeros de las cruzadas antes de enfrentarse a sus
contrincantes-, ataviado con la indumentaria de entonces: abarcas o albarcas
-como guste llamarse-, calcetines de lana gruesa hechos a mano pacientemente
por su mujer, blusa (o chambra) parda por el paso del tiempo, camisa de cuello
tipo Mao, pantalón descolorido de pana gruesa con varios remiendos, y boina o
gorro de paja, según la estación del año de que se tratara; con su raquítico
cigarro entre los labios hecho a mano y envuelto con el clásico papel de fumar
marca zig-zag y de tabaco de cuarterón (las cajetillas de entonces) comprado en
el estanco de la casa de mi tío Aquilino y mi tía Salvadora.
Esa fotografía mental, también
recoge la presencia de las mujeres zarceñas que en amena charla esperaban
llenar sus cántaros -o cántaras- en los chorros de abundante agua que salía por
los dos caños que adornan nuestro inigualable pilar, mientras los juguetones
gorriones correteaban y desmenuzaban las moñigas en el suelo del entorno,
buscando algún grano que llevarse al pico para sobrevivir y, un revoltoso niño
que ahora lo recuerda y refleja en este escrito (antes de marcharse a casa de
su abuela carretera arriba), se entretenía jugando en las pozas con el agua que
venía del pilar y saltando los bancos de piedra que había junto a los chopos
que, poco a poco van desapareciendo de la circulación.
Esa imagen -como otras muchas de
mi infancia zarceña-, ha permanecido guardada en mi particular baúl de los
recuerdos -y en más de una ocasión la he pasado por la invisible pantalla
digital de mi mente- que tan feliz me hicieron siendo uno de los más traviesos
niños de aquella época (algún día contará alguna de sus diabluras) que, ahora,
añora y recuerda con nostalgia todos los aperos que se usaban en la labranza
y están pasando a mejor vida como nos
ocurrirá a todos antes de cien años; aunque, si aguantamos cien años más, no
deberíamos quejarnos....
Por esa y otras muchas razones,
soy partidario de que se conserve su recuerdo en un museo que los perdure en el
tiempo y las generaciones venideras puedan apreciar todo cuanto sus antepasados
hicieron -o hicimos- por mejorar un
poco aquello que encontramos a nuestra llegada a este maravilloso planeta azul.
¿Será posible?
Por mi parte, yo guardo ese
recuerdo -como otros muchos de mi infancia-, atesorado en los más gratos
sentimientos de cuanto me sucedió en La Zarza; por eso, desde este rincón
bloguero quiero dejar constancia de lo que queda en mi, de los aperos agrícolas
que en aquel tiempo conocí y , de vez en cuando afloran a mi pensamiento.
Hoy, quiero dejar constancia de
ese sentimiento, dedicando a uno de esos aperos que más útil le fue a nuestros
antepasados agrícolas zarceños: “El arado”
Arado viejo de madera
que fuiste fiel compañero
de las múltiples fatigas
que ha penado el labriego
para lograr las rubias espigas
que luego lleva al granero.
Hoy vengo a reconocerte
tu buen servicio prestado,
y también agradecerte
tu presencia, “amigo arado”
Empuñando tu mancera
al más fuerte labrador
en otoño y primavera
junto a ti, le brota el sudor.
El seco matorral salvaje
que encuentra a su paso tu reja,
lo elimina con coraje
para dejar la tierra
pareja.
Y, cuando hundes en la besana,
la reja afilada y bien pulida,
esa, mi tierra castellana,
con mimo por ti mullida
en una fresca mañana,
queda blanda y removida
dejándola tan limpia y lozana
que al labriego le da la
bienvenida,
para que lance la semilla
temprana
arrojándola con su fuerte mano
campesina
y, al caer, con ternura, el
terruño
le abra sus entrañas a la vida
esperando que la lluvia en
primavera
le conceda la cosecha merecida
que llene con abundancia la
panera
y le premie el esfuerzo y la
fatiga.
Viejo arado de madera
que el campesino zarceño
labró con esmerado empeño
con su herramienta casera.
