25 mayo 2013

AL VOLANTE



INMOVILIZACIONES 2ª parte.

En la entrada anterior tratábamos de las distintas definiciones que se establecen para las inmovilizaciones, teniendo en cuenta la finalidad de las mismas.
Hoy, vamos a tratar de los lugares y circunstancias en los que se regulan la parada y el  estacionamiento; toda vez que, ambas, no pueden realizarse al libre albedrío del usuario si queremos que nuestros pueblos y ciudades no se conviertan en una jungla sin ley ni orden.
En primer lugar, deberemos saber que, la parada y el estacionamiento se realizarán situando el vehículo paralelamente a la calzada. Por excepción, se permitirá otra colocación cuando las características de la vía u otras circunstancias así lo aconsejen.

Todo conductor que pare o estacione su vehículo deberá hacerlo de forma que permita la mejor utilización del resto del espacio disponible.

Cuando se trate de un vehículo a motor o ciclomotor (el ciclomotor no se considera vehículo de motor), y el conductor tenga que dejar su puesto, deberá observar, además, en cuanto le fuesen de aplicación las siguientes reglas establecidas al efecto:

a)      Parar el motor y desconectar el sistema de arranque y, si se alejara del vehículo, adoptar las precauciones necesarias para impedir su uso sin autorización. (que te lo lleven los chorizos)

b)      Dejar accionado el freno de estacionamiento (el de mano)

c)      Cuando se trate de un vehículo de más de 3.500 kilogramos de masa máxima autorizada, de un autobús o de un conjunto de vehículos y la parada o el estacionamiento se realice en un lugar con una sensible pendiente, su conductor deberá, además, dejarlo debidamente calzado, bien sea por medio de la colocación de calzos, sin que puedan emplear a tales fines elementos como piedras u otros no destinados de modo expreso a dicha función, bien por apoyo de una de las ruedas directrices en el bordillo de la acera, inclinando aquéllas hacia el centro de la calzada en las pendientes ascendientes, y hacia fuera en las pendientes descendentes. Los calzos deberán ser retirados de las vías al reanudar la marcha.

Ordenanzas municipales.

En la actualidad, la totalidad de los ayuntamientos de poblaciones grandes y medianas tienen sus propias Ordenanzas Municipales en las que se regula el régimen de parada y estacionamiento en todas sus vías, y podrán adoptarse las medidas necesarias para evitar el entorpecimiento del tráfico, entre ellas limitaciones horarias de duración del estacionamiento (zona azul, verde, rojo, etc.) así como las medidas correctoras precisas, incluida la retirada del vehículo (la grúa)  o su inmovilización forzosa (el cepo) cuando no se halle provisto de título (el tique)  que habilite el estacionamiento en zonas limitadas en tiempo o excedan de la autorización concedida hasta que se logre la identificación del conductor.


No obstante, en ningún caso podrán las ordenanzas municipales oponerse, alterar,   desvirtuar o inducir a confusión los preceptos que establece el Reglamento General de Circulación a este respecto.

Lugares prohibidos.

Siendo consciente de que las prohibiciones no le caen bien a nadie, no me queda más remedio que reflejar seguidamente los casos concretos en los que se prohíben la parada y el estacionamiento para evitar caer en el error de dejar el vehículo en un lugar que, por ignorancia, nos pueda costar un disgusto fácil de evitar si leemos lo que se expone a continuación.

1. Queda prohibido parar:

a)      En las curvas y cambios de rasante de visibilidad reducida, en sus proximidades y en los túneles, pasos inferiores y tramos de vías afectados por la señal “Túnel”.

b)      En pasos a nivel, pasos para ciclistas y paso para peatones.

c)      En los carriles o partes de las vías reservados exclusivamente para la circulación o para el servicio de determinados usuarios.

d)      En las intersecciones y en sus proximidades si se dificulta el giro a otros vehículos, o en vías interurbanas, sise genera peligro por falta de visibilidad. 

e)      Sobre los raíles del tranvía o tan cerca de ellos que pueda entorpecerse su circulación.

f)        En los lugares donde se impida la visibilidad de la señalización a los usuarios a quienes les afecte u obligue a hacer maniobras.

g)      En autopistas y autovías, salvo en zonas habilitadas para ello.

h)      En los carriles destinados al uso exclusivo del transporte público urbano, o en los reservados para bicicletas.

i)        En las zonas destinadas para estacionamiento y parada de uso exclusivo para el trasporte público urbano.

j) En zonas señalizadas para uso exclusivo de minusválidos (personas de movilidad reducida) y pasos para peatones.

