27 febrero 2012

El cangrejo de mar

                                  
Como una de las obligaciones -posiblemente la más importante– de todo jubilado es caminar diariamente lo suficiente como para poder seguir manteniéndose en forma; yo me lo he tomado al pie de la letra para que no se sienta defraudado el fisco. Cada día camino una media de ocho kilómetros si las circunstancias climatológicas y de salud me lo permiten, algunos días, bastantes más. Voy siempre acompañado de mi fiel amiga: mi  perra Rhan, que es una hembra de pastor alemán y no habla para no dejarnos en ridículo a los humanos. Como no me gusta la monotonía, recorro todo el entorno del lugar donde habito. La casi totalidad de los caminos, bosques, carriles, senderos y toda clase de andurriales de los pueblos limítrofes y cercanos a mi domicilio, los he pateado en repetidas ocasiones, algunos, hasta la saciedad. Normalmente, desde que salgo de casa hasta mi regreso, no me paro, no me gusta, a no ser que me llame mucho la atención algún elemento de la naturaleza e inconscientemente me obligue a detenerme para contemplarlo; a veces, cosas insignificantes para la mayoría, como en el caso que nos ocupa.
Caminaba por un sendero que atraviesa un bosque relativamente cercano (a unos cinco kilómetros de casa) y en una especie de pequeño peñascal, cercano al camino, sobre una lastra,  me llamó la atención un par de juguetonas lagartijas que, no sé por qué razón, siempre me ha gustado observarlas. Me detuve a la orilla de una de las abundantes lastras que había en el peñascal y empecé a observar los ágiles movimientos que imprimía a su juguetón deporte una de las dos lagartijas que había en las proximidades. ¡Una maravilla! Traté de mantenerme lo más inmóvil posible  para no alterarlas con mi presencia y, después de un buen rato de contemplación, viendo a esas lagartijas roqueras cómo unas veces jugueteaban, otras, trataban de localizar algún insecto que llevarse a la boca, se acercó Rhan y las ahuyentó; mientras esperaba inútilmente a que se volvieran a acercar; en presencia del cuadrúpedo era totalmente imposible, y decidí continuar mi camino. Mientras iba meditando el comportamiento de las lagartijas enredadas en sus juegos, me abordó el pensamiento, el recuerdo de un día en las rocas de Tximistarri en la falda del Monte Igueldo en San Sebastián; cuando un sábado al atardecer, después de un buen rato saltando de roca en roca, extremando la precaución por el peligro que entraña esa zona debido a la agresividad de las olas al estrellarse; me senté en una roca, la más alejada del agua espumosa por el romper enfurecido olkeaje, para estar a salvo del alcance de alguna de ellas, que, perdida o distraída, pudiera lastimarme; como quiera que ya empezaba la bajamar, esta circunstancia me permitió observar los cangrejos que, al amparo de las rocas se hallaban protegidos y salían de sus escondites para expansionarse y liberarse del cautiverio impuesto por la naturaleza y la bravura del Cantábrico que allí, dada la orografía del terreno, zurra con energía descontrolada en ese recoveco de la costa en la maravillosa cornisa cantábrica.