Hoy recuerdo de mi niñez
que tu original estampa gallarda
yo guardé con timidez
y, se halla lo que se guarda.
Guardado tengo en mi mente
el volar de las nubes otoñales
que con pasividad inclemente
convertían las tierras en
barrizales;
y, cómo el labriego impenitente
emocionado las paladeaba
cuando pendían cual madeja
inocente
de la rueca que las sujetaba;
mientras tu vetusto cuerpo de
madera,
tirado por dos fornidos animales
impidiendo que tu esfuerzo
impotente
labrara la besana en la
encharcada ladera
o, mullera y esponjara los
eriales.
Y, aunque ya te ha retirado
la moderna maquinaria,
hoy, mi recordado arado,
sabrás que por la gente zarceña
agraria
sigues estando mimado
y rezan por ti su plegaria.
+
5 comentarios:
Debo decir que me ha parecido muy interesante la lección de historia.
En cuanto al poema me parece muy bien que agaradezcas su servicios prestados puesto que no ha pasado tanto tiempo desde que fue retirado por moderna maquinaria. Y el hombre le debe al arado miles de año de servicio.
Cesar
Luis, estás regresando al pueblo, a tu infancia en él. Así lo demuestran estos temas del carro y el arado entre otros, con los que revives tu niñez (la nuestra) en La Zarza.
Interesante herramienta e importantísima el arado e interesante su historia y evolución con fotografías y gráficos importantes que bien traídos están por si algún día hay que acudir a ellos para montar de nuevo un arado clásico, pues al paso que vamos puede que en un futuro el progreso no sea tanto que haya que recuperar estas viejas herramientas y volver todos a la tierra. ¡Qué pesimismo el mío!
Voy a ser un poco optimista: Todo esto está muy bien para el futuro museo de Juan en La Zarza, donde al lado un arado se colocaría tu homenaje-recuerdo-plegaria, como agradecimiento y sentir de la gente zarceña agraria. Y si el arado mostrado en el museo estuviera en buen estado, ese serviría, en caso necesario, de modelo y prototipo para su fabricación en serie. Otra vez el pesimismo… Será el día
-Manolo-
Sobre el tema arado, recomiendo un pequeño video, de menos de un minuto, en mi blog: Junio 2010 “Como ayer” o en esta dirección. Lo que te sea más sencillo.
http://zarzadepumareda.blogspot.com.es/2010/06/como-ayer.html
César, gracias por el comentario.
Manolo; "como ayer", una vez visto el vídeo y leído el comentario. solo me queda decirte que me resultan a bos entrañables, tanto la charla con los labriegos avulenses como las fotograsfías,
¡Cómo tira la tierra...!
Saludos. Luis
Fantástica descripción de este artilugio compañero inseparable hasta hace bien poco.Cuantos cantos y rollos volteó en la Zarza en zonas ahora abandonadas a su suerte y que entonces suponía recoger algo de mies.Conocí auténticos artistas del arado que sacaban unos surcos rectos como velas,mientras avanzaban cantando.El campo se ha quedado mudo,solo el ronroneo de un tractor de vez en cuando da algo de vida.Apenas se ven pájaros,cuatro liebres por aquí y por allá,apenas un conejo y las escasas perdices huyen para refugiarse en zonas abruptas.Nada es lo que fue.Signos de mal agüero. Un abrazo .Félix
Félix. Si el hombre es incapaz de percibir lo que supone para la naturaleza en el futuro, la pérdida de liebres, conejos, pájaros y árboles como tú enumeras, y, al parecer, desgraciadamente tanto escasean por esos lares, malamente entenderá que lo que recibió de sus antepasados, su deber es legarlo mejorado a sus descendientes.
Si el pasotismo impera en aquellos que su deber es velar por los valores que nos distinguen del resto de animales que poblamos el planeta; el futuro que les espera a aquellos que nosotros hemos traído al mundo será más negro que el pantalón de un carbonero; y, nadie más que nosotros será responsable de tamaña falta de visión y nos asemejarán al topo con toda la razón. ¡Qué lástima!
Saludos. Luis
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