28 febrero 2015

LOS CHOPOS

El chopo, es un árbol que abunda en parques, jardines, bordes de caminos, bosques, etc, que resulta familiar a la mayoría de las personas aficionadas a contemplar la naturaleza.

El chopo es un árbol de rápido crecimiento, que se utiliza en plantaciones extensivas como maderero. Su madera es débil y blanda, por lo que resulta fácil de trabajar aunque es poco duradera, y, a pesar de ello, es de buena calidad -salvo excepciones-, destinada a la fabricación de muebles de baja densidad, ya que, toda madera blanda es poco resistente.

Su utilización más común es la industria del contrachapado y la elaboración de materiales de poca calidad, como cajas, embalajes, palets, cerillas, marcos, etc., y, sobre todo, en la producción de celulosa destinada a la fabricación de papel.

El chopo y la higuera, son dos de las especies de árboles más débiles y sus enclenques ramas quebradizas se rompen fácilmente sin apenas esfuerzo. De eso, sabemos bastante los que como yo de chavales nos subíamos a los árboles, unas veces a coger nidos, y otras por el mero hecho de subirnos.

Los chopos son apreciados como árboles de sombra por su frondosidad dada la abundancia de hojas y ramas que forman su espesura; amén del sonido que, con la acción del viento suave produce el vibrar de las hojas, parecido al sonido ondisonante generado por el vaivén de las olas en el movimiento-sonido undísono, que produce una sensación de relax, parecida a la de sentarse debajo de uno o varios tilos que son relajantes como es bien conocido.

También se emplean los chopos con bastante frecuencia como pantallas protectoras, plantados en hilera o hileras paralelas formando una especie de barrera contra el fuerte viento.

Por otra parte, el chopo tiene unas propiedades medicinales no siempre conocidas, (en las que no voy a entrar) entre las que se encuentran las antirreumáticas, diuréticas y para el tratamiento del dolor, por citar algunos ejemplos.

Las flores del chopo reunidas en inflorescencias (especie de racimos) colgantes que aparecen antes que las hojas y al tacto resultan ligeramente pegajosas, tiene un atractivo especial, pues al estar colgando en forma de alargados pendientes verdes cuando al árbol no le han salido aun las hojas, penden de las ramas cual  adornos de árbol de Navidad, proporcionándole un original y curioso atractivo, sobre todo, cuando el viento las mueve suavemente.

El fruto encapsulado del chopo de color verdoso que se torna pardo al madurar y contiene unas pequeñas semillas cubiertas de una capa algodonosa, que al librarse, lo hacen en forma de copos de algodón que inunda el entorno del árbol, dejándolo en algunos casos como si hubiera terminado de nevar; cuando hay fuerte viento y lo levanta, se forma una especie de niebla nada agradable.


Sin embargo, y a pesar de lo descrito anteriormente, hoy no voy a tratar de lo que es en sí la especie arbórea del chopo ni las distintas variantes o su hábitat por todos los continentes menos en la Antártida. No, hoy, el comentario versará sobre los chopos que se ubican en un pequeño pueblo de Las Arribes del Duero. La Zarza de Pumareda (mi pueblo), que son unos magníficos ejemplares centenarios (como se puede apreciar en la foto superior) que nos servían de referencia a los chavales de entonces como lugar de encuentro para charlar, saltar por encima de los poyos que había (¿dónde han ido a parar los que faltan?) y pasárnoslo bomba, además, de meternos en el agua (cuando había) del regato que en ese tramo que ahora pasa canalizado por debajo y antes discurría paralelo a la carretera, nos servía de distracción a los pequeños de entonces. ¡Qué tiempos…!


Esos suntuosos chopos que me traen a la memoria con tanta frecuencia los dulces recuerdos de mi niñez -hoy, desgraciadamente, aunque diezmados, son de los pocos árboles que quedan en el pueblo-, han dado cobijo bajo su sombra a cientos de compueblanos que han disfrutado a lo largo de muchos, pero muchos años, del relajante y merecido descanso sentados en alguno de los poyos escuchando el sonido de las hojas de ”sus chopos”; porque todos en el pueblo, han -y hemos- considerado nuestros esos árboles tan conocidos y queridos por todos los paisanos. La foto que precede a estas líneas lo demuestra con meridiana claridad.
Sé muy bien que el chopo es un árbol que ensucia bastante, todo su entorno lo mancha con esa especie de neblina en forma de líquido grasiento que desprenden las hojas en forma de pequeñas partículas y resulta pegajoso al tacto; pero, esos chopos (precisamente esos chopos de mi pueblo), que tan relacionados están con mi infancia zarceña, están desapareciendo; solamente queda una pequeña parte-muestra de lo que antes eran “Los Chopos”. Con lo fácil que arraiga en cualquier parte esa especie de árbol -y, más en ese lugar concreto en el que la humedad es abundante-, y lo sencillo que es plantar un esqueje.