Cuando empezó a bajar la marea, los cangrejos ya libres del temor que les infringen las olas, salían hacia las rocas a liberar sus instintos, lo que me permitió regocijarme en la contemplación de estos crustáceos por los que siempre he sentido un atractivo, sin saber bien cuáles son los motivos, pues, en varias ocasione los he pescado, lo mismo que pulpos o lo que se nos ponía por delante cuando íbamos los amigos de pesca, a la playa o las rocas a pasar un rato disfrutando de la presencia y compañía del mar.
Había escuchado con detenimiento a los viejos pescadores de San Sebastián, (Donostia) Pasajes (Pasaia)  y Guetaria, -entre otros- hablar muchas cosas de los cangrejos, despertando en mi un cierto interés por esos crustáceos que casi siempre me habían pasado desapercibidos, (excepto cuando los pescábamos) pero que, empezaron a calar en mi y decidí documentarme sobre su existencia en nuestro planeta.
Me enteré que este crustáceo del orden de los decápodos (posee cinco pares de patas) como la langosta, gambas y camarones, tienen en común su carácter bentónico; viven vagando sobre el fondo , excepto algunas especies de la llamada super familia portunoidea, que han desarrollado el hábito nectónico, es decir, viven generalmente -como nuestros políticos-nadando entre dos aguas, y apenas van al fondo.
En los cangrejos, el primer par de patas locomotoras ha ido evolucionando hasta convertirse en un par de robustas pinzas que utilizan para capturar y manipular su alimento; así como para la disputa territorial y el cortejo, cuyo ceremonial es original y muy curioso.
La mayoría de los cangrejos viven muy cerca o dentro del agua, si bien, algunos, sólo acuden al líquido para reproducirse, haciendo su vida normalmente en las rocas y sus proximidades.
Los cangrejos de mar son muy huidizos ante la presencia humana y desaparecen de nuestra vista lo más pronto que le permiten las circunstancias.
Como artrópodos que son, están dotados de un exoesqueleto que a menudo adquiere el carácter de caparazón duro, porque está mineralizado con carbonato cálcico. Esta cáscara dura, no puede crecer. El crecimiento de estos crustáceos requiere una muda del exoesqueleto; ocasión que algunas especies aprovechan para reproducirse; siendo este, un momento muy peligroso para el cangrejo, pues se queda sin su principal medio de protección y a merced del resto de vecinosa los cuales le vendría de maravilla como exquisito manjar.
Durante este periodo de tiempo, (por instinto) el cangrejo intenta ocultarse de la presencia de sus colegas, pues como el caparazón (aunque un poco más grande que el viejo) es blando, requiere un tiempo para endurecer y estar en igualdad de condiciones que los demás.
Cuando el cangrejo desecha el caparazón, ( el viejo ) este, parece un cangrejo muerto a primera vista, pero mirándolo de cerca y observándolo con detenimiento veremos unos orificios donde estaban los ojos.




Con frecuencia vemos en la orilla del mar o depositados en la arena de las playas algunos de estos ejemplares que al tener el interior hueco, flotan (no siempre) y son llevados fuera del agua por la acción de las olas, como el resto de residuos que son depositados en la arena y decoran nuestras playas para regocijo de nuestra vista.
Los cangrejos ermitaños tienen el abdomen blando y un caparazón muy débil, lo cual les obliga a buscar otros animales marinos para proteger su cuerpo. A estos cangrejos le acompaña su concha protectora a todas partes.
Al cangrejo de mar, le ocurre un poco lo que al camaleón, tiene una gran variabilidad en su coloración; puede ser verde, rojo, gris, marrón, etc.; su alimentación es carnívora- crustáceos, bivalvos, peces y pequeños animales muertos, etc.
El cangrejo es un animal nocturno por naturaleza, si bien, es frecuente poderlo ver fuera del agua durante el día pululando por las rocas (y cercanías) bañadas por el efecto de las olas, siempre a corta distancia del agua que le permita refugiarse en ella para protegerse.
La característica del cangrejo de caminar de lado es porque tiene curvadas las patas para permitirle entrar en pequeñas oquedades y estrechas grietas para mantenerse alejado y protegido de algunas especies (poco amigas) de peces de dientes muy afilados o de cangrejos más grandes a los que les serviría de un sabroso menú a la carta sin tener que ir al restaurante.