2. Queda prohibido estacionar en los siguientes casos:

a)      En todos los descritos  en el número anterior en los que está prohibida la parada.

b)      En los lugares habilitados por la autoridad municipal como estacionamiento con limitación horaria sin colocar el distintivo que lo autoriza o cuando, colocado el distintivo, se mantenga estacionado el vehículo en exceso sobre el tiempo máximo permitido por la ordenanza municipal.

c)      En zonas señalizadas para carga o descarga.

d)      En zonas señalizadas para uso exclusivo de minusválidos.

e)      Sobre las aceras, paseos y demás zonas destinadas al paso de peatones.

f)        Delante de los vados señalizados correctamente.

g)      En doble fila.

3. Las paradas o estacionamientos en los lugares enumerados en los párrafos a), d), e), f), g), e i) del apartado 1, en los pasos a nivel y en los carriles destinados al uso del transporte público urbano tendrán la consideración de infracciones graves, conforme se prevé en la Ley de Seguridad Vial; art. 65.4.b

Parar o estacionar en las curvas, cambios de rasante, túneles, pasos inferiores, intersecciones o cualquier otro lugar peligroso que constituya un riesgo a la circulación o los peatones en los términos que se determinen reglamentariamente, independientemente de la correspondiente multa (sanción), conlleva la retirada de dos puntos del permiso de conducir.
    

11 mayo 2013

EL TESO DE LA SILLA

De los muchos y gratos recuerdos que guardo del lugar donde nací, La zarza de Pumareda, almaceno en mi memoria un incontable número de ellos, del tiempo que estuve durante mi infancia en lo más alto del Teso de la silla; lugar en el que pasé muchos, pero muchos buenos ratos recorriendo todo su entorno palmo a palmo hasta el Candeneo y bajando por el teso hasta las eras que hay (o había) en La Vega pasando por el pilar de Fuentelejos, y cuidando la viña que en aquel tiempo tenía allí mi abuela María Agustina. El número de veces que recorrí el camino que media entre la casa de mi abuela y la viña se cuenta por cientos.

Sentado encima de lo más alto de la caseta de piedra que estaba en la parte superior de la finca, prácticamente en la cima del teso, he pasado cientos de horas vigilando la viña desde arriba y contemplando las etéreas tonalidades ígneas de los atardeceres zarceños, así como el relampaguear de las tormentas secas que, en el crepúsculo vespertino no eran infrecuentes en la zona del poniente.

Desde esa extraordinaria atalaya, y, en todo lo que desde allí abarca la vista, he tenido la suerte de admirar miles de veces la importante parte que desde ese lugar se percibe de los Arribes del Duero y la vecina Lusitania, así como los pueblos limítrofes que desde ese lugar se divisan, tanto de España como de Portugal; también el veloz vuelo de algunas aves cruzando raudo el entorno, la presencia de aguiluchos, buitres y demás carroñeros que en aquel entonces pululaban esa zona en la que no era infrecuente que algún animal muerto y abandonado le sirviera de rico alimento.

En cierta ocasión, tuve la oportunidad –yo diría que única en la vida- de presenciar cómo un considerable número de buitres y otros carroñeros daban buena cuenta de un animal muerto –no recuerdo en éste momento si era una vaca o una caballería-, que se hallaba aproximadamente a unos 200-300 metros al otro lado de la carretera yendo hacia Masueco a la derecha, detrás de una pared de piedra que circundaba la finca donde yacía el animal, y que, al percatarme de su presencia desde lo alto del mirador-caseta, en la que estaba subido como de costumbre, bajé a toda prisa sin ningún temor ni miedo y me oculté al otro lado de la pared pegada la nariz a la misma, para poder ver en primera fila (pero, protegido por la tapia) el espectáculo que tenía ante mis ojos, donde los buitres descuartizaban el cadáver y se peleaban por ser los primeros de la fila para arrancar el preciado alimento para subsistir, mientras yo observaba atónito tan espectacular espectáculo que me dejó una profunda e indeleble huella que me ha permanecido intacta con el paso de los años, y, de la que me habré acordado miles de veces como si hubiera sucedido ayer.