Probablemente, los zarceños de mi edad y alguna generación posterior guarden los mismos o parecidos recuerdos de los chopos que los que yo tengo, pues, han sido muchos los ratos que he pasado en ese lugar tan entrañable, por lo significativo que siempre me ha resultado.


El verano pasado, en las fiestas de San Lorenzo sentí gran alegría al comprobar cómo algunas familias celebraban con euforia en su entorno protegidos por la tupida sombra que les proporcionaban, la degustación de la sabrosa paella -que muestra la fotografía- proporcionada por el Ayuntamiento a cuantos quisieron participar en el evento. Volvieron a mi los recuerdos de los buenos momentos que, unas veces sólo y otras acompañado de algún amigo de la infancia, pasé en ese preciso lugar; lugar, que ha permanecido siempre en mi recuerdo y seguirá en él hasta el final de mis días.

“Los chopos”, siempre han sido un lugar de referencia para todos los zarceños, no solo para los chavales que de niños nos servía como distracción para jugar, sobre todo, cuando era abundante lo que llamábamos algodón, y lo cogíamos a “puñaos” para tirárnoslos unos a otros como si fueran bolas de nieve. Sin embargo, resultaba incómodo -más bien molesto- para los vecinos del entorno que, sobre todo para las mujeres que en aquel entonces eran las únicas encargadas de la limpieza casera, se veían invadidas por los dichosos copos de algodón que se le metían por todas partes (especialmente los días de mucho viento), con el consiguiente cabreo, como es lógico, y les obligaba a mantener las puertas y ventanas cerradas cuando ellas querían que la casa se ventilara abriéndolas de par en par. Pero, a pesar de ello, seguían queriendo a “sus chopos”; los chopos de todos los del pueblo.

 



12 febrero 2015

EL CONTROLADOR SIN PIEDAD (El reloj)



Desde el instante de su concepción, a todo ser humano se le empieza a contar el tiempo. Su tiempo; el tiempo que se le concede a partir de ese importante momento de su existencia, hasta el final de su recorrido por lo que llamamos nuestro mundo: El Planeta tierra; que, de nuestro nada, aunque no nos lo parezca.

La mujer que ha sido preñada, cuando comenta el acontecimiento con sus allegados dice: estoy embarazada de cuatro semanas; me quedan quince días para dar a luz; mi hijo-a ya tiene siete meses, dos años, etc.; y, así sucesivamente.

Los humanos medimos el tiempo, nuestro tiempo, y el encargado de ese cometido es el reloj. El famoso y popular reloj que tan familiar nos resulta a todos.

Pero, ¿qué es el reloj?
El reloj, es uno de los instrumentos más populares y de mayor aceptación por los humanos. Es, el artilugio medidor que el hombre ha inventado para autocontrolar todos sus movimientos, pero que, en algunos casos no le gustaría ser controlado. Sin embargo, el hombre es un controlador por naturaleza, aunque no siempre lo reconoce. 

Y, ¿para qué sirve el reloj?
Desde el origen conocido del hombre, éste, siempre (posiblemente por instinto), ha tendido a controlar su tiempo. Al principio de su existencia lo contaban por lunas. Tantas lunas para tal o cuál acontecimiento o actividad; después, ideo el reloj de sol, el de aire, el de arena, el de agua o clepsidra, etc.,  con la finalidad de repartirse ese tiempo a su voluntad y disponer de él a medida de sus necesidades. Por lo tanto; el reloj le sirve al hombre para saber en todo momento de cuánto tiempo dispone para realizar alguna actividad de su interés y saber como dosificárselo. 



¿Por qué los humanos usamos tanto el reloj?

Como citaba anteriormente, los seres humanos en todo momento tenemos la imperiosa necesidad de saber en la hora en que estamos viviendo, y, para ello, la mayoría se hace acompañar del citado instrumento que con su parsimoniosa pasividad y su imparable tic, tac, que va contando segundo a segundo nuestro paso por la vida; y, sin embargo, la casi totalidad de los habitantes del planeta tienen una relación directa con el reloj y toleran -o toleramos- su presencia en nuestra muñeca. Como muestran las dos fotografías que preceden a este párrafo.

 Hasta hace relativamente poco tiempo, el reloj consistía en unas manecillas (agujas) que giraban de izquierda a derecha sobre una superficie esférica que marcaban el paso del tiempo medido en segundos, minutos, horas… como muestra la  primera fotografía que encabeza este escrito en la que podemos apreciar un modelo sencillo con numeración romana.