Todos los cangrejos tienen instinto guerrero, son muy peleones y codiciosos, son insaciables, nunca parecen estár satisfechos con lo que tienen. Ya lo indica su nombre científico:  “Maenas” que significa Rabioso. Se da la circunstancia de que un cangrejo adulto grande harto y con un sabroso gusano o cualquier otro alimento en la boca, intentará por todos los medios a su alcance, robarle la comida a otro que se halle en sus proximidades, en cuya pelea, es frecuente que pierda laguna de sus patas, generalmente suele ser una de las pinzas que, es con las que atacan y se defienden. Su instinto, en cuanto a codicia, avaricia e insaciabilidad, no dista mucho del comportamiento humano. Los cangrejos de mar, como los humanos, tiene dos ojos; estos, van alojados en el extremo de unas proyecciones que salen de su caparazón y están provistos de un par de sensores entre ambos, que les permiten mantenerse en guardia o tomar las de Villadiego si fuera necesario.
Las hembras, generalmente llevan sus masas de huevos en la parte inferior de su cuerpo, las depositan en una masa plactónica, hasta que las larvas supervivientes, descienden al fondo para convertirse en esos minúsculos cangrejos que en verano podemos encontrar en las rocas, y esturiones de los ríos a lo largo de nuestras abundantes costas. Las hembras de la especie de cangrejo  pequeño, suelen poner unos doscientos mil huevos. La vida de las hembras, es de unos tres años, mientras que la de los machos, es aproximadamente de cinco.
El hombre, haciendo gala de ser el animal más depredador del planeta, también ha encontrado en el cangrejo un elemento más para su alimentación; si bien, la porción de masa alimenticia aprovechable del cangrejo, es escasa, lo sabroso de la misma, hace que sea apetecible por ese otro animal que nada ni a nadie respeta: “el Homo sapiens”  Si bien, en defensa de este último, debería decirse que en Japón, los cangrejos están a punto de terminar con una isla, la están aniquilando. La isla Hoboro, la van escavando, horadándola, de tal forma que las olas arrastran la tierra floja y la dejan esquelética. Otro ejemplo a tener en cuenta, es la isla Chritmas Island ubicada en el noroeste de Australia, que, en el mes de diciembre, ciento cincuenta millones de una especie de cangrejos listos para aparearse, sus hembras ponen una media superior a los cien mil huevos; lo que supone unos siete mil quinientos millones de millones de cangrejos bebés por todas partes de la isla. ¡Menudo panorama! A veces vemos en algún reportaje, auténticas marabuntas de cangrejos por calles, carreteras y demás, lo que ocasiona enormes molestias a los ciudadanos
Y, como me parece que ya me estoy extendiendo demasiado, dejaremos para otra ocasión más propicia la simpatía que siento hacia el cangrejo de mar.
Luis



21 febrero 2012

LA NOVIA DEL CAPITÁN MARINERO

                      

                      


                        Ya llegas por fin marino
                        como te estaba esperando;
                        ven a celebrarlo con el vino
                        que te he estado reservando.
                        Embriágate de mi amor,
                        emborráchate conmigo
                        de cariño y de pasión,
                        y, llévame al puerto contigo.
                        Ábreme tu corazón
                        de bravo hombre marino;
                        no busques ninguna razón
                        y enséñame tu camerino.
                        Fúndeme en un fuerte abrazo
                        y olvídate de la estiba,
                        corta la amarra de un hachazo,
                        y deja el barco a la deriva.
                        Deja que allí en alta mar
                        las olas mezan el barco,
                        para que yo te pueda amar
                        hasta que se le desgaste el casco.
                        Llevo esperando seis meses
                        tu regreso marinero,
                        y a mi corazón estremeces
                        por lo mucho que te quiero.
                        Seis meses de larga espera,
                        son para una enamorada,
                        lo mismo que para cualquiera
                        una dura y cruel jugada.
                        Ahora que estás aquí conmigo,
                        hazme olvidar lo pasado,
                        sé mi amante y mi amigo
                        y, no me apartes de tu lado.
                        Agárrame fuerte marino,
                        estrecha mi cuerpo en tus brazos,
                        y hazme el amor sin tino
                        que el amor no se hace a plazos.
        
