23 octubre 2013

EL CARRO DE LABRANZA







De todos los aperos, artefactos, trastos, cachivaches y artilugios agrícolas, posiblemente sea el carro, el que mayor aporte le ha prestado a las gentes del campo, -desde remotos tiempos hasta la actualidad-, en el desarrollo de todas sus actividades.

El carro, ese vetusto y ancestral vehículo que, en su origen estaba totalmente construido en madera toscamente labrada, pero de la mejor calidad conocida en aquellos tiempos, pronto se mestizó con la forja para reforzar su estructura y hacerlo más duradero y robusto.

Este artefacto, ha sido una de las máquinas herramientas fundamentales en el desarrollo de la actividad agrícola en todo el planeta, tanto cuando lo era exclusivamente de madera, como al modernizarse y mecanizarse. Inseparable compañero de nuestros antepasados, y abuelo y padre de nuestros más modernos vehículos rodadores que circulan por todo tipo de vías y países más o menos desarrollados; el carro ha sido, el más fiel siervo del campesino.
Según los más ilustres historiadores de todos los tiempos, entre ellos es abrumadora la coincidencia de que la rueda se inventó en Mesopotamia, hacia el 5.500 a.c., con la función de ser destinada a la elaboración de la alfarería, a la que le fue de gran utilidad como es bien conocido y que, en aquel entonces era una actividad que estaba en pujanza y muy desarrollada para los tiempos que corrían.

No trascurrió mucho tiempo cuando este original invento se empleó en la construcción del carro; de ese arcaico carro agrícola que, en principio era movido por el esfuerzo humano, pero que pronto el hombre adecuó su estructura para que se adaptara a las características de los animales de tiro que había domesticado para el trabajo del campo, haciendo más útil el uso en las labores agrícolas y del transporte rústico de la época, además de descargar esfuerzo en él.

Con el paso del tiempo se le dio diferentes formas adecuándolo a las necesidades del momento, unas veces para el trasporte de piedra, madera y demás elementos necesarios para la construcción del momento, otras para la agricultura que era lo más necesario en el comienzo de su desarrollo.




Este carro agrícola tan conocido por las gentes de nuestra tierra, hasta hace medio siglo escaso le fue de gran utilidad a nuestros agricultores, dado que era prácticamente el medio de transporte que todos usaban para la recolección de las cosechas y la labranza en general.


¿Quién de nuestros paisanos no recuerda la estampa señorial del carro cargado hasta los topes de mies o de paja, auxiliado por los estarujos en el transporte de los manojos de cebada, centeno, trigo o avena que le permitían ampliar la carga, o para el traslado de la paja, provisto de las correspondientes barcinas; esas mallas o redes de cuerda que se ponían en los carros para aumentar el volumen y que, encalcando la paja con energía sobre ellas, se conseguía compactarla un poco para que cupiese más cantidad, aunque los encalcadores salían hechos unos cromos, con lágrimas en los ojos y unos mocos como longanizas de grandes; si bien, para los chavales de entonces (ahora también recordándolo), aquello era divertido y se lo pasaba uno bomba; sobre todo los que no la encalcaban, que, al ver salir a los de dentro se partían el pecho de risa de ver a sus amigos hechos unos Ecce homo, como el cuadro de la pintora de Borja (Zaragoza), Doña Cecilia Gómez, que por obra y gracia de la casualidad se ha hecho famosa en el mundo entero a más velocidad que el rayo, ella y su pueblo.



El carro, nuestro carro, el carro de todos, le ha prestado a la agricultura el mayor de los servicios a lo largo de la historia conocida, desde los primeros carromatos hasta las más sofisticadas caletas que todavía se utilizan esporádicamente. Sin embargo, no estoy seguro de que sepamos reconocer el merecimiento que deberíamos guardar en nuestro recuerdo agradeciéndole  su grata presencia entre nosotros; pues, no es infrecuente ver cómo algunas de estas joyas del pasado están siendo abandonadas a su destino y dejadas de la mano de aquel a quien tanto sirvió en su momento, como lo constata la fotografías adjuntas, superior e inferior en las que vemos un carro en una y tres en otra, en estado desidioso en un establo poco protegido de las inclemencias del tiempo.