La perfección que con el paso del tiempo ha adquirido “ese trasto”, permite medir con una precisión tan perfecta, hasta la fracción más pequeña del tiempo; o sea, nos permite controlarnos con gran exactitud los más ínfimos espacios de nuestro tiempo, gracias a los más sofisticados aparatos de medida que dan fundamento al reloj; que, a medida que ha ido evolucionando la tecnología para su fabricación, los nuevos modelos son más precisos y ofrecen mayores prestaciones a los usuarios.


Algunos de estos artilugios, tales como el reloj de sol, o el de arena, aunque continúan en vigor, en la actualidad solamente tienen una aplicación más bien testimonial. Simbólica; pero no es muy frecuente su uso en la  práctica, como muestran las tres fotografías adjuntas.

Parece ser, (no está demostrado documentalmente) que, tres mil años antes de Cristo, los chinos ya disponían del reloj que dio origen al que hoy conocemos y utilizamos; si bien, los egipcios no le iban a la zaga en aquel entonces. Posteriormente, los Incas, también tuvieron algo que ver con el reloj y la forma de medir el tiempo con precisión.

El reloj, como todo en la vida ha ido evolucionando, desde el reloj de pared con péndulo, el de bolsillo, el de pulsera, etc., hasta el más sofisticado de la actualidad que, como es bien conocido por todos, son analógicos, o digitales y su maquinaria se activa generalmente, mediante un sistema eléctrico más o menos sofisticado, bien con pilas, baterías, corriente  de línea o con placas solares; hasta llegar al más preciso de todos, que es el atómico.



Como todo lo que en éste mundo esté relacionado con ese sistema arrollador, como lo es el sistema capitalista implantado prácticamente en todo el planeta, éste, establece una relación directa tiempo-dinero-poder, lo cuál obliga a un estricto control de ese tiempo y, como consecuencia, la medición debe ser cada vez más exacta. De ahí, que cada persona lleve en su muñeca consigo en todo momento el dichoso aparatejo que todo lo controla y nos controla  inmisericordemente.


El reloj, además de que le reporta al ser humano un impagable servicio –dadas las circunstancias-, se está convirtiendo a su vez, en un símbolo de elegancia y distinción en ciertos sectores de la sociedad contemporánea, y su valor va en aumento progresivo. Muestra de ello, son las dos fotos que se acompañan a este párrafo.





Hay relojes que han marcado un hito en la historia de los países. En España se ha hecho muy famoso el reloj de La Puerta Del Sol de Madrid, y que, gracias a los medios de comunicación, se conoce en todo el mundo que el final del año se celebra en la citada plaza con gran euforia y alegría la bajada del Carrillón y las doce campanadas de despedida del año viejo y entrada del








nuevo, como se puede apreciar en las fotografías que acompañan el entorno de este 
párrafo.


Otro importante reloj, en todo el significado de la palabra, es de Westminster, ubicado en la Torre Isabel del Palacio del Parlamento Británico en Londres, conocido en el mundo entero por su señorío y prestancia y del que se sienten orgullosos los ingleses. Fotografías adjuntas.




No menos conocido es el magnifico reloj de la Plaza de San Marcos en Venecia, que  hace de la Torre Dell`Orologio el centro de atracción turística de la ciudad de las góndolas, en cuya cima está ubicada la gran campana  y dos figuras de bronce oscurecido conocidos como “Los Moros”, que están en pie en lo alto de la misma y tocan la campana cada hora  haciendo que los visitantes concentren su atención en el original evento que hace del turismo veneciano


su Meca y aprovecha para ver el movimiento de los conocidos “Gigantes”; como muestran las tres últimas fotografías, que, junto a las anteriores, han sido bajadas de Internet.

Hay cientos de magníficos relojes a lo largo del los distintos continentes que son importantes, pero, he citado estos ejemplos porque nos resultan relativamente cercanos, y, también, relativamente conocidos.

Algunas veces, reflexionando sobre lo que es la vida y lo que hacemos los humanos en ella, me pregunto sin hallar una respuesta convincente, si el hombre nace libre como el ave y se le debe dejar hacer su libre albedrío: ¿Para qué demonios necesita el dichoso reloj, si es un incansable controlador de su propio tiempo que lo vigila las veinticuatro horas del día? ¿No resulta una discordancia contradicente que no encaja dentro del concepto de la libertad, que, es el motor de la felicidad que el hombre necesita para disfrutar de la vida tan maravillosa que le ha sido concedida temporalmente?

O, ¿es que, quizás, no hemos sabido entender bien la relación existente entre la libertad que el hombre debe disfrutar, y el agobio que supone estar siempre pendiente del dichoso reloj  para llegar puntualmente a la cita en todo momento y quedar en buen lugar?

Y, para terminar. Una  pregunta y una reflexión-pregunta, a las que me gustaría obtener respuesta por parte de algún lector:
1- ¿Para qué querrá el hombre controlar su tiempo, si le resta su propia libertad?

2- Si el hombre hubiera aprendido a vivir; ¿necesitaría controlar su tiempo?