                         Luis                                     



14 febrero 2012

¿Por qué lloran las gaviotas?


                                                              

Como consecuencia de haber pasado mi juventud en la Bella Easo, -mi querida Donostia-, de haberme encariñado con sus encantos, bañado innumerables veces en sus tres playas y vivido en el Antiguo (mi barrio) cerca de su playa, contemplando con cierta asiduidad  desde Ondarreta, sus amaneceres y crepúsculos vespertinos; ya desde muy jovencito, siempre he tenido una debilidad: El mar. Cualquier mar: el de olas gigantes y de enérgica bravura o el mar silencioso y calmado que anima a la reflexión en un atardecer otoñal, contemplando la serenidad de sus tranquilas aguas, o viendo los veleros en verano a la caída del sol, cómo se van acercando a puerto (digamos con sus turistas u ocupantes circunstanciales) para finalizar la jornada estival en tierra. Ese  mar tranquilo y sereno que me pasaría la vida contemplando; ese maravilloso espejo natural en el que me gusta mirarme cada vez que tengo la oportunidad a mi alcance. Ese mar,  que fue compañero, vecino y amigo de mi juventud y ejerce un poder magnético sobre mí,  que me atrae, como atrae una hermosa mujer a la mayoría de los hombres, sin que puedan hacer nada para evitarlo. ¡Qué culpa tienen ellos, de que la naturaleza tenga ese comportamiento! Pues, con el mar, me ocurre lo mismo; no puedo evitar, que al mirarlo, su presencia me arrastre a su proximidad para contemplarlo y me amarre con su presencia para serenar mi espíritu..
El viernes de la semana pasada, me acerqué hasta Cabrera de Mar, y ante este Mediterráneo no tan bravo como el Cantábrico de mi juventud; como de costumbre, después del correspondiente largo paseo descalzo por la orilla, unas veces caminando despacio, otras corriendo y hundiendo los pies en la arena o chapoteando por su agua mientras –a pesar del frío-, notaba sus suaves caricias; ya un poco fatigado, y como tengo por costumbre hacer para descansar un poco después de esta actividad, me senté en una roca plana, de las que abundan en la zona de playa que me encontraba y, en la que  había algunos excrementos, abundaban las lapas y  los cangrejos que por allí pululaban, se  escabullían ante mi presencia, además, de  para sosegar el cansancio producido por el esfuerzo físico realizado corriendo por la playa, hice unos cuantos ejercicios de respiración profunda y prolongada, y logré relajarme. Me puse los calcetines y bambas para no resfriarme durante el tiempo que permaneciera en la lastra, y eché un vistazo general en el entorno para ver el panorama que tenía ante mí. El cielo estaba casi limpio como consecuencia del viento habido con anterioridad, pero que en ese momento estaba  en calma.
 Oteaba el horizonte, que, en el crepúsculo, le acompañaban unas sinuosas nubes atravesadas por los rayos del sol cual alborada vespertina reflejando etéreas tonalidades ígneas en el poniente, que ofrecían un inimitable y espectacular cuadro pictórico que sólo puede pintar la naturaleza con su sencillez inigualable, y, a modo de vitamina, tonificaba la retina de mis ojos. Tan gratificante espectáculo me hubiera gustado poderlo llevar a mi casa para contemplarlo a cada momento. ¡Qué egoísta por mi parte, verdad !Contemplativo y regocijándome ante la hermosura del mar y el repetitivo e incansable romper de sus olas, observaba como los últimos pequeños veleros que aun no se habían recogido, enfilaban camino hacia el puerto; los pescadores de caña, acompañados de sus respectivas radios portátiles ya empezaban a emplazarse con sus aperos, sus sillas y una gran dosis de afición al deporte del anzuelo digna de encomio, porque en una tarde fría y noche gélida como la que les esperaba, hay que tener mucha afición y la moral muy