Afortunadamente, se conserva la cantidad suficiente de carros como para que si no somos unos desagradecidos; bien en los museos o con carácter particular, nuestros descendientes puedan disfrutar de su presencia en el futuro y sepan que fue contemporáneo de las gentes que como yo, tuvimos la suerte de disfrutar de su compañía; no sólo en las eras y los caminos, sino como elementos indispensables en algunas poblaciones para montar la plaza de toros provisional en las fiestas patronales, que por cierto no eran muy seguras que digamos, a juzgar por los sustos que los cuadrúpedos cuando se enfadaban, en más de una ocasión le hicieron pasar a los alegres fiesteros cuando no se lo esperaban.



Un ejemplo claro es el de la fotografía superior que corresponde al año 2.010, en el pueblo de San Felices de los gallegos, en el que el entablado que circunvalaba el ruedo, compuesto de carros como puede apreciarse, un toro con bastante trapío levantó un carro, sembrando el pánico entre el respetable, al lanzar por los aires a todos los que se hallaban en el entorno y alarmando a todos los asistentes y no asistentes al festejo, por los heridos (algunos graves), entre los que se encontraba mi amigo Claudio que, a pesar de vivir aquí en Mollet, cada año visita su pueblo para celebrar las fiestas patronales a las que es un asiduo y, a pesar de las magulladuras y el susto llevado, sigue acudiendo puntualmente cada año.




Viejo carro de bueyes
que, en un pueblo salmantino
de Los Arribes del Duero,
sentó tu morada el destino.

Transitaste por la vereda
que a mi pueblo te llevaba:
La zarza de Pumareda,
que, con ansia te esperaba.

Llegaste cual peregrino
llega al lugar deseado,
rodando por cualquier camino
que encontrabas a tu lado.

Te recibió con agrado,
el labrador y el herrero,
y, también de muy buen grado
el resto del pueblo entero.

Ahora, ya estás en el recuerdo
de todo buen campesino,
y, de ver tu estampa me acuerdo
por todo embarrado camino.

Tu, ya vieja estructura de madera
por el tiempo maltratada,
nos perfuma como en primavera
la rosa más perfumada.

Gratos y buenos recuerdos
guardamos desde tu ausencia
y, agradecidos los zarceños,
añoramos tu presencia.

Hoy, queremos que te quedes
para siempre en nuestra compañía,
y, si por cualquier causa no puedes,
déjanos tu fotografía.



.