Si no recuerdo mal, tenía entonces 12-13 años y no he conseguido olvidar la tensa piel de gallina que se me puso en aquel momento contemplando la feroz lucha y agresividad entre los carroñeros para imponer su presencia, así como la voracidad con la que actuaban y poder conseguir la mejor “tajada” al mismo tiempo que los más débiles se iban quedando atrás observando y esperando a que los victoriosos llenaran el buche para, a continuación, poder ellos disfrutar del festín con lo que quedara. Esto, fue algo que me marcó un hito en mi vida, pues, es un suceso que no ocurre con frecuencia; aunque, el canguelis (canguelo) que se siente en esos momentos te deja medio paralizado y ahora no es más que una agradable anécdota que para mi, entonces, me resultó muy fuerte, como se dice ahora.

Del Teso de la silla, tengo almacenados tantos recuerdos que me pasaría horas y horas escribiendo sobre los avatares que me sucedieron cuando vivía en La Zarza. Resulta muy difícil expresar con palabras (por lo menos a mi) lo que yo siento hacia ese teso, porque, son tantos y tan bonitos los recuerdos acumulados durante los años de mi infancia y adolescencia que difícilmente podría detallarlos uno a uno por muy buna voluntad que pudiera poner.

Uno de los que más ha arraigado ha quedado en mi  fuero  interno, es el de haber cazado con el cepo una zorra  que entraba a la viña saltando la pared de piedra por distintos lugares para comerse las uvas que con tanto cariño yo cuidaba. Opté por la estrategia de poner abundantes zarzas cortadas de los zarzales cercanos para tapar los espacios de la pared por los que saltaba, dejando solamente uno y rebajando un poco la pared en ese lugar, para que el cepo que la estaba esperando abajo donde a mi me parecía que caería al saltar, hiciera su trabajo. Así fue, y, aunque saltó varias veces sin caer en la trampa, por fin, un buen día cuando llegué por la mañana me encontré con la grata sorpresa para mi de que estaba cazada por el cepo, cogida por las dos patas de atrás y enseñándome los dientes con fiereza, arrastrando el cepo por el suelo e intentando cortarse la piel de las mismas (los huesos ya los tenía rotos por la acción del cepo) para poder huir de mi presencia como cosa lógica o atacarme si lo necesitaba para defenderse. No le dio tiempo; yo iba provisto de una tornadera y un zacho como medida de precaución, porque ya sabía a lo que me exponía y en casa me habían advertido reiteradamente del peligro que constituía un animal herido y acorralado, pues, con esa edad (a punto de cumplir trece años), tampoco estaba yo en condiciones de hacer ninguna hombrada; así que, después de  ponerla fuera de combate a golpes con el zacho y clavada en la tornadera y el suelo, la llevé hasta casa y, al verme llegar, cuál no fue la sorpresa de mi abuela y mi tío Juan que estaban allí, que, mi abuela salió a la calle a contárselo a los vecinos  y a todo el que se le ponía por delante que no daban crédito a lo que veían; cómo un niño de esa edad pudo cazar la zorra con esas artimañas y simples y elementales herramientas.

Debo decir, que el dedo meñique de la mano izquierda lo tengo un poco torcido en la primera falange de una de las veces que se me escapó el cepo al armarlo porque me faltaba fuerza para llegarlo hasta el final y necesitaba ayudarme con el mango del zacho y a veces con una piedra para conseguirlo y en un error de cálculo me cazó.

Guardo también muchos buenos recuerdos de los ratos que pasé en compañía de Serafín e Ignacio, hijos de Doroteo, que tenían una huerta cercana a la viña nuestra e intercambiábamos uvas por melocotones y otras frutas que ellos tenían en la huerta que ellos iban a cuidar algunos días y, unas veces me acercaba yo a la huerta (y aprovecha para beber agua fresca que la sacaban del pozo con una zanga (zangaburra o cigoñal) y otras iban ellos a la viña y pasábamos el rato, olvidándonos más de una vez de guardar o cuidar de aquello que nos habían encomendado hacer.