alta, para aguantar estoicamente en esas condiciones, el crujir del invierno más frío desde hace bastantes años, en una noche de febrero que te corta la respiración, para, con mucha suerte, poder conseguir unas cuantas pequeñas piezas de pescado; veía una pareja de enamorados pasear por la orilla sin acercarse mucho al agua, jugueteando y, de cuando en cuando, a modo de caricia, lanzándose alguna piedrecilla uno al otro, luego, corretear un poco, y para zafarse del fresco que acompañaba a la tarde, lanzarse al suelo revolcándose en la arena y retozar gozando de su juventud.
Un grupo de gaviotas un tanto alborotadas que competían con su graznido elevando el tono de voz cual tenor en la opera, revoloteaban inquietas mientras se disputaban la posición más propicia para apoderarse de una parte del botín que les esperaba en el desagüe del colector ubicado en la playa, cerca del lugar que me encontraba. Y, tras una prolongada disputa por el manjar que acompañaba al banquete que tenían ante sí, una vez saciado el apetito, decidieron atemperarse y relajarse un poco, a penas graznaban y su descanso,  fue silenciando relativamente el ambiente.
Poco a poco, empezó dispersándose el grupo y repartiéndose en grupúsculos que se iban posando en distintas rocas, algunas un tanto alejadas del colector, otras, cercanas al lugar donde yo me encontraba ubicado en ese momento.
La proximidad al escenario donde actuaban algunas de las gaviotas me permitía percatarme bastante bien de su actitud y sus movimientos, pues, como permanecía inmóvil, mi presencia, ni alteraba, ni modificaba su comportamiento, ni el de otras dos parejas que abandonaron el revoloteo para posarse en una roca aún más cercana a mí, que una vez aposentadas, y después de revolotear y sacudirse las alas dando algunos saltos encima de la roca, abriendo con energía sus picos, extendiendo con violencia y agresividad sus alas en tono desafiante y graznando con vehemencia; por fin, se calmaron, y su sosiego me permitió comprobar como una de las gaviotas más cercanas a mí, empezó a llorar. Sí, a llorar; las gaviotas también lloran, (no me fijé si lo hacían las demás) derramaba abundantes lágrimas. Me causó extrañeza ese comportamiento. En un principio pensé que sería agua que le descendía de la cabeza acumulada en el plumaje al introducirla en el mar, o que, -ironías de la vida-, quizá, había sido la vencida en la disputa y lloraba con amargura su mala suerte; pero no, enseguida acudió a mi mente el recuerdo de algunas de las abundantes explicaciones que nos daba sobre estas aves y otros temas relacionados con el mar, Koldo, el padre de mi amigo Juan Pedro, -que, al leer esto, estoy seguro que  desde el cielo estará sonriendo- cuando alguna vez le acompañábamos en sus tareas nocturnas en el arte de la pesca, que, como excelente  pescador y viejo lobo de mar, tenía en su haber grandes conocimientos de todo aquello que tuviera alguna relación con la pesca marina, a la que con su estimado barco viejo, tantos años fue su fiel e inseparable compañero de fatigas.Entre otras muchas cosas, nos dijo que las gaviotas lloraban. Sí, sí, que lloran y abundantemente. Aquello, a nosotros nos parecía fantasía. Si no hubiese sido por la enorme confianza que nos merecía y la sapiencia que acumulaba, nos hubiera parecido una chirigota, una broma de las suyas; pero no, era cierto. Las gaviotas lloran; lloran para eliminar la sal de su organismo, de toda el agua que han bebido en el mar-océano con una gran cantidad de sal que si no la eliminan, a la larga sería letal. ¡Ojalá, pudiéramos hacer lo mismo los humanos! y poder beber agua marina al natural sin perjudicar nuestra salud.Las gaviotas, como el resto de los animales, y humanos necesitan beber agua para poder subsistir, pero las gaviotas no siempre tienen agua dulce a su