07 octubre 2013

EN UN LUGAR DE LOS ARRIBES



 
En un lugar de los Arribes de cuyo nombre no me puedo olvidar, siguiendo una sinuosa vereda hallaremos  una aldea como no hay otra igual: La Zarza de Pumareda, que es mi tierra natal.
No es el Paraíso Terrenal, tampoco Venecia o la Lisboa antigua y señorial que loan los poetas y trovadores; no tiene playa ni mar, ni grandes canales de navegación que permitan un desarrollo económico capaz de equiparar estas tierras con otras zonas más desarrolladas y protegidas por el dios de la suerte y la fortuna; no poseemos un gran puerto marítimo, donde los barcos puedan cada día atracar trayendo riqueza desde otros continentes a este humilde lugar, o grandes cantidades de mercancías del producto nacional; no tenemos autopistas ni se ha construido un aeropuerto de los que se usan para pasear y contemplar las aves sobrevolar sus desérticas pistas, invirtiendo inmensas cantidades de dinero en su innecesaria construcción, que destinadas a otros fines podrían ayudar a desarrollar unas zonas con más necesidades, como sería el caso de nuestra localidad que, por no tener no tiene ni parada de autobús; ¡que, ya es decir...! pero, tiene otras cosas que la hacen singular.
No pedimos ni queremos grandes rascacielos ni despampanantes avenidas comerciales con lujosas y modernas tiendas de modas; no las necesitamos, somos gentes sencillas, humildes, pueblerinos que nos gustaría tener cubiertas algunas necesidades básicas tales como la sanidad, con ambulatorio propio, la enseñanza, con un colegio local para no tenerse que desplazar fuera del pueblo los ¿colegiales...? que lo necesiten, etc. etc.
No nos vendría mal que las autoridades provinciales o autonómicas, en un gesto de raciocinio elemental, nos hicieran una carretera de circunvalación (y sustituir la travesía), para evitar los peligros que entraña ser atravesados por la única vía de comunicación interurbana pavimentada, que serpentea el centro de la población con sinuosas curvas sin visibilidad, haciendo aumentar el riesgo de accidentes y disminuyendo la seguridad vial, generando inquietud entre los padres de los niños -que, desgraciadamente escasean- y, los mayores, que éstos, sí que abundan.
No nos importaría que las citadas autoridades, proporcionasen a nuestro Consistorio con su Alcalde al frente, los medios económicos y de asesoramiento necesarios para iniciar el proceso de desarrollo que, en un pequeño polígono industrial permitiera la ubicación de pequeñas industrias y talleres artesanales, que a su vez favoreciera una pujanza en beneficio de los ciudadanos zarceños; impidiendo con ello que, de forma progresiva (como viene sucediendo), vaya despoblándose y decayendo el pueblo, porque -de seguir el ritmo actual-, desgraciadamente, -a largo plazo- podría desaparecer, como desafortunadamente está ocurriendo a lo largo de la piel de toro con pequeñas poblaciones, similares a la nuestra, a las que en su debido tiempo, no se les prestó la ayuda necesaria que se requería para su supervivencia, y ahora se han convertido en escombrera, siendo pacto de saqueadores y desaprensivos.
Tampoco descartaríamos un extenso y buen parque generosamente arbolado -con estanque incluido- que sirviera para expansionarse nuestros ciudadanos con sus fuentes  de agua potable y bancos para descansar los mayores, mientras platican y recuerdan los tiempos de su añorada juventud, viendo como corretean por él los niños, y los no tan niños pasean en bicicleta o caminando tranquilamente, disfrutando del medioambiente sin contaminación del extraordinario Parque de los Arribes.
No somos unos empecinados e impertérritos pedigüeños, incapaces de luchar con ahínco; no, solamente nos lamentamos de que no dediquen el esfuerzo necesario las autoridades autonómicas competentes -¿competentes...?,- para equipar a estas tierras con los mismos medios que se ha hecho con otras zonas más desarrolladas y nos hagan sentir en el más absoluto abandono. No, no somos mendigos; somos luchadores de pro, vanguardistas dispuestos a seguir dando el callo en la proa del navío, enfrentándonos a todas las contrariedades que nos plantee el temporal; y, por muy fuertes que sean las olas, lucharemos contra viento y marea  por nuestra tierra como lo fueron capaces de hacer nuestros antepasados. Arrimaremos el hombro todo lo que sea necesario para defender nuestra idiosincrasia, porque somos un pueblo que a lo largo de los siglos ha sabido y sabe conservar el respeto a los mayores y las fiestas del lugar, que con entusiasmo sin límite todos quieren celebrar,  y aunque vivan en la China, las vienen a festejar los paisanos que un buen día por pura necesidad se tuvieron que marchar. Tampoco nuestros ancestrales y remotos antepasados nos legaron grandes monumentos como en alguna otra zona de nuestra geografía nacional que favorezca el turismo para poderlas visitar (excepto la torre de la iglesia de original majestuosidad);  sí, a cambio, nos dejaron honradez y dignidad, que son dos grandes tesoros que con dinero no se pueden comprar por mucho dinero que tenga el que lo quiera intentar.
¿Qué tiene esta bendita tierra para hacerla singular? Tiene muchas cosas buenas que sería eterno enumerar, y para no resultar plomizo, mencionaré  solamente un par: Su gente noble y sencilla que la saben querer y  mimar, y el viento del Teso de la Silla que la mantiene alegre y jovial.
