18 mayo 2016

CAMPAMENTO, "EL FERRAL"

Al hilo de un comentario que Argimiro le hace a Manolo, respecto a el campamento de “El Ferral”, en la entrada que con fecha 09 del mes en curso, éste, titula en su Web: “Mi cámara se va sola al pueblo” y la respuesta que el mismo le da; me surgió la idea peregrina  de comentar algo sobre el particular, toda vez que soy uno de los miles de reclutas que pasaron una buena parte de la Mili, en el famoso campamento, recibiendo la instrucción que, según versión oficial, nos convertía en soldados defensores de los valores patrios.
Posiblemente, para una mayoría de las personas que tengan la gentileza de leer esta entrada, les resulte extraño, como es lógico,  el nombre del campamento de “El Ferral”, cercano a León; pero, para los mozos zarceños, que, a lo largo de varias generaciones hayan cumplido el Servicio Militar Obligatorio en Castilla-León, y pasado el periodo de instrucción en ese campamento, los muchos e imborrables recuerdos que permanecen en su memoria, les acompañarán hasta el final de su existencia.
En los tiempos en los que a mi y los de mi quinta, nos tocó “disfrutar” de la acogida que nos brindaba El Ferral, como consecuencia de la dictadura militar que, en aquél entonces gobernaba el país, no era la Mili tan permisiva como lo fuera posteriormente, sino que, la disciplina (por llamarla de alguna manera), era férrea y poco tolerante, la comida, poco abundante, más bien escasa y algunas cosas más; y, el trato como personas que recibíamos, tampoco era muy sensible, por definirlo de una manera algo “sensible”.
El frío que pasamos los de mi reemplazo (1.962) y el viento seco y cortante que corría por el campamento, nos escareaba la piel (se resquebrajaba y llagaba por el frío) de manos, cara y piernas, porque, a pesar de lo inclemente de la climatología, nos obligaban a primera hora de la mañana a hacer gimnasia en pantalón corto y mangas de camisa (meses de marzo, abril y mayo), que, ya es tener moral y consideración hacia las personas. Supongo que lo harían para fortalecernos y forjarnos como soldados, según el punto de vista militar; aunque los reclutillas, las pasáramos canutas.
Posiblemente, como mi reemplazo fue el mayor en número de reclutas habido en la reciente historia de España, como consecuencia de coincidir con el final de la Guerra Civil, y, un año más tarde la abundancia de nacimientos, por la falta de televisión en los hogares de entonces, la disciplina y la escasez de tolerancia, estaban al orden del día, si querían controlar y dominar la situación.
Allí, tuve la gran suerte de coincidir con mi buen amigo Horacio (q. e. p. d.) que, al principio de llegar, se acercó a mi, al final de una clase de teórica en la Explanada y me produjo una gran alegría (de las pocas que se recibían allí por entonces), lo que hizo que la amistad que ya nos unía se fortaleciese; aumentando más aun, en el cuartel de Infantería en Salamanca, donde cumplimos el resto de la Mili, y pasamos muchas horas paseando por la Plaza Mayor y hablando animadamente en la biblioteca (de la que yo era uno de los responsables); hasta que llegaron del campamento los nuevos reclutas paisanos que nos acompañan en la foto adjunta.

Una de las cosas buenas que tenía el campamento, era la salubridad, que, al no haber contaminación alguna, el aire que se respiraba era puro. Ya nos gustaría que fuera igual aquí donde vivimos algunos de los zarceños que estamos fuera del pueblo.
Los buenos ratos pasados en el chigre que había a la entrada del campamento, también ayudaban a hacer un poco más grata la estancia en aquél lugar, pues, era el punto de encuentro de los ocupantes del recinto, incluidos los mandos que también lo visitaban. Algunos con bastante frecuencia.
Algo que, al principio me impresionó, fue la concentración de soldados (reclutas) en formación en la explanada para acudir a Misa cada festivo, pues en aquél entonces, solamente había un reemplazo al año, y, precisamente en ese reemplazo, había 14.000 “soldaditos”, independientemente de los mandos y personal de servicio; lo cual supone una ingente cantidad de gente en un lugar que, aunque abierto, no dejaba de ser relativamente reducido en función del número de personas que allí había, para que, en caso de emergencia se hubiera complicado la situación.
Lo mismo ocurrió en la jura de bandera que ese año ya no se hizo en el Paseo Papalaguinda de León, debido al número de soldados habidos en el reemplazo; así que, Guzmán el Bueno, se quedó con las ganas de vernos desfilar a los mejores.
Las visitas a León y los pueblos colindantes, así como La Virgen del Camino, guardan en mi memoria un grato recuerdo de la estancia en campamento leonés.
Seguramente, los que estuvisteis en El Ferral, e hicisteis las maniobras de tiro y orden abierto caminando hasta Benavides y el Monte Teleno,  haciendo noche en Astorga,  acampados en la explanada que entonces había en la periferia de la catedral Maragata, tendréis presente lo que supone una caminata como esa, aunque estuviéramos bien preparados previamente haciendo marchas a pie, tanto diurnas como nocturnas, generalmente inesperadas, de las que recibíamos notificación un rato antes de partir.
Recordareis también la cantidad de soldados que la citada marcha se quedaban por el camino, por no poder soportar sus pies la dureza de la marcha, y la poca delicadeza con que eran tratados por la superioridad de entonces.
La salida al Teleno (Picu Taleneu, en la denominación tradicional cabreiresa) que, es el pico más alto del macizo montañoso galaico leonés, ubicado en Los Montes de León, entre los municipios de Truchas y Lucillo, en la provincia de León y acampada a la orilla del río Órbigo, donde algunos pudimos pescar truchas y ranas, además, de sufrir las consecuencias de miles de mosquitos  (Cínifes) que disfrutaron con nuestra presencia durante la noche, supongo que también habrá dejado algún que otro recuerdo en alguno de vosotros; así como el silbido de los obuses pasando por encima de nuestras cabezas, antes de estrellarse en los blancos que habían sido  colocados previamente, en la falda y cima del Teleno, en la vertiente norte que ocupa parte de la comarca maragata, y en la que en aquél entonces (no sé si existirá) había un campo de tiro perteneciente al Ministerio de Defensa, que tantas controversias ha causado entre los habitantes maragatos de la comarca y el Ejército, principalmente, por el número de fuegos que se producían en las maniobras de tiro.
Contar anécdotas del Campamento, El Ferral, sería interminable, por lo tanto, y, como no sé cómo interpretarán mis paisanos este comentario sobre el mencionado campamento, espero que alguno se lance al ruedo y nos cuente alguna de sus anécdotas más significativas, vividas en ese lugar por el que han pasado tantos paisanos.
Bueno, como ya pasó, ahora a disfrutar de los recuerdos y contárselos a los demás.