disposición cuando están en el océano, (excepto en algunos lugares de las costas ) y cuando la necesitan, beben del mar; y sin embargo, consiguen sobrevivir a la ingesta de este elemento con tanta concentración iónica gracias a que poseen una glándula llamada de la sal. Esta glándula, siempre en las gaviotas se ubica en la parte superior de cada ojo, y empieza a funcionar cuando el ave se alimenta de algún animal o bebe agua salina; es entonces cuando empieza a llorar lágrimas lechosas, blancas, como consecuencia de la abundante cantidad de sal que contienen. De esta forma, elimina el exceso de sal acumulado y elaborado en su organismo, que luego es eliminado por esa original estructura anatómica particular que le permite subsistir a ese inconveniente.Según nos explicaba el padre de Juan Pedro, cada una de esas glándulas, segrega una cantidad de sal marina -dejándola escurrir por el pico- mayor que la que puede eliminar un riñón en el resto de los animales. ¡Qué maravilla de naturaleza! Y, ¡Qué lástima que no podamos hacerlo también nosotros...!
Seguía recordando alguno de los muchos y sabios consejos de Koldo sobre el mar y las peripecias que había pasado en sus múltiples noches de pesca para ganarse el sustento de su familia. ¡Gran pescador y hombre excepcional como pocos, el padre de mi amigo....! Mientras, la tarde languidecía, y a pesar de que al comienzo de este mes de febrero, ya se están alargando un poco los días, la noche se avecinaba y se me antojaba gélida; la humedad ya comenzaba a hacer notar su presencia en mi ropa y la notaba en la piel, si bien, todavía no tenía frío, pero se acercaba la hora de regresar a casa; me esperaba una media hora de camino de vuelta. La luna menguante, empezaba a sonreír. Antes de partir, me descalcé y me quité los calcetines, me volví a dar una carrera corta por la arena para entrar un poco en calor y desentumecerme, salí de la playa, y después de sacudirme la arena de los pies y calzarme de nuevo, arranqué mi coche y con un poco de nostalgia le dije hasta luego a ese amigo mío que es el mar, agradeciéndole su reconfortante colaboración al permitirme llenar mis pulmones de un aire menos contaminado y regalarme una buena dosis de yodo que ayudará un poquito a mantener en mejores condiciones mi salud; pues, es bien conocido, que, el yodo es un oligoelemento, un mineral que necesitamos los humanos en cantidades muy pequeñas pero imprescindibles. Para nuestra alimentación son necesarios ciento cincuenta microgramos diarios para la producción de hormonas tiroides.
El yodo que el agua del mar nos ofrece con tanta generosidad y abundancia de forma gratuita, es un elemento químico-esencial que estimula el buen funcionamiento del sistema nervioso y mantiene nuestro metabolismo en equilibrio, y, dado que el importe a pagar por este medicamento está prácticamente al alcance de la mayoría: ¿Por qué no aprovecharse de él cuando la ocasión es propicia? Como cuando llegué a mi casa ya estaba entrada la noche, salí con mi perra Rhan casi una hora, para que hiciera el ejercicio de la noche corrteando por el campo, y al regreso, antes de cenar, me pasé por la ducha como de costumbre, olvidándomee del consejo de Koldo que nos decía: que, después de haber estado en el mar o en la playa durante un determinado tiempo, es desaconsejable ducharse hasta que no hayan transcurrido unas cuantas horas, (mejor un día o más) para aprovechar mejor todas las propiedades vitamínicas que tiene el yodo que hemos tomado del entorno del mar. No sé si será cierto, pero yo, por si acaso, siempre lo he hecho; dejo que el yodo descanse en mi piel un tiempo prudencial antes de  ducharme como me aconsejó él, pues para mi, era un sabio y un ejemplo a seguir. Y, como el precio es el mismo...., pues, del viejo el consejo, como dice el refranero. Luis.