Podría citar otras dos mil más y no terminaría jamás, pero tengo buenas razones para no aburrir al personal recordando las virtudes de ésta galana tierra mía que nunca ha tenido igual, a pesar de estar castigada por la sequía industrial y abandonada por los que mandan a nivel estatal (¿mandan, o no han sabido mandar?), dejándola más bien olvidada por la política actual seguida por unos dirigentes con menos visión de futuro que un topo en  un carrascal, y no deben conocer el camino por el que pueden llegar, aunque resulte tan fácil de poderlo hallar, si la intención es buena y hay ganas de caminar, pues se encuentra en el lugar que la madre naturaleza le quiso privilegiar, ubicándola junto a Mieza, Aldeadávila y Cerezal; pegadita a Masueco, Fuentes y La cabeza de un Caballo excepcional, y honrándola con su linde el buen vecino Milano cuya gente es genial.
No hay que dar rodeos ni meterse por andurriales, ni coger un camino de los tiempos medievales, irse a Vitigudino o acercarse hasta Lumbrales; pues todos los caminos del mundo van a parar a estos lugares.
Podemos entrar por el Puente Robledo, Cerezal o Aldeadávila de la Ribera, y si alguien prefiere la carretera nueva de Mieza o Masueco; cuando llegue al pilar, podrá encontrar un espacioso lugar para parar, y un acogedor hueco para poderse quedar en un bar muy cercano al lugar, donde le atenderá un agradable paisano de simpatía sin igual, que además de ser tocayo mío, tiene una simpática esposa que, con una sonrisa siempre amablemente le atenderá.
La Zarza de Pumareda, es tierra de gentes humildes y bizarras que han luchado hasta la extenuación en tiempos pasados -también ahora- dejando marcada una larga y profunda estela de su presencia en el desarrollo de la actividad agrícola, encaminada fundamentalmente a recolectar las cosechas a su debido tiempo con los rústicos medios de que disponían por entonces, tan cercana y tan lejana en el tiempo, que, junto a la ganadería, caracterizaron  en su época el desarrollo de la población.
Tierra de vetustas y ancestrales cabañas de piedra de porte monumental, y un pilar         -también de piedra labrada-, cuya elegancia y señorial belleza sin par, no es fácil de encontrar en cualquier lugar, habiendo sido durante muchos años el manantial que abastecía de agua potable a toda la población, convirtiéndose en símbolo del lugar y orgullo de sus  gentes que, lo llevan por bandera. Casas construidas de piedra con estilo artesanal que le dan al pueblo un aire magistral, a pesar de que algunas ya se empiezan a derribar por la falta de atención de ese bien cultural. 
Tierra de arraigadas tradiciones y de cocina hogareña, en la que, en su chimenea            -generalmente de piedra- se hacía la comida en el puchero de barro con el fuego de la leña y el cariño que la madre ponía en el empeño; allí, en torno a la lumbre, donde se solía dialogar -como era la costumbre de las gentes del lugar-, y al reverbero de ese hogareño fuego, escuchaban  los reunidos en tertulia familiar, que observaban fijamente al que le tocaba hablar, prestándole la máxima atención y sin rechistar como manda la tradición y el respeto a los demás.
Tierra de hermosas mujeres y abnegadas amas de casa de ternura maternal, que se dejaban la piel en el empeño por mantener limpio el hogar. Mujeres “con denominación de origen” siempre dispuestas a luchar como lo demostraron en tiempos pasados, siendo el mayor potencial que impulsaba a sus hombres a luchar por el hogar.
En esa tierra bendita que un día me viera nacer, entre todos los compueblanos han conseguido con su tenaz bien hacer, que el pueblo sea reconocido por su nobleza y sencillez, y también muy recordado por los que no siempre pudieron estar en él... Son gentes que, en su mayoría, tuvieron que un día marchar a otras tierras lejanas en busca del sustento que allí, en aquel entonces no podían encontrar por la falta de recursos para poder trabajar y ganar el pan con dignidad,  y cuando partieron,  con el corazón roto por tener que abandonar su hogar, el lugar de su infancia y todo lo que ello conlleva, guardaron en lo más profundo de su ser el mayor de los tesoros: el honor de ser zarceño y el inolvidable recuerdo de su origen que, es un orgullo reconocerlo.
En ese rincón pequeñito, donde está atesorado el sentir tan sensible y tan bonito de tener siempre a tu lado el recuerdo del lugar que vio tus primeros pasos y correteos por sus calles, en otros tiempos llenas de barro, charcos y baches por todas partes, es el lugar que acaricia el viento de los Navazos, o ese otro viento ahilado que es una maravilla cuando en los atardeceres nos llega donairoso desde el ya citado, Teso de la silla.
La Zarza, sí, la Zarza, no es por casualidad ese lugar de lo Arribes del Duero de cuyo nombre no puedo ni quiero olvidar. La Zarza, por contra, es el lugar que ocupa un privilegiado lugar en el recuerdo que desde mi infancia, me ha acompañado en este largo peregrinar por la vida y ahora aflora con mayor insistencia, quizás, recordándome que el principio y el final, son los extremos que pronto se darán la mano para abrazar fuertemente ese vínculo que nos une a nuestras raíces, que son las que alimentan con su esencia, la esencia de nuestra propia existencia.