Un buen día, los tres hicimos una trastada, una autentica gamberrada (la mayor de mi vida) y de la que me he arrepentido miles de veces durante mi existencia; pero que, dada la edad que teníamos, Ignacio 10 años, Serafín 12 y   yo 13, me sirve de pequeño consuelo ante tal desatino, a pesar de que he sentido vergüenza de ese comportamiento en múltiples ocasiones pero, como dice el refrán: a lo hecho pecho.

Hace un par de días, tomando juntos un café lo recordábamos y comentábamos Ignacio y yo, coincidiendo ambos en que a pesar del perjuicio causado, no fue más que una infantilada por parte de los tres que, vista desde la distancia y, como ya no tiene remedio ni entonces supimos valorarlo, nada se puede hacer más que lamentarlo y pedir disculpas, algo en lo que los tres estamos de acuerdo.

En una finca que tiene (o tenía entonces) el tío Olegario enfrente de la viña, al otro lado del camino, ese año la habían sembrado de sandías toda ella. No se nos ocurrió a los tres otra cosa que meternos dentro con la intención de encontrar una sandía madura que estuviese a punto para podérnosla comer en ese momento sin que nadie se enterara; fuimos probando dando golpecitos con la mano escuchando el sonido para ver si estaban a punto, pero como ninguno de los tres éramos expertos en la materia, no dábamos una en el clavo, y, se nos ocurrió la idea luminosa de capar la primera que se nos puso por delante para probar suerte, y como no la hubo, seguimos capando otras cuantas sandías más. Por lo que ahora recuerdo, destrozamos unas seis u ocho sandías, más o menos; y, aunque a nosotros, sin ninguna duda, no nos lo pareciera, ni tampoco lo supiéramos apreciar en aquel momento, es justo reconocer que cometimos una tropelía a la que  no le encuentro justificación. Cualquiera se puede imaginar sin gran esfuerzo de la imaginación la poca gracia que le debió hacer al dueño del sandial cuando se percatara de que había perdido una parte de la cosecha de sandías de ese año, por culpa de unos niños irresponsables que se merecían una reprimenda y el consiguiente castigo.

No sé si el dueño llegó a enterarse quienes fueron los autores de semejante desaguisado, (supongo que no, aunque lo más probables es que se lo imaginaran) ya que al poco tiempo de ocurrir, yo marché del pueblo y no supe más del asunto, aunque me acordaba de ello muy frecuentemente con cierto temor y no menos remordimiento de conciencia.

He de decir que, jamás en mi vida he hecho nada parecido a ninguna edad, y que nadie más que yo sabe la vergüenza que el hecho me ha causado a lo largo de mi existencia y lo mucho que he sentido y sigo lamentando ese hecho insólito e injustificable por más vueltas que se le de; a pesar de que, con esa edad, y en aquellas circunstancias no se pueda ni se deba juzgar con más dureza de la que requiere el caso, si bien, no quiero justificarme ni pretendo escusarme de tan lamentable hecho acaecido en mi infancia del que me he arrepentido en infinidad de ocasiones, tantas como las que el recuerdo ha afluido a mi mente. Es por ello que, aunque sea sesenta años tarde (tiempo más que suficiente para que quede en el olvido) pido perdón a los descendientes del tío Olegario, aunque ellos, lo más probable es que no tengan conocimiento exacto del hecho acaecido en aquel entonces y que yo ahora lo cuento tal y como ocurrió; y, aunque no tenía por qué haberlo traído a colación, lo he querido hacer, porque considero que (dicho sea de paso), en este momento no es otra cosa que una anécdota de aquel tiempo que pudo ser indignante para el perjudicado, pero que hoy ya ha perdido la esencia, si somos medianamente razonables, dado el tiempo transcurrido y la edad de los autores.

Lo cuento ahora, porque es un recuerdo más de los muchos que tengo del Teso de la silla y su entorno, a pesar de que es un mal recuerdo, pero un recuerdo al fin y al cabo de los muchos que guardo en mi memoria de mi infancia zarceña, y, unos serán buenos y otros no, pero son mis recuerdos, y no siento ningún rubor porque sean conocidos por mis compueblanos a los que desde aquí les envío un cordial saludo.