09 febrero 2012

JUSTICIA

          
La Justicia aquí en España
se puede volver siniestra
por los líos que alguna toga amaña
para  poder salir a la palestra.
Hay jueces como Garzón
que, por querer hacer justicia,
les quita siempre la razón,
los del sindicato de Manos Limpias.
No contentos con machacar
a este juez ante el Supremo,
también le acusan de prevaricar
porque les va pisando el terreno.
Algunas togas de la derecha
arraigadas en el franquismo,
quieren abrirle una brecha
para lanzarlo al abismo.
Con ejemplos como Valencia
para juzgar a su Presidente,
demuestran su exquisita exigencia
cuando juzgan alguna gente.
Y, no digamos del folclore
de algunos jueces estrella,
que se toman la Justicia en Valencia
como si se comieran una paella.
¿Que, nuestros jueces son honrados?
hoy, casi nadie lo duda,
pero, algunos se montan cada tinglado
que les puede hacer perder la cordura;
porque, son tantos los intereses
de los dos grandes partidos,
que, algunas togas genuflexionan
y ante ellos caen rendidos.
Y, para los jueces que su toga
“tiene demasiadas puñetas,”
le vendría bien una escoba
o dedicarse a hacer calcetas;
así,  al honrado contribuyente,
la Justicia le dará tranquilidad,
sabiendo que son buena gente
y siempre juzgan con equidad.
Luis

                                             

04 febrero 2012

Doña Anita

A todos los zarceños interesados en que se le dedique una calle a Dña. Anita.
(Yo, personalmente, he dirigido una carta al Ayuntamiento)

Doña  ANA MANUELA TORRES VAQUERO; conocida como Doña Anita.
Esa gran señora, que La Zarza tuvo el honor de albergar en su seno como formadora de las niñas zarceñas; durante treinta y siete largos años, ejerciendo como maestra de primaria, -ininterrumpidamente- dejó marcada una larga estela de gratitud entre todas las mujeres de varias generaciones que tuvieron la suerte de ser sus alumnas. (y, sentirse orgullosas después)
Las innumerables manifestaciones de gratitud de esa legión de exalumnas, que, a título individual han ido dejando verbalmente a lo largo del tiempo transcurrido, son la mas fiel muestra de ese merecido reconocimiento  que desinteresadamente, mueve a este zarceño  a recabar de todas las personas que se sientan agradecidas a la señora, una calle en el pueblo a su nombre, por la extraordinaria labor que hizo entre las niñas que acudieron a sus clases, allá en  los años, 1901- 1938.
Mi gratitud personal hacia ella, se deriva de la información facilitada por mi madre, que al igual que mis tías y demás parientas y compueblanas que como alumnas suyas  se vieron favorecidas por su buen hacer como maestra, -que fue ejemplar-, es el único motivo que tengo para solicitar la colaboración de todos aquellos que, lo mismo que yo, se sientan orgullosos de haber tenido una madre, que en aquel tiempo, tenía una formación cultural, -a nivel de primaria-, que, para sí quisieran muchos de los de ahora; -incluidos los hijos de nuestras madres- sobre todo, teniendo en cuenta las circunstancias que entonces rodeaban la situación en el pueblo, que todos sabemos como eran, aunque no estuviéramos allí en esos momentos.
No considero necesario entrar en detalles del admirable comportamiento que tuvo la Señora con todas las niñas que pasaron por sus manos. Como esto es obvio, y bien conocido por todos los zarceños de varias generaciones; esperemos, que, como bien nacidos, se sientan agradecidos.
¿Queréis que la maestra tenga una calle a su nombre en el pueblo? Pues, es muy sencillo: Enviad un e-mail al Ayuntamiento, dirigido al Sr. Alcalde solicitándolo. Así de fácil. Cuando reciba una avalancha de demandas, no le quedará más remedio que atender las reclamaciones de sus paisanos.
Tampoco vendría nada mal algún comentario (cuantos más mejor) en la Web de La Zarza.
Luis